La arquitectura y el urbanismo que nos merecemos

Es de suponer que todo sujeto liberado de la condición panglossiana concederá que, como persona digna que se considera, tiene derecho a una ciudad adecuada, digna y decorosa. En el plano individual, nada hay que objetar. Consecuentemente, se le podrá entender cuando, ante el espectáculo deprimente de nuestras ciudades, afirme que su dignidad le hace merecedor de una ciudad mucho mejor. Y tendrá mucha razón.
Sin embargo, este sujeto deberá apreciar la constitución de su comunidad ciudadana. Y tendrá que rendirse a la evidencia que las ciudades están a la altura de los merecimientos de la sabiduría política de su comunidad. Ni más ni menos. Tanto las injusticias como las infelicidades ciudadanas son expresión de las carencias propias de la inteligencia comunitaria.

Es forzoso, entonces, que la comunidad elabore, discuta y consensue nuevas demandas, acuerdos, instrumentos y proyectos sociales de ciudad.

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