Los poetas urbanitas



Fuera locura pero hoy lo haría;
Atar un moño azul en cada árbol.
Ir con mi corazón de calle a calle.
Decirle a todos que les quiero mucho.
Subir a los pretiles gritarles que les quiero.
Fuera locura, pero hoy lo haría.

Liber Falco

¿Qué puede esperarse de los poetas urbanitas?
Cualquier cosa menos que resulten razonables: un poeta que se precie debe abolir de cuajo el sentido común dominante en estas tristes ciudades que habitamos. Debe vociferar la locura sensata de los que quieren una ciudad en donde sus vecinos se conmuevan en cada esquina.
Cualquier cosa menos que resulten académicamente calificados para intervenir en las ciudades: los poetas urbanitas son hacedores de pública felicidad y sorpresa antes que torvos urbanistas. La ciudad de los poetas es la ciudad del poder de sus ciudadanos, antes que la ciudad del Poder sobre éstos.
Cualquier cosa menos que resulten rentables: puede que, si los fenómenos urbanos dejan de ser un asunto de negocios para ser un asunto de vivencias, entonces ya no todo estará perdido para la ciudad vivible con gozo y alegrías de vivir. Con un moño azul en cada árbol, eso sí.

Una historia necesaria



A los efectos de reinterpretar la arquitectura en clave humanista, debe indagarse en una historia social del habitar.
A las gestas de los héroes de la profesión arquitectónica la sustituirían los días corrientes de los habitantes: ¿cómo se cocinaba a diario en La Rotonda? ¿cómo se desarrollaban los rituales en el Panteón de Agripa? ¿cómo tenían lugar los complicados juegos políticos en el Palacio Ducal de Venecia?
A la descripción minuciosa de masas, volúmenes y pormenores ornamentales de las cosas construidas se sustituiría por el estudio de los contratos de trabajo, la crónica de las negociaciones del proyecto, las especificaciones del encargo.
A los estudios crítico-estilísticos y a la crónica de los avatares de las contradicciones entre las vanguardias renovadoras y las prácticas tradicionales y conservadoras se sustituiría el examen detenido de la arquitectura vernácula y popular, arquitecturas desamparadas del influjo profesionalista.
Necesitamos una historia así.

Sobre entender y comprender


René Magritte (1898- 1967) La gran guerra (1965)

Entiendo cómo funciona la máquina de café, la aspiradora o la ley de la gravedad, pero al poema, a la escultura, a la pintura y a la música no las entiendo, sino que las comprendo, de una manera eternamente cambiante, al atribuirles uno o varios significados.
Marcia Collazo, 2018

En el lenguaje corriente, es común utilizar alternativamente y como casi sinónimos las ideas de entender y de comprender.
Sin embargo, Marcia Collazo tiene mucha razón al distinguir los usos de los términos. Con ejemplos concretos, uno puede ver cómo ajustan los vocablos a diversas situaciones.
Es poco lo que podría agregar al asunto. Pero creo que la diferencia conceptual profunda radica que el entender, la acción y el efecto del entendimiento es una actividad de naturaleza eminentemente teórica. Esto es, nos situamos frente a nuestro objeto y nos dirigimos a éste para conseguir una idea clara y distinta de esta entidad u acontecimiento. Por otra parte, el comprender es un asunto práctico, que comienza por asir o abrazar el objeto, considerar su naturaleza e incluso penetrarlo con el fin de atribuirle siempre un significado a título de hipótesis verificable.
Así, entendiendo, sabemos de las cosas, mientras que con la comprensión hacemos algo con estas cosas. Tanto con los objetos de conocimiento como con los productos de arte podemos aspirar a realizar ambas operaciones, siempre que tengamos en claro, en cada ocasión, qué es pertinente hacer y qué podemos obtener de ello.

De arquitectura e ingeniería


Domenico Fontana Traslado de obelisco en Roma

El producto arquitectónico no es una cosa; es la producción de un vínculo entre las personas y las cosas acondicionadas para su habitar.
Por ello, un edificio, en sí, no es una arquitectura, en sentido estricto, sino que lo que en realidad constituye la arquitectura es la habitación humana de tal edificio. Es esa relación vincular entre las personas y las cosas construidas a sus efectos la que da efectivas forma y sustancia a la naturaleza de lo arquitectónico.
La cosa en sí del edificio es un asunto puramente constructivo: un ingenio estable y —se espera— durable. Pero es con la vida humana palpitante que la arquitectura tiene efectivo lugar: allí donde termina la ingeniería y comienza la historia de sus habitantes.

¿Por sus frutos se valora una teoría?


Productos de la labor de Alvar Aalto (1898- 1976)

En 1620, Francis Bacon publicó un manifiesto científico titulado Novum organum. En él razonaba que «saber es poder». La prueba real del «saber» no es si es cierto, sino si nos confiere poder. Los científicos suelen asumir que no hay teoría que sea cien por cien correcta. En consecuencia, la verdad es una prueba inadecuada para el conocimiento. La prueba real es la utilidad. Una teoría que nos permita hacer cosas nuevas constituye saber.
Harari, 2014

¿Qué frutos dará el desarrollo pleno de una Teoría del Habitar?
Podría esperarse, acaso, que la práctica arquitectónica profesional tuviese entonces un importante y sólido respaldo científico. Habrá que ver qué se obtiene con ello y también, a qué precio. Porque podría suponerse que saber a ciencia cierta de la condición humana del habitar supondría un progreso, pero también pudiese ser que tal hecho no redundara en beneficio de la humanidad habitante, sino en los consabidos Contabilizadores del Aire, que cada vez explotan las cosas mejor. Si esto último sucediera, se beneficiaría, como siempre, a los conocidos de siempre en desmedro de la posibilidad de liberación de las amplias mayorías sociales de tales personajes.
Todo esto hace pensar que los aspectos performativos de la Teoría del Habitar deben ser sopesados con prudencia ética peculiar. No sea que obremos desprevenidos como aprendices de brujo.

Plumas ajenas: Marcia Collazo


Entiendo cómo funciona la máquina de café, la aspiradora o la ley de la gravedad, pero al poema, a la escultura, a la pintura y a la música no las entiendo, sino que las comprendo, de una manera eternamente cambiante, al atribuirles uno o varios significados.
Marcia Collazo, 2018

Prestar oídos (II): Música de cámara


Vilhelm Hammershøi (1864 –1916) Interior con joven leyendo (1898)

Al abrigo de los muros, el bajo continuo ciudadano se acalla en beneficio de los rumores domésticos: es la oportunidad de la música de cámara.
Allí las voces familiares se imponen a ciertos secretos rumores de fondo. Hay que aguzar el oído: la vida se desliza a su modo en la caja de resonancia que es la casa en su hondura particular. Allí los sonidos reverberan brillantes en los ventanales y enmudecen en los cortinados. Allí las músicas de lo cotidiano cobran la forma que acondiciona los modos confortables de poblar los lugares. Allí el relieve de los sonidos y ruidos es una de las tantas manifestaciones del pulso de la vida
Hay que ser capaz de oír la doméstica música de cámara y disfrutarla como una de las alegrías esenciales.

Prestar oídos (I): La sinfonía ciudadana

Venecia

La idea de que una ciudad puede ser pensada en términos de una armonización sonora escondida ha sido recurrentemente explicitada. El reconocimiento de la presencia de una “melodía oculta” o un “bajo continuo” en el substrato de las motricidades cotidianas es estratégica para sustentar la viabilidad de una sonografía de los usos del espacio urbano, que consistiría en tratar de distinguir, entre la actividad de hormiguero de las calles y de las plazas, la escritura a mano microscópica, desarrollo discursivo no menos “secreto”, “en murmullo”, que enuncian caminando los transeúntes, cuyas actividades motrices son variaciones sobre una misma pulsión rítmica de base. Es decir, que las trayectorias de los viandantes implican apropiaciones del espacio colectivo de la ciudad y sería posible una lectura cifrada de las secuencias funcionales y poéticas que protagonizan los simples paseantes, un trabajo que lleva a una suerte de pentagrama las calidades práctico-sensibles de los escenarios de la vida cotidiana.  
Manuel Delgado, 2018

Es bueno prestar oídos, porque no todo es ver.
La ciudad se deja oír, sólo que solemos ignorar sus melodías ocultas, sus peculiares reverberaciones, sus tonos, ya brillantes, ya asordinados. Debemos aprender a escuchar y quizá uno de los beneficios de la actividad turística pudiera ser prestar atención al desempeño sonoro de los lugares que visitamos, de modo tal que podamos llegar a añorar los propios.
Guardo un especial recuerdo de una de mis primeras impresiones de Venecia. Apenas llegados al Albergo San Marco, se colaban por la ventana entreabierta los rumores del callejón contiguo: animadas y distendidas conversaciones en italiano, ecos que llegaban limpios de ruidos de tránsito automotor y resonantes en las viejas y cercanas fachadas. Toda una experiencia que todavía me conmueve. Oímos entonces Venecia y aún hoy, desde este lejano Montevideo, añoramos las límpidas voces en aquel callejón

Las llaves


Charles Frederick Lowcock (1878-1922) La entrega de las llaves (1922)

Las llaves de casa no se dan a cualquiera. Solo existen unas pocas copias. Representan nuestro hogar. Hasta que no nos entregan las llaves, la casa no es nuestra; y cuando las entregamos, abandonamos para siempre dónde hemos vivido. Las llaves abren y cierran (vidas, espacios). La vida, otrora, en las clases pudientes, estaba en manos del ama de llaves. Es un drama perderlas, pues también se pierde la casa, convertida en un cuerpo exterior, ajeno, inaccesible, todo y que alberga bienes y recuerdos. La pérdida se refiere a una parte nuestra, afecta nuestra vida.
Pedro Azara, 2018

Las llaves, por metonimia, son signos de la unión de la casa y el hogar.
Me explico. Esa pequeñez fundamental que podemos poner al resguardo de la mano tiene a la habitación apropiada como significante y a la hondura inagotable del lugar habitado como significado. Así la llave es signo.
Todo un ceremonial se construye sobre este signo, tan poderoso cuanto tenue. Al estar conectado funcionalmente con la práctica del umbral público de la casa, lleva consigo toda la dimensión inaugural y recurrente que tiene el capital hecho de trasponerlo. Al perfeccionar tanto mecánica como simbólicamente la práctica de este umbral, la llave condensa todo su sentido de eficacia mágica.
¿Cómo olvidar estos sentidos? Es, en verdad, imperdonable perder las llaves de la casa.

Las cosas



Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.
Jorge Luis Borges, 1969

Nuestro habitar dispone de los más diversos objetos en nuestro alrededor a título de cosas del vivir.
El orden que guarda esta acumulación formidable de chismes es un componente humilde —el más obediente— del sentido de la vida. Las cosas aguardan, mansas y serviciales al gesto olvidado de sí que les confiere el dudoso, aunque consolidado, título de cosa.
Y allí reposan, torvas en su ser, deícticas en su sentido, silenciosos signos inertes de esa misteriosa entidad que solemos llamar vida.

Siembra de urbanógenos

WTC Montevideo

La especulación inmobiliaria envenena la tierra urbana, la esteriliza. La urbanización especulativa destruye la ciudad con golpes de enrarecimiento, de disolución y de tierra arrasada por la edificación de enclaves mudos de significado comunitario.
Por su parte, la competencia por los emplazamientos estratégicos para los negocios hiere de muerte a los barrios que podrían haber sido, cuando no desventra los tejidos consolidados. La ley del mero valor relativo del suelo es la única norma omnisciente y también omnipotente.
Mientras que los pudientes se confinan en vecindarios defensivos, los pobres padecen la anomia y la pérdida de referencias identitarias por obra de la violencia, de la delincuencia y el miedo. La aporofobia se enseñorea como el ángel caído sobre las ruinas.
Es preciso sembrar estos poblados baldíos, estos congestionados vacíos, estas ruinas de mañana. Es preciso sembrar esta árida superficie con gérmenes de nueva ciudad para ciudadanos.

Plumas ajenas: Ida Vitale


Reunión

Érase un bosque de palabras,

una emboscada lluvia de palabras,

una vociferante o tácita

convención de palabras,

un musgo delicioso susurrante,

un estrépito tenue,

un oral arco iris

de posibles oh leves leves disidencias leves,

érase el pro y el contra,

el sí y el no,

multiplicados árboles

con voz en cada una de sus hojas.

Ya nunca más, diríase,

el silencio.

Ida Vitale (Del libro Oidor andante:)

Laberinto


Escena de la ópera The Minotaur (2008), de Harrison Birtwistle

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Jorge Luis Borges, 1969

El Laberinto —aquel Laberinto— carece, como la vida misma, de puertas. Simplemente, estás adentro. Simplemente, caes allí. Simplemente, no tienes salida.
De ahí que Asterión ansíe la muerte. ¿Cómo, si no, abolir la culpa ajena que tiene que pagar? Esa condición infame de la que no puede excusarse, esa herida que nunca se cierra, esa agonía inútil que vuelve al Laberinto una senda de ida a ninguna parte, infinita, incesante, impiadosa.
Mi hija Laura me lo ha dicho: Nosotros somos un laberinto y Nietzsche nos ha anunciado: somos demasiado cobardes para asumirlo.

Lugar en blanco


Kazimir Malévich, (1879 - 1935) Blanco sobre blanco (1918)

¿Qué es lo que hace que la literatura sea literatura? ¿Qué es lo que hace que el lenguaje que está escrito ahí sobre un libro sea literatura? Es esa especie de ritual previo que traza en las palabras su espacio de consagración. Por consiguiente, desde que la página en blanco comienza a rellenarse, desde que las palabras comienzan a transcribirse en esta superficie que es todavía virgen, es ese momento cada palabra es en cierto modo absolutamente decepcionante en relación con la literatura, porque no hay ninguna palabra que pertenezca por esencia, por derecho de naturaleza a la literatura.
Michel Foucault, 1994

Un lugar en blanco es el soporte y antecedente de todos los lugares.
Antes de constituir un lugar efectivo, con formas y figuras, cuerpos e ideas, masas y volúmenes, debe constituirse un marco vacante para su irrupción en la existencia. Tal es el lugar en blanco: una pura disponibilidad de la propiedad de constituir entidad, una oportunidad a la emergencia de lo porvenir, un permitir advenir del ser. Y, sin embargo, es ya un lugar, porque si fuese un no-lugar, nada podría allí constituir sino un efímero e inane pasar.
Un lugar en blanco es quizá una abismal cavidad y no sabremos nunca a ciencia cierta si nos fascina u horroriza, ya en forma alternativa o ya de modo concurrente. Pero la vida y la literatura —mutuamente referidas en sus recíprocas constituciones— ¿no provienen de esa especie de ritual previo que traza en las palabras su espacio de consagración?
Acaso la misma existencia no sea otra cosa, en su origen, que un gesto puramente vermiforme que, a la vez, niega y ocupa en un mismo ritual los lugares en blanco disponibles.

Allí donde comienzo tienen las cosas


Émile Claus (1849–1924) El portón (1899)

Los umbrales son lugares de especial constitución existencial y, por ende, arquitectónica.
Es que allí es donde comienzo tienen las cosas. Donde principian una y otra vez a suceder las historias. Donde se inaugura cada instancia de la vida. Los umbrales señalan puntos notables tanto en el espacio como en el tiempo. En los umbrales, como en la vida, lo nuestro es pasar.
Los umbrales, por estas causas, deben ser especialmente acondicionados en atención a esta implementación, a la recurrencia de los gestos y al decoro debido en tales circunstancias.


Plumas ajenas: Manuel Delgado


El paseante hace algo más que ir de un sitio a otro. Haciéndolo poetiza la trama ciudadana, en el sentido de que la somete a prácticas móviles que, por insignificantes que pudieran parecer, hacen del plano de la ciudad el marco para una especie de elocuencia geométrica, una verbosidad hecha con los elementos que se va encontrando a lo largo de la marcha, a sus lados, paralelamente o perpendicularmente a ella. El viandante convierte los lugares por los que transita en una geografía imaginaria hecha de inclusiones o exclusiones, de llenos y vacíos, heterogeniza los espacios que corta, los coloniza provisionalmente a partir de un criterio secreto o implícito que los clasifica como aptos y no aptos, en apropiados, inapropiados e inapropiables. Y eso lo hace tanto si este personaje peripatético es un individuo o un grupo de individuos, como si, como pasa en el caso de las movilizaciones, es una multitud de viandantes que acuerdan circular y/o detenerse de la misma manera, en una misma dirección y con una intención comunicacional compartida.
Manuel Delgado, 2018

Músicas del interior


Silvestro Lega (1826 –1895) El canto del estribillo (1868)

Por los tiempos ilustrados por la pintura, la música doméstica era confiada a la disponibilidad de instrumentos propios y a la ejecución entusiasta de algún integrante de la familia.
En estos tiempos de la reproductibilidad generalizada de las obras de arte, el piano hogareño ha cedido lugar al equipo electrónico reproductor. ¿Qué ganamos y qué perdimos con esta mutación?
Cierto es que podemos escuchar un eco lejano de magníficos intérpretes, pero también es cierto que hemos perdido cercanía humana con las resonancias propias de las notas cometidas acaso por una hija o hermana. No se trata sólo de calidad musical: se trata de la respiración anhelante del ámbito doméstico.

Una extraña virtud


Carl Blechen (1798- 1840) Interior del patio de las palmeras (1832)

Hay una extraña virtud en cerrar sobre sí mismo un jardín y quedarse a vivir allí. Puede que entonces accedamos a vislumbrar una clave secreta. Eso que Jorge Luis Borges llamó, para siempre, el Aleph.

Poéticas del habitar (XIV) Rupturas, novedades, desvelamientos


Jean Jacques Lequeu (1757–1826) Y nosotras también seremos madres (1794)

Por lo general, la escasa cuota de certidumbre que nos ilumina el camino se enciende exigua y paso a paso.
Pero también hay instancias en que algo resplandece, inquietante y radiante. Son gloriosas ocasiones de ruptura, en donde emergen las novedades y se desvela aquello que Gaston Bachelard caracterizara tan acertadamente como aquello que hubiésemos debido pensar. No se trata todavía de la verdad, sino de algo parecido a ella, un preanuncio, un signo.
Esperando momentos así es que vamos tentando en el camino, paso a paso por las penumbras habituales, con la mirada predispuesta a la irrupción de tales esplendores.