El trabajo y la conciencia corporal del lugar (III)


Gloria Baker Feinstein (1954)

Los ademanes y marcas del cuerpo en el lugar resultan en una escritura de la vida en su folio más propio.
Porque el lugar es una geografía es que el cuerpo traza allí mismo los sucesivos mapas cognitivos que lo orientan, ubican y sitúan. El conocimiento de primera mano del lugar por el cuerpo es obra de este trazado en que se aúnan la representación y lo representado. Porque el lugar es una historia es que el cuerpo escribe tanto su sucesión de hechos como su crónica. La historia del cuerpo es la memoria viva del lugar tanto como el escenario donde cada gesto atesora su cuota de significado. Allí donde el cuerpo escribe su peripecia cuando tiene lugar, allí se desarrolla la más intrigante de las geografías, que es la cotidiana y la más interesante de las historias, que es la de la vida corriente. Tal escritura es esto que aquí denominamos, arquitectura del lugar.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (II)


Dominique Issermann (1947)

El cuerpo se prodiga tanto en gestos como en marcas sobre el lugar.
El uso desluce las cosas de vivir, el hábito las coloca siempre en un orden particular, las implementaciones diversas y sucesivas vuelven a los objetos cotidianos en memorias y símbolos de lo vivido, así como estilizaciones propias de su peculiar régimen de historia. De nuestra vida les quedan a los lugares las huellas de nuestros tactos, de nuestra particular fragancia, ciertas peculiares tibiezas de nuestra presencia. Y todas aquellas vejaciones que le infligimos con el afecto destinado a la cosa propia y amada.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (I)


Dominique Issermann (1947)

El lugar se ve mecido constantemente por los ademanes del cuerpo que lo puebla.
Este trabajo de los gestos es leve, constante y laborioso. Pese a su tenuidad, las cosas de vivir consiguen ocupar el lugar que les dictan todos y cada uno de los ademanes del cuerpo. Y son los más leves y los más tenidos por nimios los más importantes, porque las cosas terminan, tarde o temprano a ubicarse según su imperio pertinaz. La virtud de la constancia, la recurrencia de los gestos puede ser la portadora de su más secreta virtud. Las cosas terminan colocadas allí donde el hábito las deja. Esta labor gestual es un trabajo arquitectónico, el más humilde, quizá, pero de ninguna manera el menos aplicado.

Escrituras en el lugar


Mario De Biasi, (1923-2013)

Para que haya lugar es necesario que opere una tarea social de producción.
Hay lugar, en efecto, cuando se transforman, se rearticulan y se abren los lugares con vocación de hospitalidad. Esta tarea social de producción es la arquitectura cuando está inspirada por la vocación de los lugares establecidos que se abren al Otro, al Nuevo, al Diferente. Contra esta vocación luchan activa y primitivamente los instintos de confinamiento, de exclusión socioespacial y de segregación. Es que vivimos un mundo que nos va quedando chico, una sociedad que se nos estrecha en torno a los grupos de afinidad más o menos inmediatos y una ciudad amurallada por una urbanización amorfa para excluidos. Pero siempre será necesario tenerlo en cuenta; los lugares constituidos por seres humanos, seres signados por el gregarismo, son y deben seguir siendo abiertos a que haya lugar para todos.

Hay lugar


Marc Riboud (1923-2016)

Cuando nos interrogamos acerca si, en ciertas circunstancias, hay (o no hay) lugar, la cuestión se centra en la oportunidad de una novedosa irrupción en un continuo de lugares ya constituidos.
Haber lugar, en este contexto, quiere decir pronunciarse sobre si una presencia humana cuenta con una hospitalidad provista por los lugares efectivamente poblados. Toda presencia humana implica tener lugar en un entramado ya ocupado, en donde cada uno se hace su lugar oportuno y pertinente. En tales condiciones, esta presencia ha lugar.

Sobre hacer lugar


René Groebli (1927)

El cuerpo opera en forma pertinaz prodigando ademanes, marcas y escrituras sobre los lugares.
Es así que los enclaves habitados se hacen eco lábil de los gestos y sus sombras. Por doquier resuenan las vibraciones del aire respirado por la vida, los relictos fragantes de la presencia de los cuerpos, las tibiezas de la ocupación.
El lugar habitado resulta en arrugas, en pliegues, en el metódico caos ordenado por los andares. Las superficies registran las heridas cotidianas de la manipulación. La esfera habitada se extenúa de vida trascurrida.
Los cuerpos vivientes se ensañan con la escritura sobre los lugares. Las superficies vejadas por el uso, el orden que compone a las cosas de vivir, la forma particular del imperio de la población, constituyen una escritura de actos, de objetos, de arquitecturas.
El cuerpo, escribiendo de esta manera, consigue hacerse un lugar

La significación habitable del lugar


René Groebli (1927)

Un lugar es un campo espaciotemporal afectado con la población conmovedora de un cuerpo habitante.
El cuerpo, viviente, cumple con su vocación habitante perturbando la red de dimensiones, energías y tensiones que obran como circunstancias, hincándose en la sustancia lábil, confiriendo forma, figura y significado, así como moldeando conjuntamente la materia de los sueños, la del deseo y esa resignada atadura que llamamos realidad.
Un lugar es aquello que resulta en un sitio producto de la más intensa e íntima caricia del cuerpo que lo puebla.

El lugar que hay en un banco de plaza


Peter Marlow (1952-2016)

Toda vez que una presencia corporal humana disemina su imperio sobre un lugar, éste se colmata de un modo particular.
Veamos qué sucede en un banco público. Una persona —o mejor aún, una pareja— puede dominar la totalidad del asiento, aun cuando, desde el punto de vista físico, haya sitio disponible. Cierto, puede haber sitio, pero esto no quiere decir que haya lugar. Para que haya lugar para un recién llegado, el ocupante debe replegarse, aquiescente y hospitalario, recoger en parte su proyección sobre el asiento, de manera de hacer lugar al nuevo ocupante. Los lugares como tales no están nunca vacantes, sino que siempre alguien que nos franquea el paso y nos invita a hacernos uno en el sitio que nos libera. Porque hacer un lugar también es administrar sus dimensiones en consideración de la vida social.

Hacerse un lugar


Berenice Abbott (1898-1991)

Hacer un lugar es la operación recíproca y complementaria a tener lugar.
La presencia humana hace lugar cuando irradia su condición sobre el entorno. Tal irradiación es un imperio, un suceso de población, una demarcación territorial. Hasta qué confines se extiende tal expansión es asunto de tasas de energía, disponibilidad de gestos y grados de soledad siempre relativas. El cuerpo humano es un fanal que inunda de voz propia las estancias, pero también los senderos y aún los umbrales. El lugar se colmata así del calor y la fragancia del habitante.
El cuerpo ya no solo tiene lugar, sino que, puede comprobarse, se ha hecho un lugar gracias a sus ademanes, a sus marcas, a su escritura sobre las cosas dispuestas a su alcance.

Tener lugar


René Groebli (1927)

Tener lugar implica, según hemos visto, experimentar en carne propia cómo nos inundan las circunstancias, cómo la operación conjunta y concertada de influjos, improntas y vivencias nos alcanzan, en forma particular a cada uno de nosotros de un modo original, único, irremediable. Tanto en la superficie, así como en las profundidades interiores del cuerpo, los influjos y las improntas escriben las vivencias del mundo: nuestras peripecias se vuelven nuestra historia de vida y nuestros mapas cognitivos se tornan nuestra cosmovisión. Así, nuestra propia fisonomía se vuelve el memorial en donde se inscriben nuestras circunstancias y la arquitectura de estas condiciones es aquella que nos instala y nos sujeta en nuestro lugar.

El sentido de hacer lugar


Berenice Abbott (1898-1991)

Para construir un edificio es necesario acopiar materiales, energías, trabajo y un plan informativo y directivo. Mientras tanto, para construir un lugar es preciso colmatar de vida un sitio con la acción del cuerpo habitante.
El cuerpo debe constituirse como presencia y población, que es diferente a la mera apertura de un sitio, como el que se realiza desbrozando un terreno para construir un edificio en éste. Hacer de la vacuidad de un sitio la plenitud de un lugar implica actuar el cuerpo, practicar el lugar, realizar una completa irrupción de lo humano allí y entonces. Todo el sentido de hacer lugar descansa en tres operaciones fundamentales del cuerpo: marchar, demorarse y trasponer.
Cuando un sujeto sin techo consigue detener su marcha y descansar en algún rincón más o menos propicio de la vía pública podemos apreciar que tal persona carece de muchas cosas, aunque no obstante reconoceremos que, al menos, tiene lugar. Un lugar precario, inseguro e infamante, por cierto. Y, no obstante, es un lugar. Y es como lugar que demanda nuestra especial atención, porque más de una brillante realización arquitectónica no deja de ser una magnífica vacuidad hasta el preciso momento en que una persona consigue tener lugar allí. Porque la arquitectura que nos incumbe es aquella que se realiza sólo cuando se colmata de vida.

Trasposiciones


Berenice Abbott (1898-1991)

Los seres humanos somos seres liminares.
Habitamos el delgado límite entre el pasado y el futuro, la diáfana frontera entre lo conocido y lo por conocer, el crítico paso entre lo exterior y lo íntimo. Por ello proyectamos sobre el lugar esa humana condición con la trasposición, una y otra vez, de umbrales, de puertas, de ventanas. Es allí en donde nuestro ser íntimo se conmueve en las irrupciones, en las esperas, en las custodias. Al cruzar un umbral, algo adviene mientras otro se abisma atrás; uno inaugura en el mismo momento que clausura; un andariego llega por fin, a la vez que abandona para siempre otro lugar.
Los umbrales tienen, en su trasposición, algo de irremediable, de irreversible, de misión cumplida.

Demoras


Berenice Abbott (1898-1991)

Mientras marchamos, la profundidad perspectiva aúna de modo difícilmente discernible el espacio y el tiempo. Pero nuestra marcha concreta tiene ritmos, cesuras, pausas. Precisamente allí en donde detenemos la marcha es ya factible fijar unas ciertas dimensiones espaciales mientras que en la espera sigue fluyendo, diferente, el tiempo.
Detener la marcha es bueno para recapitular, para reflexionar, para ejercer opciones o rumbos. Demorarse es habitar de un modo selectivo: aquí ya se refiere a una tasa de pasado y a otra de futuro, que comprenden un ahora al que se buscará, ilusoriamente, volver. Un aquí fijado relativamente en un fluir temporal que se enrolla sobre sí mismo en espiral, esto es, propiamente, una habitación, una estancia, una morada.
Así construimos eso que llamamos nuestra casa, con una confinación tan durable como permeable de un aquí, atravesada por un tiempo que se vivencia en ciclos. Con demoras que se suceden y sedimentan día tras día.

Tránsitos


Berenice Abbott (1898-1991)

Por allí donde el majestuoso paso de las personas consigue suceder, sobreviene un camino. Y sólo entonces un sitio despejado se vuelve un sendero.
La marcha, en su decisiva sencillez y en su lograda práctica, es la matriz de gestos corporales que preludia la constitución efectiva de sendas, calles y avenidas, de pasajes, corredores y galerías. Sobre las cadencias, esfuerzos y fatigas de la marcha se originan metáforas de la vida, la realización personal y el desarrollo de la vida social. Avanzamos. si bien no siempre podemos realizarlo con una rectilínea y expeditiva contundencia. Nos detenemos a reflexionar y retomar nuestro camino. Optamos por cambiar el rumbo. Volvemos, porque siempre estamos de vuelta a nuestro hogar que nos espera. Es marchando que damos forma arquitectónica vívida a nuestro camino y es de esperar que, en toda circunstancia, nos encuentre en la senda correcta y dirigidos al destino conveniente de ésta.

La construcción del lugar por las prácticas del cuerpo


Berenice Abbott (1898-1991)

Mientras que la construcción combina entre sí diversos materiales, la arquitectura del lugar aúna estructuralmente los más variados gestos de los cuerpos.
Es que puertas adentro de una arquitectura “dura” de ladrillo, madera, hormigón y acero, se desarrolla a su modo una arquitectura laxa de la vida que consigue tener lugar allí. Por lo general, la arquitectura “dura” constriñe y sofoca a la arquitectura laxa. Aunque la vida experimenta un relajado alivio cuando consigue, a pesar de todo, concluir por prevalecer.
Si a una mesa, como cosa en sí, le basta con un tablero y un juego de patas bien encoladas, al lugar vivido y exultante de una mesa lo animan sólo las conversaciones de las personas que en torno a ella se sientan, el cruce de sus recíprocas miradas y esa especial complicidad que guardan entre sí los que pueblan una mesa servida.

El cuerpo, arquitecto fundamental del lugar


Gloria Baker Feinstein (1954)

A partir de la hipótesis que sostiene que es por obra de la acción que a las personas les es dado, en el mismo acto, tanto padecer como protagonizar el mundo que pueblan, puede sostenerse que el cuerpo humano es el arquitecto fundamental del lugar.
Esto tiene importantes consecuencias. La primera es que, por obra y gracia de la sustancia humana en las arquitecturas del lugar, éste tiene estructura, forma y figuras propias. No se trata ya del mero espacio sin forma, homogéneo e isótropo al que estamos acostumbrados a considerar como materia prima arquitectónica. La segunda es que, puede constatarse, preexiste en la arquitectura del lugar la función humana (operación, uso o implementación) a la constitución de cualquier elemento constructivo. En otros términos, a una ventana le precede un complejo y rico conjunto de buenas razones para asomarse por allí. En tercer lugar, puede entenderse el ejercicio arquitectónico humanista como una operación de desvelamiento y amparo de una condición humana concreta, antes que el puro imperio de la geometría sobre la materia construida.


Influjos, improntas y vivencias: aprendizajes en el cuerpo


Gloria Baker Feinstein (1954)

Puede sospecharse con cierto fundamento que la acción del cuerpo es el dispositivo que articula la percepción subjetiva del lugar con la facultad de intervenir creadoramente en éste.
En otros términos, la acción corporal transforma a los influjos, las improntas y las vivencias del lugar en actividades, rituales y ceremonias que le otorgan tanto forma como sentido. Es la acción humana la que articula la pasión del tener lugar con la facultad de hacer lugar. Se puede decir, entonces, que sólo por obra de la acción a las personas les es dado, en el mismo acto, tanto padecer como protagonizar el mundo que pueblan.

Actividades, rituales y ceremonias


Gloria Baker Feinstein (1954)

Cabe considerar un examen preliminar de una tipología de la acción corporal habitable.
Pueden considerarse actividades aquellas acciones relativamente simples —aunque significativas— que se desarrollan a lo largo de una dimensión práctica del habitar. Es factible que tales actividades otorguen realidad efectiva a estas dimensiones, que, en su conjunto integrado conforman, a la vez, una estructura del cuerpo, así como se proyectan desde éste a la configuración de la estructurar fundamental del lugar. Son ejemplos de actividades la marcha o la bipedestación
Cuando se coordinan entre sí un conjunto de actividades conforman un ritual específicamente dirigido a dar cumplimiento corporal a una determinada tarea. Un ritual, en este contexto, es ya un comportamiento dotado de significado por obra de una práctica habitual que se vuelve recurrente en la vida de los sujetos. El conjunto estructurado de operaciones para freír un alimento o los gestos desplegados para tender una mesa son ejemplos de ritual.
Por fin, un conjunto estructurado de rituales da lugar a la conformación de una ceremonia, que es una conducta compleja, integrada y finalista que se reconoce como hábito regular y se desempeña en pos de la satisfacción de una demanda fundamental para habitar, tal como el cocinar o el dormir.

Sensaciones en acción


Else Simon (1900-1942)

¿Por qué no pensar que es la acción del cuerpo aquel mecanismo superior unificador de las sensaciones?
Es mediante el juego, la danza y el trabajo que aprendemos a habérnoslas con el mundo. Puede sospecharse que estos instrumentos operan no sólo en la función de aprendizajes puntuales o específicos, sino también como recursos para aprender a aprender. Después de todo, nuestra vivencia de la profundidad perspectiva se funda en la marcha, actividad que aprendemos a realizar en una etapa crítica de la vida. En el decurso posterior, no sólo habitamos esta profundidad en forma de senderos, sino que hemos aprendido a aprender de otras actividades corporales. De esta forma, el cuerpo sintetiza las sensaciones en acciones con sentido, esto es, actividades a las que asigna un significado que proyecta sobre los lugares que ocupa. Puede que cada gesto del cuerpo sea portador de un aprendizaje capital para la habitación de los lugares.

Sensaciones en movimiento


Else Simon (1900-1942)

Lo cierto es que todas las sensaciones y todas las percepciones resultan del movimiento del cuerpo.
Uno tiene lugar cuando lo practica, lo que quiere decir que lo excava, lo explora, lo revela con el movimiento. La evidencia estéticamente superior de este hecho lo muestra la danza. Las danzantes consiguen un acabado dominio del lugar que pueblan a costa de una práctica específica que ocupa las distintas regiones del tiempo y el espacio, realizando efectivamente el lugar. Las danzantes consiguen la excelencia allí donde el resto torpe de las personas hacemos en nuestra vida cotidiana: aplicarse a las coreografías de la vida. Es muy posible que el sentido superior que unifica todas nuestras sensaciones particulares sea nuestro ejercicio de semovientes, cuando este ejercicio cobra un especial sentido para nosotros y lo proyecta sobre el lugar que ocupamos en y con propiedad.