René Groebli
(1927)
El
cuerpo opera en forma pertinaz prodigando ademanes, marcas y escrituras sobre
los lugares.
Es así
que los enclaves habitados se hacen eco lábil de los gestos y sus sombras. Por
doquier resuenan las vibraciones del aire respirado por la vida, los relictos
fragantes de la presencia de los cuerpos, las tibiezas de la ocupación.
El
lugar habitado resulta en arrugas, en pliegues, en el metódico caos ordenado
por los andares. Las superficies registran las heridas cotidianas de la
manipulación. La esfera habitada se extenúa de vida trascurrida.
Los
cuerpos vivientes se ensañan con la escritura sobre los lugares. Las
superficies vejadas por el uso, el orden que compone a las cosas de vivir, la
forma particular del imperio de la población, constituyen una escritura de
actos, de objetos, de arquitecturas.
El
cuerpo, escribiendo de esta manera, consigue hacerse un lugar
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