Thomas Freteur
Toda
peripecia del habitar puede comenzar con una sensación térmica en la piel.
Una de
nuestras actividades más básicas, en efecto, es medir las cualidades del lugar
mediante el ajuste de las emisiones de calor a través de la piel. El mundo se
juzga por su frescura o tibieza y para ello hay valores precisos, aunque
variables según las circunstancias. Se trata de medidas complejas, pero claras
y distintas, a partir de las cuales se empieza por apreciar un grado claro y
distinto de confort térmico. Es por la piel que comenzamos a juzgar nuestra
relación con el mundo, desde antes de huir del vientre materno.
Con
ello, el confort medido con la piel es una vivencia profunda, arcaica,
primitiva. Hay quien la considera la madre de todas las sensaciones.

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