Julie Blackmon
(1966)
Los
seres humanos habitamos unas campanas sonoras pobladas de rumores, estrépitos y
ecos.
Hay una
dimensión sonora que poblamos prestando oídos y profiriendo lo nuestro. Hacemos
presencia y población con músicas, palabras, gritos y susurros. Medimos la
contextura de los ámbitos mediante la reverberación y nos solazamos en las
raras y silenciosas calmas. Cuán honda es nuestra casa, nuestra aula, nuestro
estudio es una medida de la que da cuenta el sonido al extinguirse en los
rincones. Cuán despojada es nuestra alcoba lo informa la brillantez de la
conversación apenas susurrada que no se adormila sino en cortinas y alfombras.
Cuán imponente es una nave de un templo sólo se verifica cuando se escucha del
órgano la voz majestuosa que fulgura en las bóvedas.
Por
todo ello es necesario temperar las habitaciones, como si de instrumentos
musicales se tratase

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