Mientras a los espacios físicos
se les dota de una extensión fija y determinada, marcada por límites precisos,
los espacios prácticos gozan de una extensión flexible; mientras los primeros
imponen límites fijos, los segundos se amplían al compartirse. El espacio
urbano ha dejado de ser el abstracto espacio euclídeo. Desde el momento en que
aparecen los grandes sistemas de transporte y comunicación, el espacio empieza
a ser medido en términos de tiempo y no de distancias. Así el espacio urbano puede
"comprimirse", extenderse", o "invertirse", como en
una pieza musical, se crean ámbitos y se cancelan, se aceleran o se detienen.
Miquel
Bastons, 1994
Miquel
Bastons, (1994). “Vivir y habitar en la ciudad” en Anuario Filosófico, 1994 (27), 541-556
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