Fastidios de la vida cotidiana

Édouard John Mentha (1858–1915) Interior de biblioteca (1915)

Habitar implica una considerable cuota de trabajo constante, recurrente y también fastidioso.
Limpiar lo sucio supone un esfuerzo constante y una batalla finalmente perdida contra la mugre, contra lo percudido, contra lo vejado por esta su condición persistente. El paso del tiempo es una oportunidad para el depósito de polvo, para la proliferación del desorden, para el cultivo de malolientes entidades que acechan las peores pesadillas del habitante.
Las cosas decaen. Nuestros objetos de vivir se envejecen mal, se deterioran, se pierden. Nos persigue de cerca un genio maligno que nos azuza a reponer, mantener, reparar, repintar, sustituir un orden de cosas que nunca termina por resultar impecable, sino siempre imperfecto en su estado.
Nuestros ritos ultrajan el estado de nuestros utensilios. A los placeres de la buena cocina y la mejor mesa, le sigue el penoso lavado de la vajilla. Y no es este menos enojoso por confiarse a alguna máquina. Nada aflige más a la pacífica sobremesa que restituir el orden anterior, cuando sólo nos acuciaba el hambre.

Habitar tiene una dimensión ergotópica, una dimensión trabajada, esforzada y extenuante que conviene no olvidar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario