El ejercicio de la duda y la conjetura

Hendrick ter Brugghen (1588-1629)  Heráclito (1628).

Apostar por la filosofía hoy es rebelarse contra su imposibilidad y su muerte. Esto se ha traducido, demasiado a menudo, en posiciones justificatorias y en el fondo victimistas acerca de la defensa de la filosofía, como si fuera una especie en extinción que hay que preservar en un zoológico. Pero la filosofía no puede justificarse ni mucho menos preservarse. Todo lo contrario: tiene que practicarse y exponerse. Salir de allí donde se decreta su muerte para redescubrir su necesidad. Ya en 1978, la filósofa húngara Agnes Heller escribía: «La necesidad de la filosofía crece sin cesar; tan sólo la propia filosofía lo ignora todavía».
Marina Garcés


Hay quien se enorgullece a justo título de su espíritu asertivo, de su reconocida capacidad práctica y hasta de su encomiable talento creativo. Ninguna de estas características puedo reivindicar. Pero me aplico con constancia al denodado ejercicio de la duda y la conjetura. Simplemente porque alguien tiene que hacerlo. Porque alguien, en algún lugar del mundo recogerá el guante del desafío y construirá alguna certeza que quizá fuera bueno forjar en un futuro que me está, inevitable, más allá del horizonte que habito.

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