Aquellos
que danzan con vocación y talento conquistan con plenitud el aire que habitan.
El
aire, elemento amorfo por excelencia, adopta una forma significativa cuando el
danzante se la confiere por imperio de su coreografía. Pero estos artistas son primus inter pares; dan una versión
excelente de una facultad ampliamente difundida en el género humano. En efecto,
nuestros gestos cotidianos, nuestros recorridos, nuestras actividades también constituyen coreografías
ordinarias que también confieren
forma al aire que habitamos.
Una
arquitectura con vocación de vida debería ofrecer adecuados escenarios a la
danza cotidiana de los cuerpos en el aire.
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