Jan Brueghel
el Viejo (1568- 1625) Los sentidos del
oído, tacto y sabor (1618)
Un
escenario para la acción tiene una peculiar dimensión en su amplitud.
Supone
la amplitud una holgura y una libertad de movimientos resultante; una
dilatación que señala un incremento en la latitud. De la amplitud es
tentadoramente fácil —aunque no del todo riguroso— deslizarse hacia la ampulosidad, a una espaciosidad
relativamente vacante en la expresión.
En
todo caso, la apreciación visual de una extensión es, paradigmática, la
anchura, que proviene del recorrido, en un plano perpendicular al de la visión,
de un lado a otro. Estimamos con mejor exactitud relativa el ancho que la
altura y mucho mejor que la profundidad.
Un
talante cultivado es el resultante, en principio, de una amplitud de miras,
mientras que el dominio estratégico de una situación hace aconsejable
disponerse ante el ancho panorama. Los horizontes despejados y abiertos son los
que lucen su mayor vastedad.
Un
lugar confortable es, en principio, amplio. Por el contrario, lo constreñido a
la estrechez es incómodamente escaso, carente, deprivado.
La
amplitud se mide, en lo fundamental, con la apertura de los brazos, con la proyección
de nuestra envergadura.
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