La significación habitable del lugar


René Groebli (1927)

Un lugar es un campo espaciotemporal afectado con la población conmovedora de un cuerpo habitante.
El cuerpo, viviente, cumple con su vocación habitante perturbando la red de dimensiones, energías y tensiones que obran como circunstancias, hincándose en la sustancia lábil, confiriendo forma, figura y significado, así como moldeando conjuntamente la materia de los sueños, la del deseo y esa resignada atadura que llamamos realidad.
Un lugar es aquello que resulta en un sitio producto de la más intensa e íntima caricia del cuerpo que lo puebla.

El lugar que hay en un banco de plaza


Peter Marlow (1952-2016)

Toda vez que una presencia corporal humana disemina su imperio sobre un lugar, éste se colmata de un modo particular.
Veamos qué sucede en un banco público. Una persona —o mejor aún, una pareja— puede dominar la totalidad del asiento, aun cuando, desde el punto de vista físico, haya sitio disponible. Cierto, puede haber sitio, pero esto no quiere decir que haya lugar. Para que haya lugar para un recién llegado, el ocupante debe replegarse, aquiescente y hospitalario, recoger en parte su proyección sobre el asiento, de manera de hacer lugar al nuevo ocupante. Los lugares como tales no están nunca vacantes, sino que siempre alguien que nos franquea el paso y nos invita a hacernos uno en el sitio que nos libera. Porque hacer un lugar también es administrar sus dimensiones en consideración de la vida social.

Hacerse un lugar


Berenice Abbott (1898-1991)

Hacer un lugar es la operación recíproca y complementaria a tener lugar.
La presencia humana hace lugar cuando irradia su condición sobre el entorno. Tal irradiación es un imperio, un suceso de población, una demarcación territorial. Hasta qué confines se extiende tal expansión es asunto de tasas de energía, disponibilidad de gestos y grados de soledad siempre relativas. El cuerpo humano es un fanal que inunda de voz propia las estancias, pero también los senderos y aún los umbrales. El lugar se colmata así del calor y la fragancia del habitante.
El cuerpo ya no solo tiene lugar, sino que, puede comprobarse, se ha hecho un lugar gracias a sus ademanes, a sus marcas, a su escritura sobre las cosas dispuestas a su alcance.

Tener lugar


René Groebli (1927)

Tener lugar implica, según hemos visto, experimentar en carne propia cómo nos inundan las circunstancias, cómo la operación conjunta y concertada de influjos, improntas y vivencias nos alcanzan, en forma particular a cada uno de nosotros de un modo original, único, irremediable. Tanto en la superficie, así como en las profundidades interiores del cuerpo, los influjos y las improntas escriben las vivencias del mundo: nuestras peripecias se vuelven nuestra historia de vida y nuestros mapas cognitivos se tornan nuestra cosmovisión. Así, nuestra propia fisonomía se vuelve el memorial en donde se inscriben nuestras circunstancias y la arquitectura de estas condiciones es aquella que nos instala y nos sujeta en nuestro lugar.

El sentido de hacer lugar


Berenice Abbott (1898-1991)

Para construir un edificio es necesario acopiar materiales, energías, trabajo y un plan informativo y directivo. Mientras tanto, para construir un lugar es preciso colmatar de vida un sitio con la acción del cuerpo habitante.
El cuerpo debe constituirse como presencia y población, que es diferente a la mera apertura de un sitio, como el que se realiza desbrozando un terreno para construir un edificio en éste. Hacer de la vacuidad de un sitio la plenitud de un lugar implica actuar el cuerpo, practicar el lugar, realizar una completa irrupción de lo humano allí y entonces. Todo el sentido de hacer lugar descansa en tres operaciones fundamentales del cuerpo: marchar, demorarse y trasponer.
Cuando un sujeto sin techo consigue detener su marcha y descansar en algún rincón más o menos propicio de la vía pública podemos apreciar que tal persona carece de muchas cosas, aunque no obstante reconoceremos que, al menos, tiene lugar. Un lugar precario, inseguro e infamante, por cierto. Y, no obstante, es un lugar. Y es como lugar que demanda nuestra especial atención, porque más de una brillante realización arquitectónica no deja de ser una magnífica vacuidad hasta el preciso momento en que una persona consigue tener lugar allí. Porque la arquitectura que nos incumbe es aquella que se realiza sólo cuando se colmata de vida.

Trasposiciones


Berenice Abbott (1898-1991)

Los seres humanos somos seres liminares.
Habitamos el delgado límite entre el pasado y el futuro, la diáfana frontera entre lo conocido y lo por conocer, el crítico paso entre lo exterior y lo íntimo. Por ello proyectamos sobre el lugar esa humana condición con la trasposición, una y otra vez, de umbrales, de puertas, de ventanas. Es allí en donde nuestro ser íntimo se conmueve en las irrupciones, en las esperas, en las custodias. Al cruzar un umbral, algo adviene mientras otro se abisma atrás; uno inaugura en el mismo momento que clausura; un andariego llega por fin, a la vez que abandona para siempre otro lugar.
Los umbrales tienen, en su trasposición, algo de irremediable, de irreversible, de misión cumplida.

Demoras


Berenice Abbott (1898-1991)

Mientras marchamos, la profundidad perspectiva aúna de modo difícilmente discernible el espacio y el tiempo. Pero nuestra marcha concreta tiene ritmos, cesuras, pausas. Precisamente allí en donde detenemos la marcha es ya factible fijar unas ciertas dimensiones espaciales mientras que en la espera sigue fluyendo, diferente, el tiempo.
Detener la marcha es bueno para recapitular, para reflexionar, para ejercer opciones o rumbos. Demorarse es habitar de un modo selectivo: aquí ya se refiere a una tasa de pasado y a otra de futuro, que comprenden un ahora al que se buscará, ilusoriamente, volver. Un aquí fijado relativamente en un fluir temporal que se enrolla sobre sí mismo en espiral, esto es, propiamente, una habitación, una estancia, una morada.
Así construimos eso que llamamos nuestra casa, con una confinación tan durable como permeable de un aquí, atravesada por un tiempo que se vivencia en ciclos. Con demoras que se suceden y sedimentan día tras día.