La
arquitectura recibe con beneplácito el beneficio revelador de la luz.
Hemos
hipertrofiado grandemente el sentido de la vista y en consecuencia tenemos una
gran sensibilidad para maravillarnos con mucha razón con el modo en que la luz
nos revela los valores de la forma arquitectónica. En nuestra época a veces nos
olvidamos de lo fructífero que ha resultado el matrimonio de las formas
arquitectónicas con las luces. Por una parte, no siempre las sombras consiguen
contornear los relieves, jugando con la gracia del claroscuro natural. Por
otra, la ingeniería de la iluminación homogeneiza la distribución de la
energía, desterrando las penumbras y sus valores.
Algo
importante se nos priva con el uso irreflexivo de la gran cómplice de todos los
tiempos.
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