Marca de existencia en el lugar


Emily Schiffer (1980)

La presencia humana hinca en el lugar una marca de existencia.
De un modo tan frágil como poderoso, tan sutil como contundente, tan leve como radical, el cuerpo vivo constituye un aquí. Hacemos sombra y reflejo. Perturbamos la atmósfera tranquila del sitio. Estremecemos el lugar. Inquietamos las circunstancias. Por interposición del cuerpo, tenemos lugar del que un aquí es el origen en el espacio y el tiempo. Tal la marca indeleble de existencia en el lugar.

Presencia y población en la estructura fundamental del lugar


Emily Schiffer (1980)

La presencia y la población efectivas del habitante constituyen las acciones necesarias y complementarias mediante las cuales el cuerpo consigue imprimir en el lugar esto que denominamos aquí estructura fundamental del lugar.Será interesante constatarlo y reflexionarlo, con el fin de entrever esta estructura, elemento clave en el acceso cognoscitivo a la contextura íntima del lugar habitado. A estos efectos, será oportuno pasar a observar e interpretar las inscripciones provocadas sobre el semblante del lugar.

Presencia y población en el paisaje


Emily Schiffer (1980)

En lo que toca al paisaje, es preciso determinar que ésta condición sobreimpuesta al ambiente habitado es efecto de presencia y población.
En efecto, el escenario ofrecido a la consideración del habitante es mérito y hechura de la constitución de este agente en el lugar mediante las dos operaciones complementarias que ya hemos visto. Es la presencia lo que transforma un reducto ambiental en un paisaje. Es la presencia enhiesta y anhelante del sujeto la que confiere sentido de estructura a la concurrencia de la tierra, el cielo y el horizonte. Y es la población del habitante la responsable de la hechura de la figura efectivamente percibida del enclave ambiental. Es la proyección del cuerpo en la habitación del lugar la que distribuye significantes y significados. Es la irradiación de la estructura del cuerpo la que obra configurando el paisaje en tanto tal.

Presencia como habla y población como escritura


Emily Schiffer (1980)

Podemos, sin incurrir necesariamente en metáforas expresivas, equiparar la presencia con el habla y a la población con la escritura
Después de todo, la presencia es un decirse el sujeto de su propia condición de tal. Y también es forzoso reconocer el carácter durativo de los gestos asentados por el cuerpo habitante en el lugar, toda vez que su situación y acontecimiento mueve las cosas a los emplazamientos debidos y tiende a mantenerlos, no sin esfuerzo, en el emplazamiento con el auxilio del cual, el mismo cuerpo puede realizar su acción concreta y acomodada de tener lugar allí. Así es que se despliega la operación compleja y recurrente de habitar: mediante de una instauración poética que dice a la vez que escribe en el palimpsesto del lugar todo y nada más que lo que tiene que decir y registrar al respecto.


Población


Emily Schiffer (1980)

Mientras que la presencia es asunto existencial, la población es tema específico de la habitación del lugar.
Por población entenderemos aquí el conjunto estructurado de proyecciones del cuerpo del habitante que marcan el lugar con signos de vida situada. Así, la presencia se corresponde con el hecho de tener efectivo lugar, mientras que la población tiene relación con la conducta que se aplica a hacer lugar. Con ello se establece una diferencia y complementariedad peculiarmente importante. La presencia puede ser fugaz, episódica, circunstancial, pero la población tiende a perdurar, a subsistir e incluso a sobrevivir. Puede entonces haber población en ausencia, así como formas vagarosas, menguadas y evanescentes de la presencia. Pero lo importante aquí es tratar de lo que sucede cuando a una presencia en acto le corresponde una población honda y aplicada.

Presencia


Emily Schiffer (1980)

Si le creemos al Diccionario, presencia es la circunstancia de existir alguien o algo en determinado lugar. También puede decirse que, mientras que, en ausencia, el ser de alguien es siempre una conjetura que debe probarse, en presencia es que se verifica cabalmente ese su ser. Con la presencia, el ser se muestra y se demuestra, esto es, uno puede, a la vez, presentarse y representarse probadamente. Es por imperio de la presencia habitante de un sujeto que un sitio adquiere, en parte y de modo necesario, su estatuto de lugar. La presencia de un habitante, entonces es, a la vez y recíprocamente, perfeccionamiento y manifestación perceptible de su existencia y prueba contundente y necesaria que tiene lugar allí y entonces.

El sentido de ser vivo


Kati Horna (1912-2000)

Todo es lenguaje en el mundo humano, pero de ninguna manera sólo lenguaje. El sentido no es algo que aprendamos como seres del lenguaje, sino como seres vivos
Najmanovich 2001

En definitiva, la arquitectura no puede aspirar ni más ni menos que resultar una escritura, una emergencia lingüística más de la condición humana.
Sin embargo, subsiste algo que asoma en el trasfondo de toda manifestación lingüística, que es el sentido. Y si nos preguntamos por este sentido, primero y último de toda empresa humana, lo cierto es que es un emergente ya no de la humana condición, sino del estatuto de los seres vivos. Es pues la vida la que confiere sentido a toda la arquitectura y —lo que queríamos demostrar— es el habitar humano un sentido contenido e inexcusable y quizá el primordial de todo texto arquitectónico.

La escritura de la habitación del mundo


Kati Horna (1912-2000)

Hay una arquitectura ajada por la vida que allí tiene lugar.
Hay una arquitectura laxa, que conserva la tibieza de los cuerpos, las fragancias del deseo, los ecos de la pasión, que se estremece con la agitación anhelante. Hay una arquitectura honda de existencia, carácter patente de sí misma, gloria de su condición humana respirada. Hay una arquitectura tenue como las brisas que disipan las atmósferas cargadas en las alcobas, como el agua que refresca las abluciones rituales, como la llama que enardece a los amantes. Hay, en suma, una arquitectura del lugar. Hay, en suma, una arquitectura que es la escritura de la habitación del mundo.

La expresión como conjuro de la poética de la vida


Alec Soth (1969)

La poética del habitar, entonces, es la poética de aquellas cosas de la vida que pueden informar a una expresión literaria que obre como conjuro.
Es imperioso salir en busca de un arte poético que se aplique a dar cuenta de la vida corriente como objeto de atención, tratamiento y referencia. La poesía de la vida no es tanto una hacedera del fenómeno poético en sí, sino apenas un registro prolijo y atento, sensible y perspicaz, fértil y fructuoso de un objeto portador de verdad y belleza intrínsecas.
El arte poético del habitar es oficio ancilar y manifestación vehemente de los estremecimientos gozosos y cordiales de la propia vida. Así, la poética tiene su propia voz y también su peculiar forma de escritura, así como exige un modo señalado de recepción.

La poética del habitar, una poética de acción vital, en principio


Vadim Stein (1967)

¿Dónde buscar la poética del habitar?
Es preciso buscarla en la poética de la acción vital. La más consumada estetización de esta poética la constituye la danza, arte de la práctica corporal del espacio y el tiempo. Pero no debe uno quedarse con la maravilla de estos cuerpos gráciles y sobredisciplinados. Se debe entender que las danzantes vuelven excelente y excepcional una virtud cotidiana de todos los cuerpos humanos. Tal virtud es la conquista del lugar mediante la acción vital, según las coreografías propias de las urgencias y hábitos de la vida cotidiana.
De este modo, conmovidos por la belleza de lo excelente, tornaremos a dirigir nuestra atención a las danzas corrientes de las personas que se afanan en tener su lugar allí donde pueblen, donde su vida ocupe espacios y tiempos, donde su vida corriente encuentra su morada.
Y aprender mucho de ello.

Una virtud poética para cultivar la estructura fundamental del lugar


Jehad Nga

La sensibilidad, el entendimiento y la comprensión no son de modo alguno suficientes para dar cumplimiento a la estructura fundamental del lugar.
También es preciso coronar todo el proceso con un decidido resultado poético. Con la percepción, el entendimiento y la comprensión sólo tenemos sobre nuestras espaldas los recursos cognoscitivos y ético-prácticos, pero es imperativo hacer algo con ellos. Y hacer algo es una tarea poética, por definición. Para ello es necesario percibir y entender cómo es que la propia vida llega a producir la estructura fundamental del lugar, esto es, cómo es que la condición humana habita su lugar produciéndolo a su imagen y semejanza. Porque la tarea arquitectónica de la hora es una interpretación atenta, sensible y facilitadora de los pujos de la vida en los lugares.
Dejemos entonces a la vida llegar a ser y aprendamos la sabia humildad de ponernos a su servicio.


El entendimiento y comprensión de la estructura fundamental del lugar


Katy Grannan (1969)

El desarrollo de una sensibilidad especial para percibir la estructura fundamental del lugar lleva de la mano a su entendimiento y comprensión.
En primer lugar, es necesario reparar que podríamos acaso entender y comprender tal estructura sin llegar a percibirla en sus pormenores, pero esto resultaría en una aprehensión puramente intelectual y conjetural. Poco podríamos avanzar al respecto desprovistos de la capacidad de percibirla por detrás de sus manifestaciones más emergentes. Pero, por otro lado, es necesario rendirse a la evidencia que, a los efectos de actuar práctica y productivamente sobre los lugares efectivamente habitados, nos será ineludible tanto el entendimiento como la comprensión profunda de la realidad operativa de una estructura que no percibiremos nunca desnuda en su ser, sino como ley interior de una patente y palpable arquitectura del lugar.
Por ahora —y quizá, como siempre— vemos las cosas a través de un cristal o espejo oscuro. No estoy seguro si algún día disiparemos la niebla epistemológica, pero confío en que podremos encontrar los instrumentos de observación adecuados para alcanzar en alguna forma, a la vida que acecha del otro lado.

Una sensibilidad destinada a percibir la estructura fundamental del lugar


Jake Borden

La estructura fundamental del lugar es una estructura resultante de la presencia y población del habitante en el campo espaciotemporal en donde tiene lugar.
Es una estructura estructurante en el sentido que confiere forma a su lugar proyectada de modo preciso por obra de la presencia y población del cuerpo del habitante. Es una estructura fundamental en el sentido en que se entiende que la figuración efectiva del lugar es resultado de una vocación de forma propia de este sustento primero y último. Es una estructura, en el sentido en que confiere coherencia a la red de vínculos entre sus componentes, coherencia que no puede faltar en cualquier combinación compleja de elementos con vocación de forma.
Podemos —y debemos—desarrollar una sensibilidad especial para percibir esta estructura fundamental del lugar, en la medida en que, recíprocamente, tal estructura opera sobre el lugar que habitamos. Porque debemos mirarnos con una especial atención en tal espejo.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XIV) La visión

Aleksey Myakishev (1971)

Por su lado, la visión, en nuestro actual estadio civilizatorio, configura el más sofisticado herramental sensible.
Hemos equiparado el poder de la mirada al desvelamiento de la verdad de las cosas y fenómenos del mundo, a título de evidencia. Hemos hecho del atisbo el dispositivo heurístico primordial toda vez que discutimos de perspectivas epistémicas. Hemos multiplicado nuestra acuidad mediante instrumentos que acercan lo lejano, que amplían lo invisible y que nos separan a nosotros sujetos de conocimiento de aquello que apartamos para apreciarlo cognoscitivamente mejor.
Y así vamos por la vida, maravillados con los fantasmas de la luz, la penumbra y la sombra. Hemos hecho del mundo y por imperio de la visión una mágica fantasmagoría y anhelamos esta condición para los lugares que habitamos.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XIII) Confortación térmica


Thomas Freteur

Toda peripecia del habitar puede comenzar con una sensación térmica en la piel.
Una de nuestras actividades más básicas, en efecto, es medir las cualidades del lugar mediante el ajuste de las emisiones de calor a través de la piel. El mundo se juzga por su frescura o tibieza y para ello hay valores precisos, aunque variables según las circunstancias. Se trata de medidas complejas, pero claras y distintas, a partir de las cuales se empieza por apreciar un grado claro y distinto de confort térmico. Es por la piel que comenzamos a juzgar nuestra relación con el mundo, desde antes de huir del vientre materno.
Con ello, el confort medido con la piel es una vivencia profunda, arcaica, primitiva. Hay quien la considera la madre de todas las sensaciones.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XII) Prestar oídos


Julie Blackmon (1966)

Los seres humanos habitamos unas campanas sonoras pobladas de rumores, estrépitos y ecos.
Hay una dimensión sonora que poblamos prestando oídos y profiriendo lo nuestro. Hacemos presencia y población con músicas, palabras, gritos y susurros. Medimos la contextura de los ámbitos mediante la reverberación y nos solazamos en las raras y silenciosas calmas. Cuán honda es nuestra casa, nuestra aula, nuestro estudio es una medida de la que da cuenta el sonido al extinguirse en los rincones. Cuán despojada es nuestra alcoba lo informa la brillantez de la conversación apenas susurrada que no se adormila sino en cortinas y alfombras. Cuán imponente es una nave de un templo sólo se verifica cuando se escucha del órgano la voz majestuosa que fulgura en las bóvedas.
Por todo ello es necesario temperar las habitaciones, como si de instrumentos musicales se tratase

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XI) Husmeos


Vivienne Mok (1986)

Nada más arrancado el infante de su vientre materno, el cosmos irrumpe a través de su primera inhalación. El mundo, en su inaugural acontecimiento, comienza por oler.
El husmeo, por ello, es la más primitiva actividad que pueda experimentarse en la vida. Y el olor del lugar nos inunda para siempre. El anhelo por la supervivencia biológica nos exige respirar y el olfato es el sentido que da cuenta de lo que irrumpe con el aire. ¿Es posible concebir una vivencia más intensa, honda y primitiva? Cierto es que, con los años y el aprendizaje a través de otros sentidos, también aprendemos a sepultar nuestra fragante experiencia originaria en las profundidades de la memoria y el olvido. Cierto es que, con los años y el aprendizaje la cultura nos rodea de un lenguaje de aromas cuidadosamente seleccionados y clasificados para evocar, seducir y también para abominar. Cierto es que habitamos una dimensión que se mide de modo primitivo pero infalible con la nariz.
Pero, en el fondo de nuestro psiquismo, debe yacer aún aquel aroma inaugural del mundo que daríamos tanto por recuperar.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (X) Juegos


Emmanuel Smague (1968)

Quieren las cosas de la condición humana que a cada gesto en cada situación se le sobreimprima el imperio de una regla.
Es que las personas vivimos jugando en todas y cada una de las más circunstancias que no alojen. Quizá porque lo circunstante lo es efectivamente por esa reduplicación del ademán en la regla. Por ello nuestra conducta nunca es espontánea como lo apreciaría la ingenuidad dominante, sino es una observancia aprendida de normas. Habitamos, entonces, también una dimensión que delinea los contornos espaciotemporales de cada juego de la vida, que impone regulaciones y que hace de toda acción una jugada.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (IX) Afectos


Pedro Isztin (1964)

Llamamos erototopo al campo o dominio de deseos insular-humano, porque el deseo erótico ofrece el paradigma de cómo la competición afectiva en los grupos estimula y controla, a la vez, la vida del deseo de quienes viven juntos.  
Sloterdijk, 2004
Los seres humanos palpitan de vida y de deseo.
Hay en el habitar de las personas una dimensión propia de los afectos; proximidades y lejanías relativas que sólo se aprecian en términos de vida del deseo. Todo un mundo de vida puede caber en un abrazo peculiarmente ceñido, mientras que no hay distancia más insalvable que la del desamor, del odio o del desprecio. Hay una dimensión que se aprecia con el roce leve de la piel, con los pormenores del aliento, con las urgencias del deseo. Hay una dimensión que se practica con caricias, con delicados asimientos, con intensas pasiones. Hay una dimensión que se produce con el calor propio del cuerpo, con la vocación de acercarse a Uno y tomar distancia de todos los Demás.
Hay en el habitar humano espacio y tiempo para alojarse en los reductos más apretados e intensamente vividos.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (VIII) Trabajos


Pedro Isztin (1964)

Habitar supone una labor esforzada del cuerpo. Habitar insume trabajo y tal aspecto es una dimensión específica que es necesario descubrir, practicar y también producir.
No es muy a menudo que reflexionamos cuánto hemos hecho y cuánto esfuerzo hemos acumulado para conseguir llegar a la posición que ocupamos tanto en términos físicos como sociales. Este lugar que poblamos y que no puede ser ocupado por otro sin nuestra aquiescencia hospitalaria, es no sólo un territorio conquistado, sino es un lugar cultivado y desarrollado por nuestra obstinación tópica, además que conforma un valor que madura históricamente. La obstinación tópica es la denominación ética específica aplicada en la labor productiva del lugar como tal. En cada lugar habitado, entonces, hay una dimensión propia de las fatigas acumuladas por su locatario, que, en cierta oportunidad, puede detenerse a considerar la cuestión sólo cuando dispone de la facultad del descanso reflexivo.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (VII) Declinaciones


Jake Borden

El ser humano, pues, se emplaza enhiesto en el horizonte a la vez que constituye, en sí mismo, un umbral entre el advenimiento al que enfrenta y a la declinación que deja atrás.
La vida ya vivida fluye hacia las regiones que se abisman tras el horizonte y hacia atrás, hacia las simas de la memoria y el olvido, hacia las sombras de la muerte. Pero no se pierde. Acecha el umbral y sobrevuela los sueños. La vida vivida debe dejarse atrás, que es el lugar apropiado a su peculiar condición. La vida vivida no se echa atrás por su propia vocación sino con una actividad persistente que la arroja allí.
Porque con las declinaciones también se vive. Siempre que nos vigilen la espalda. Siempre que habitemos de espaldas a la vida ya vivida

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (VI) Advenimientos


Pedro Isztin (1964)

Erguido sobre la tierra, el cuerpo humano abre ante sí el horizonte y en una cierta dirección dirige toda su atención, talante y vocación.
Hacia adelante y tras la línea que separa la tierra del cielo se agazapan los advenimientos y a ellos se proyecta el ser humano. Vivimos pendientes de lo que vendrá, de lo que concluirá por manifestarse, aquello que emerge de su escondrijo. En tal dirección del horizonte tenemos no sólo la mirada acechante, sino también allí dirigimos los oídos, también hacia allí dirigimos nuestros pasos y nuestro ánimo. Somos seres animados por la esperanza. Y ésta no es un estado pasivo del espíritu, sino el motor que nos mueve el arrojo. Porque hacia lo que vendrá es que estamos siempre proclives, siempre deseosos, siempre dispuestos. Habitamos entonces también la dimensión fluida de los advenimientos.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (V) Adentramientos


Margaret Stratton (1953)

Cualquier animal semoviente puede irrumpir en una madriguera, pero quizá sólo al ser humano le sea dado poblar una dimensión propia del lugar que es el adentramiento.
Adentrarse en un interior es más que simplemente inmiscuirse. Es prospectar la sustancia íntima del lugar, es hender la interioridad como tal, es trasponer no sólo un umbral, sino también una cierta profundidad, que sólo puede habitarse como tal por un adentramiento humano. No es la marcha, el mero deambular por el ámbito el que da cuenta de tal dimensión, sino de una metódica inmersión en el medio interior, en donde a la vivencia se le superpone la práctica y la producción del propio adentramiento. Esta actividad, práctica consciente de las cavidades, produce y reproduce la profundidad a veces hermética de los ámbitos interiores. Porque hacerse uno un lugar en un interior no es una simple conducta, sino la producción esforzada de una obra de arte.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (IV) Asimientos

Emmanuel Smague (1968)

Una vez que los brazos consiguen apartarse, liberados del compromiso locomotor, las manos aprenden una estratégica habilidad de asir.
Con los asimientos, se arrancan de la naturaleza las cosas. Se colectan, se consideran y se coleccionan. Con el perdurable hábito del prendimiento, el mundo que nos rodea es un mundo ahora a la mano, esto es, un concierto de cosas aprehendidas al ambiente. El mundo es vasto, pero allí donde hacemos presencia y población, allí nos rodeamos de enseres, de un orden de chucherías, de cosas hurtadas. El asimiento es el primer gesto que hace de las cosas unos bienes. Una región próxima del mundo se hace con el gesto prensil de las manos. Y quizá la idea de proximidad en sí misma. El mundo circunvecino es aquel en donde proliferan las cosas que ultrajamos con la manipulación.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (III) Anchuras


Tyler Mitchell (1995)

Al erguirse sobre sus pies, el cuerpo humano eleva física, moral y simbólicamente sus brazos.
Al situarse sobre el horizonte, las extremidades superiores —ahora lo son— abrazan las anchuras del mundo. Es que ahora hay un mundo que ceñir con un gesto. Es que ahora hay una dimensión nueva en mundo, que es la amplitud, producto del ademán. Es que ahora hay un nuevo repertorio de signos de la holgura y del constreñimiento.
Así es que se inaugura el desahogo del lugar. Abriendo los miembros superiores.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (II) Bipedestación


Stanley Kubrick (1928-1999)

La bipedestación es un hábito que se aprende no sin esfuerzo y con importantes consecuencias.
Constituye un primer aprendizaje que se reduplica virtuosamente: aprendemos a aprender y ya no nos detenemos. Pararse no es contentarse con adquirir un trabajoso equilibrio apenas estable, sino hincar una presencia en la tierra, abrir un horizonte y cubrirse con todo el cielo. Pararse, quizá, es una operación necesaria para comenzar a situarse, tarea compleja que sólo culminará cuando, con el auxilio de un espejo, comprendamos íntimamente que tenemos lugar en un orden de cosas que aprenderemos a llamar mundo. Pararse es adquirir un primer bien constitucional.
Parándose, las personas se encaraman en su condición de tales.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (I) Marcha


Stanley Kubrick (1928-1999)

Los animales semovientes practican el lugar hendiéndolo con la marcha.
Pero quizá sólo a los seres humanos le es dado construir, con tal práctica, una dimensión primordial en su mundo. Un mundo que no cesa en abismarse hacia adelante. Porque es posible desandar el camino o detenerse para reordenar las cosas del mundo, entonces la vida puede ser comprendida como una marcha pertinaz, en una asociación inescindible de espacio y tiempo. Porque es posible y oportuno discurrir mientras se marcha, duplicando simbólicamente la actividad en una producción de sentido. Porque es posible y acaso inevitable dolerse con la marcha sin retorno del ser querido y más deseado. Porque vivir, en un sentido fundamental, es marchar, perduramos en el hábito que comienza por rasgar el lugar.

Antropología del habitar ¿Especialidad disciplinar o interdisciplina?


Chris Killip (1946)

En el marco expectante acerca de una antropología del habitar de constitución tan urgente como necesaria, es de prudentes preguntarse si acaso ésta constituiría una especialidad disciplinar o un caso de interdisciplina asociada con el ejercicio arquitectónico.
Es de creer que haya puristas que exijan un desarrollo autónomo y autosuficiente de la ciencia, deslastrándola de los compromisos de la práctica profesional y de toda implementación ulterior. Pero, por otro lado, puede oponerse con buen sentido que las urgencias sociales demandan una interacción intensa de la teoría antropológica comprometida con la práctica social. Hoy es difícil decidir de modo concluyente en tan delicada cuestión.

Antropología del habitar


Cristina García Rodero (1949)

Puede sospecharse que la antropología del habitar pudiera resultar de la interacción de dos vertientes convergentes.
Por un lado, la que elabora un asedio cognoscitivo al cuerpo habitante, mientras que, por otro, avanza una complementaria que estudia los lugares de la vida cotidiana. Toda vez que se constate que, en definitiva, no es posible escindir comprensivamente a las personas del lugar que pueblan, ambos avances resultarán necesariamente concurrentes.
La antropología de los lugares de la vida cotidiana puede construirse sobre una mirada sobre los enclaves que ofician de escenarios a la vida, según las diversas condiciones sociales, culturales y económicas. Puede constituir una mirada complementaria y un importante recurso metódico.

Antropología del cuerpo habitante


Ruth Bernhard (1905-2006)

Por nuestra parte, las urgencias propias nos impiden esperar con paciencia la emergencia de una antropología científica y apropiada.
A modo de sucedáneo de esta podría acaso diseminarse el terreno circundante con improntas de futuros desarrollos, a los efectos de que los más avisados encuentren por fin y al menos ciertas sendas desbrozadas. Así que puede abrirse un camino en el bosque teórico que bien pudiera denominarse una antropología del cuerpo habitante.
El objeto de tal antropología es el estudio descriptivo e interpretativo de la acción del cuerpo habitante, esto es, de las actividades cotidianas de las personas cuando tienen efectivo lugar.

Antropología de las interacciones personales, las percepciones y las vivencias


Cristina García Rodero (1949)

...una antropología responsable, comprometida, encarnada en la sociedad, necesita de la economía, la política y el análisis de las estructuras, pero también del estudio de las interacciones personales, las percepciones y las vivencias. Y ésta es una aportación fundamental que puede hacer una antropología del cuerpo...
Esteban, 2013

Necesitamos una antropología cortada a medida. Necesitamos una antropología otra.
Necesitamos una antropología que explore lo infraordinario, que se aplique a la hermenéutica minuciosa de las escenas de la vida cotidiana. Una antropología de las interacciones personales cuando las personas que las protagonizan tienen lugar. Una antropología de las percepciones acerca de cómo las personas se hacen un lugar. Una antropología de las vivencias que resultan cuando las personas encuentran que, a ciertos efectos, hay lugar.
Mientras Mari Luz Esteban propone al efecto una antropología del cuerpo, Luisa Urrejola ha abordado una antropología del espacio. Se puede cultivar la esperanza que ciertas trayectorias lleguen, más temprano que tarde, a intersectarse.

Antropología del cuerpo en acción

Stanley Kubrick (1928-1999)

El conjunto de los aspectos cognoscitivos de la Teoría del Habitar es, de suyo, materia antropológica.
Por alguna razón no he podido dar aún con aquellos antropólogos que puedan estar dedicando hoy su atención al cuerpo en acción, cuando esta se aplica en el contexto de la vida cotidiana. Puede que el tema se aprecie como si de una materia excesivamente transparente se tratase. O quizá se piense que de lo banal de la existencia corriente no es posible explotar una cantera científica.
Pero es necesario consignarlo. El cuerpo en acción sí que es materia de observación antropológica. Este estudio puede informar de modo científico al ejercicio socialmente responsable de la arquitectura, nada más ni nada menos. Es imperioso encontrar los puentes, los pasajes, los umbrales por los que pasarán los atentos observadores de lo humano. Es que los necesitamos.

El cuerpo habitante


Mario De Biasi, (1923-2013)

A efectos de considerar el cuerpo habitante se deberán realizar al menos dos asunciones fundamentales, necesarias para la correcta construcción epistémica del objeto, de su término y de su significado.
En primer lugar, se deberá superar radicalmente el dualismo mente-cuerpo en pos de la consideración integral del cuerpo viviente, actuante y productivo. Sólo con esta asunción estamos en condiciones de afrontar una empresa antropológica sensata al respecto. En segundo lugar, también se deberá superar el dualismo cuerpo-lugar a efectos de apreciar el cuerpo habitante como lo que es de suyo, esto es, un ser situado, aunado con sus circunstancias.
La consideración del cuerpo habitante, en suma, es la de la vida humana sorprendida en su acontecer concreto, ni más ni menos.

Construcción corporal del habitar


Gloria Baker Feinstein (1954)

El habitar es obra de una construcción corporal de la cual la conciencia se hace cargo de una tasa pequeña de representaciones conceptuales, aún insuficientes.
Es forzoso dirigir una mirada mucho más inquisitiva, comprometida y comprensiva sobre aquello que, probablemente, el cuerpo sepa ya mientras nuestra conciencia social aún no ha logrado traducir en conceptos operativos.
Se impone la tarea de la recepción atenta del lenguaje propio del cuerpo habitante.

Para qué hay y para qué no hay lugar

Stanley Kubrick (1928-1999)

Desde un punto de vista ético-político, las personas nos debatimos entre dos vocaciones sobre la apertura social de los lugares.
Si en un principio podemos afirmarnos en una vocación de apertura, de inclusión y de hospitalidad, proclive a hacerle un lugar a todos los congéneres, también hemos de reconocer, con no poca vergüenza, una vocación antagónica, tendiente al autoconfinamiento, a la exclusión y a la segregación. La ciudad contemporánea es el escenario en donde laceran los efectos de esta última vocación. Pero es preciso entender y comprender que la misma sociedad, la misma economía y el mismo orden social que nos une y solidariza, también y a la vez nos separa y discrimina. Y sólo cuando entendamos y comprendamos esto, entonces será oportuno superarlo. No sería humano dejar de hacerlo.

¿Es que hay lugar para senderos, estancias y umbrales?


Pierre Jamet (1910-2000)

¿Es que hay lugar para senderos, estancias y umbrales?
La pregunta, en su aparente simplicidad es crítica en sus connotaciones. Toda vez que ya podemos entender que no se trata de hacer sitio a expensas de un inexistente espacio vacante, sino de algo mucho más complejo y arduo. Se trata, en verdad de construir las condiciones sociales, políticas y económicas proclives en todo caso a la más amplia apertura social de los lugares efectivamente poblados. Se trata, entonces de abrir los lugares ya habitados para que los Nuevos, los Otros, Los Recién Llegados transiten a su aire sus sendas, se demoren en sus estancias y traspongan sus umbrales.
Esto de modo alguno es un problema meramente técnico constructivo material, sino ético-político.

Umbrales


Dominique Issermann (1947)

Existe una especial simpatía entre la condición humana y la contextura de los umbrales.
Es que en un umbral se articulan entre sí algo que ha sucedido y algo que adviene. El cuerpo de las personas, por su parte, es también una región fronteriza que tiene la misma constitución. A causa de ello, a los sujetos le conmueve de un modo particular el poblar los umbrales. Es un estremecimiento armónico del cuerpo en el lugar en donde encuentra una suerte de espejo propio. Cada vez que hay umbrales franqueados a la condición humana, esta se solaza en una trémula vivencia.


Estancias


Pierre Jamet (1910-2000)

Donde hay estancias hay demoras, ensimismamientos y querencias.
El cuerpo opta, en ciertas circunstancias, por esperar, por detener su marcha, por arrimarse a un enclave propicio. El sosiego, entonces, inaugura la razón de ser de las estancias. Es entonces oportuno ahondar en una región serena. Son los muros de las habitaciones los que amparan la placidez de la demora del cuerpo del bullir del mundo. Y son estos muros también los que disponen la luz, el calor, el sonido y las fragancias del ensimismamiento. Bajo el imperio del cielo, la cubierta cobija la querencia y atravesando los suelos, las personas echan raíces de memoria, diseminan afecto y ofrendan volver, una y otra vez, a las cordiales rutinas de las estancias que siempre están allí, esperando.


Senderos


René Groebli (1927)

Los senderos se hacen andando.
La decisión de dirigirse en una determinada dirección la tiene la proyección del cuerpo en el horizonte habitado. Sólo cuando el cuerpo opta por su destino, sólo entonces es posible y hasta necesario hacer la senda. Es la marcha la que descubre por dónde errar para encontrar el itinerario correcto. Son los pasos que hacen huellas los que desbrozan el camino. El lugar de la senda se construye con una suerte de liberación; porque el sendero se contenta con ofrecerse indiscutible al movimiento, acomodado al paso, descubierto a la marcha. Los senderos son aquellas regiones en que tenemos lugar andando y esto es mucho más que circular. Es descubrir y practicar, en los lugares, su vocación de sendas que nos conducen, con precisión, a nuestro destino.

El proyecto corporal del habitar


Gloria Baker Feinstein (1954)

Al cuerpo siempre le acompaña una sombra como una emergencia otra de su propia constitución de entidad.
El habitar del cuerpo es un proyecto en un doble sentido. Hacia adelante en el tiempo proyectamos lo que no es, pero podrá llegar a ser, si nos aplicamos prácticamente para ello. Todo aquello que nos rodea resulta de una operación de anticipación conceptual, formal y figurativa. Habitamos hoy lo que ha sido un proyecto ayer. Por otra parte, hacia atrás en el tiempo, habitamos no sólo lo que es, sino también la memoria de lo que ha sido. Nuestra historia no sólo nos precede, sino que nos puebla. Habitamos para siempre los lugares originarios, los paraísos perdidos de la infancia y aquellos lugares que nos reclaman a veces desde los sueños.
En virtud de ello, habitar no constituye una forma prístina y simple, sino un acontecer tardo y constante.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (III)


Gloria Baker Feinstein (1954)

Los ademanes y marcas del cuerpo en el lugar resultan en una escritura de la vida en su folio más propio.
Porque el lugar es una geografía es que el cuerpo traza allí mismo los sucesivos mapas cognitivos que lo orientan, ubican y sitúan. El conocimiento de primera mano del lugar por el cuerpo es obra de este trazado en que se aúnan la representación y lo representado. Porque el lugar es una historia es que el cuerpo escribe tanto su sucesión de hechos como su crónica. La historia del cuerpo es la memoria viva del lugar tanto como el escenario donde cada gesto atesora su cuota de significado. Allí donde el cuerpo escribe su peripecia cuando tiene lugar, allí se desarrolla la más intrigante de las geografías, que es la cotidiana y la más interesante de las historias, que es la de la vida corriente. Tal escritura es esto que aquí denominamos, arquitectura del lugar.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (II)


Dominique Issermann (1947)

El cuerpo se prodiga tanto en gestos como en marcas sobre el lugar.
El uso desluce las cosas de vivir, el hábito las coloca siempre en un orden particular, las implementaciones diversas y sucesivas vuelven a los objetos cotidianos en memorias y símbolos de lo vivido, así como estilizaciones propias de su peculiar régimen de historia. De nuestra vida les quedan a los lugares las huellas de nuestros tactos, de nuestra particular fragancia, ciertas peculiares tibiezas de nuestra presencia. Y todas aquellas vejaciones que le infligimos con el afecto destinado a la cosa propia y amada.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (I)


Dominique Issermann (1947)

El lugar se ve mecido constantemente por los ademanes del cuerpo que lo puebla.
Este trabajo de los gestos es leve, constante y laborioso. Pese a su tenuidad, las cosas de vivir consiguen ocupar el lugar que les dictan todos y cada uno de los ademanes del cuerpo. Y son los más leves y los más tenidos por nimios los más importantes, porque las cosas terminan, tarde o temprano a ubicarse según su imperio pertinaz. La virtud de la constancia, la recurrencia de los gestos puede ser la portadora de su más secreta virtud. Las cosas terminan colocadas allí donde el hábito las deja. Esta labor gestual es un trabajo arquitectónico, el más humilde, quizá, pero de ninguna manera el menos aplicado.

Escrituras en el lugar


Mario De Biasi, (1923-2013)

Para que haya lugar es necesario que opere una tarea social de producción.
Hay lugar, en efecto, cuando se transforman, se rearticulan y se abren los lugares con vocación de hospitalidad. Esta tarea social de producción es la arquitectura cuando está inspirada por la vocación de los lugares establecidos que se abren al Otro, al Nuevo, al Diferente. Contra esta vocación luchan activa y primitivamente los instintos de confinamiento, de exclusión socioespacial y de segregación. Es que vivimos un mundo que nos va quedando chico, una sociedad que se nos estrecha en torno a los grupos de afinidad más o menos inmediatos y una ciudad amurallada por una urbanización amorfa para excluidos. Pero siempre será necesario tenerlo en cuenta; los lugares constituidos por seres humanos, seres signados por el gregarismo, son y deben seguir siendo abiertos a que haya lugar para todos.