Gran
parte del juego arquitectónico con la forma radica en la confrontación de
llenos y vacíos. Muros, suelos y cubiertas se yuxtaponen a puertas y ventanas.
Pero
hay un vacío que no puede legitimarse: sin presencia humana, la arquitectura no
es otra cosa que una magnífica vacuidad. Habitaciones y pasillos, umbrales y
balcones no pueden conformarse con constituir majestuosos espacios atemporales
en donde se soslaye la vida humana en ellos.
¿Por
qué en las revistas de arquitectura se suele fotografiar la arquitectura
desprovista de presencia humana? Porque
se ofrece un embaucador objeto prístino para excitar las papilas del consumo
pasivo. Pero la arquitectura de carne y hueso es otra cuestión.
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