La estructura profunda de la casa (IV)


Bert Teunissen (1959)

En las andanzas por el mundo, por lo general ancho y ajeno, sucede en la ocasión de la casa el verdadero lugar para experimentar, allí, la amplitud de lo propio. Llegar a un punto donde situarse uno a sus anchas es una de las fortunas de dar con la casa. Esta es aquella instancia en el camino en que la apertura del gesto mide, por excelencia, lo propio.
Estando en la casa, el aposentarse supone una expansión controlada del sí mismo. La estancia, entonces, es de un modo preciso, digno y decoroso, cosa amplia, o, más bien, una instancia de la más legítima demanda de amplitud. El confort elemental de una habitación se funda en el modo en cómo responde al gesto de la apertura de los brazos.
Estos ensanchamientos, corporales tanto como existenciales, tienen una crítica constricción en los umbrales. De una gran mansión a una humilde choza: todo empieza midiéndose con el ancho de sus puertas. Porque a una casa magnífica se le accede con un gesto de apertura no menos grandilocuente, mientras que, por la escueta puerta de una choza, uno apenas se inmiscuye furtivo y a veces hasta de costado.

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