Leer, por lo pronto, es una
actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más
intelectual.
Jorge
Luis Borges, 1935
Cómo no
confiar en la autoridad de don Borges al respecto.
Supongo
que estaría harto de las inquisiciones periodísticas que se intrigan por la
escritura. De un modo oblicuo, habitual en nuestro autor, nos señala el camino
de una respuesta que debemos encontrar por nosotros mismos.
Si la
lectura es más resignada que la escritura, entonces esta última es un conato,
una conjetura arriesgada y quizá aquejada de vanidad. Uno escribe para
comprobar hasta dónde lo puede llevar el pensamiento. Antes de escribir, sólo le
aqueja algún modo de desasosiego que encuentra su meticulosa y esforzada
administración en el esfuerzo por marcar su impronta en el espacio en blanco
que nos afronta.
Si la
lectura es más civil es porque la escritura, que la precede, es una agonía:
juego y lucha y danza extenuantes que sólo se detienen con la primera lectura
piadosa de su perduración. La escritura se cumple con un armisticio con los
demonios.
Si, por
fin, la lectura es más intelectual que la escritura es porque ésta apenas es
una desafiante tirada de dados, una apertura. Pero las infinitas, remotas e
improbables lecturas ya suponen el desarrollo moroso de todo el juego que las
ideas pueden efectuar. Por ello, es más intelectual, en sentido estricto, quien
lee y discute, que el que apenas si se conforma con el gesto de atizar el
fuego.
Cómo no
confiar en la autoridad de don Borges al respecto.