Habitar el tiempo (IV) El atardecer


Oswald Achenbach (1827 – 1905) Atardecer en Nápoles (s/f)

Es preciso observar que la belleza tópica de algunos atardeceres no debe ocultar su valor intrínseco, que es el de la sublimidad inherente al traspaso irrevocable de los umbrales.
Las fatigas cotidianas ceden paso a la hora de la vuelta, la ocasión general del regreso. Ha sido dura la faena y algo magro el resultado, como siempre, pero es un homenaje a la vida habitar el atardecer con el espíritu de quien cree haber cumplido con su vida en la jornada. Los últimos resplandores suelen ser los mejores: signos inequívocos de que, tras el sueño reparador, todo volverá a recomenzar. Tal es la confianza ingenua, la rutina de los días, la inercia de la vida cotidiana.
Toda vida que se precie tiene que disponer de una pausa propia y apropiada, a la hora del crepúsculo.

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