El cuerpo habitante


Mario De Biasi, (1923-2013)

A efectos de considerar el cuerpo habitante se deberán realizar al menos dos asunciones fundamentales, necesarias para la correcta construcción epistémica del objeto, de su término y de su significado.
En primer lugar, se deberá superar radicalmente el dualismo mente-cuerpo en pos de la consideración integral del cuerpo viviente, actuante y productivo. Sólo con esta asunción estamos en condiciones de afrontar una empresa antropológica sensata al respecto. En segundo lugar, también se deberá superar el dualismo cuerpo-lugar a efectos de apreciar el cuerpo habitante como lo que es de suyo, esto es, un ser situado, aunado con sus circunstancias.
La consideración del cuerpo habitante, en suma, es la de la vida humana sorprendida en su acontecer concreto, ni más ni menos.

Construcción corporal del habitar


Gloria Baker Feinstein (1954)

El habitar es obra de una construcción corporal de la cual la conciencia se hace cargo de una tasa pequeña de representaciones conceptuales, aún insuficientes.
Es forzoso dirigir una mirada mucho más inquisitiva, comprometida y comprensiva sobre aquello que, probablemente, el cuerpo sepa ya mientras nuestra conciencia social aún no ha logrado traducir en conceptos operativos.
Se impone la tarea de la recepción atenta del lenguaje propio del cuerpo habitante.

Para qué hay y para qué no hay lugar

Stanley Kubrick (1928-1999)

Desde un punto de vista ético-político, las personas nos debatimos entre dos vocaciones sobre la apertura social de los lugares.
Si en un principio podemos afirmarnos en una vocación de apertura, de inclusión y de hospitalidad, proclive a hacerle un lugar a todos los congéneres, también hemos de reconocer, con no poca vergüenza, una vocación antagónica, tendiente al autoconfinamiento, a la exclusión y a la segregación. La ciudad contemporánea es el escenario en donde laceran los efectos de esta última vocación. Pero es preciso entender y comprender que la misma sociedad, la misma economía y el mismo orden social que nos une y solidariza, también y a la vez nos separa y discrimina. Y sólo cuando entendamos y comprendamos esto, entonces será oportuno superarlo. No sería humano dejar de hacerlo.

¿Es que hay lugar para senderos, estancias y umbrales?


Pierre Jamet (1910-2000)

¿Es que hay lugar para senderos, estancias y umbrales?
La pregunta, en su aparente simplicidad es crítica en sus connotaciones. Toda vez que ya podemos entender que no se trata de hacer sitio a expensas de un inexistente espacio vacante, sino de algo mucho más complejo y arduo. Se trata, en verdad de construir las condiciones sociales, políticas y económicas proclives en todo caso a la más amplia apertura social de los lugares efectivamente poblados. Se trata, entonces de abrir los lugares ya habitados para que los Nuevos, los Otros, Los Recién Llegados transiten a su aire sus sendas, se demoren en sus estancias y traspongan sus umbrales.
Esto de modo alguno es un problema meramente técnico constructivo material, sino ético-político.

Umbrales


Dominique Issermann (1947)

Existe una especial simpatía entre la condición humana y la contextura de los umbrales.
Es que en un umbral se articulan entre sí algo que ha sucedido y algo que adviene. El cuerpo de las personas, por su parte, es también una región fronteriza que tiene la misma constitución. A causa de ello, a los sujetos le conmueve de un modo particular el poblar los umbrales. Es un estremecimiento armónico del cuerpo en el lugar en donde encuentra una suerte de espejo propio. Cada vez que hay umbrales franqueados a la condición humana, esta se solaza en una trémula vivencia.


Estancias


Pierre Jamet (1910-2000)

Donde hay estancias hay demoras, ensimismamientos y querencias.
El cuerpo opta, en ciertas circunstancias, por esperar, por detener su marcha, por arrimarse a un enclave propicio. El sosiego, entonces, inaugura la razón de ser de las estancias. Es entonces oportuno ahondar en una región serena. Son los muros de las habitaciones los que amparan la placidez de la demora del cuerpo del bullir del mundo. Y son estos muros también los que disponen la luz, el calor, el sonido y las fragancias del ensimismamiento. Bajo el imperio del cielo, la cubierta cobija la querencia y atravesando los suelos, las personas echan raíces de memoria, diseminan afecto y ofrendan volver, una y otra vez, a las cordiales rutinas de las estancias que siempre están allí, esperando.


Senderos


René Groebli (1927)

Los senderos se hacen andando.
La decisión de dirigirse en una determinada dirección la tiene la proyección del cuerpo en el horizonte habitado. Sólo cuando el cuerpo opta por su destino, sólo entonces es posible y hasta necesario hacer la senda. Es la marcha la que descubre por dónde errar para encontrar el itinerario correcto. Son los pasos que hacen huellas los que desbrozan el camino. El lugar de la senda se construye con una suerte de liberación; porque el sendero se contenta con ofrecerse indiscutible al movimiento, acomodado al paso, descubierto a la marcha. Los senderos son aquellas regiones en que tenemos lugar andando y esto es mucho más que circular. Es descubrir y practicar, en los lugares, su vocación de sendas que nos conducen, con precisión, a nuestro destino.

El proyecto corporal del habitar


Gloria Baker Feinstein (1954)

Al cuerpo siempre le acompaña una sombra como una emergencia otra de su propia constitución de entidad.
El habitar del cuerpo es un proyecto en un doble sentido. Hacia adelante en el tiempo proyectamos lo que no es, pero podrá llegar a ser, si nos aplicamos prácticamente para ello. Todo aquello que nos rodea resulta de una operación de anticipación conceptual, formal y figurativa. Habitamos hoy lo que ha sido un proyecto ayer. Por otra parte, hacia atrás en el tiempo, habitamos no sólo lo que es, sino también la memoria de lo que ha sido. Nuestra historia no sólo nos precede, sino que nos puebla. Habitamos para siempre los lugares originarios, los paraísos perdidos de la infancia y aquellos lugares que nos reclaman a veces desde los sueños.
En virtud de ello, habitar no constituye una forma prístina y simple, sino un acontecer tardo y constante.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (III)


Gloria Baker Feinstein (1954)

Los ademanes y marcas del cuerpo en el lugar resultan en una escritura de la vida en su folio más propio.
Porque el lugar es una geografía es que el cuerpo traza allí mismo los sucesivos mapas cognitivos que lo orientan, ubican y sitúan. El conocimiento de primera mano del lugar por el cuerpo es obra de este trazado en que se aúnan la representación y lo representado. Porque el lugar es una historia es que el cuerpo escribe tanto su sucesión de hechos como su crónica. La historia del cuerpo es la memoria viva del lugar tanto como el escenario donde cada gesto atesora su cuota de significado. Allí donde el cuerpo escribe su peripecia cuando tiene lugar, allí se desarrolla la más intrigante de las geografías, que es la cotidiana y la más interesante de las historias, que es la de la vida corriente. Tal escritura es esto que aquí denominamos, arquitectura del lugar.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (II)


Dominique Issermann (1947)

El cuerpo se prodiga tanto en gestos como en marcas sobre el lugar.
El uso desluce las cosas de vivir, el hábito las coloca siempre en un orden particular, las implementaciones diversas y sucesivas vuelven a los objetos cotidianos en memorias y símbolos de lo vivido, así como estilizaciones propias de su peculiar régimen de historia. De nuestra vida les quedan a los lugares las huellas de nuestros tactos, de nuestra particular fragancia, ciertas peculiares tibiezas de nuestra presencia. Y todas aquellas vejaciones que le infligimos con el afecto destinado a la cosa propia y amada.

El trabajo y la conciencia corporal del lugar (I)


Dominique Issermann (1947)

El lugar se ve mecido constantemente por los ademanes del cuerpo que lo puebla.
Este trabajo de los gestos es leve, constante y laborioso. Pese a su tenuidad, las cosas de vivir consiguen ocupar el lugar que les dictan todos y cada uno de los ademanes del cuerpo. Y son los más leves y los más tenidos por nimios los más importantes, porque las cosas terminan, tarde o temprano a ubicarse según su imperio pertinaz. La virtud de la constancia, la recurrencia de los gestos puede ser la portadora de su más secreta virtud. Las cosas terminan colocadas allí donde el hábito las deja. Esta labor gestual es un trabajo arquitectónico, el más humilde, quizá, pero de ninguna manera el menos aplicado.

Escrituras en el lugar


Mario De Biasi, (1923-2013)

Para que haya lugar es necesario que opere una tarea social de producción.
Hay lugar, en efecto, cuando se transforman, se rearticulan y se abren los lugares con vocación de hospitalidad. Esta tarea social de producción es la arquitectura cuando está inspirada por la vocación de los lugares establecidos que se abren al Otro, al Nuevo, al Diferente. Contra esta vocación luchan activa y primitivamente los instintos de confinamiento, de exclusión socioespacial y de segregación. Es que vivimos un mundo que nos va quedando chico, una sociedad que se nos estrecha en torno a los grupos de afinidad más o menos inmediatos y una ciudad amurallada por una urbanización amorfa para excluidos. Pero siempre será necesario tenerlo en cuenta; los lugares constituidos por seres humanos, seres signados por el gregarismo, son y deben seguir siendo abiertos a que haya lugar para todos.

Hay lugar


Marc Riboud (1923-2016)

Cuando nos interrogamos acerca si, en ciertas circunstancias, hay (o no hay) lugar, la cuestión se centra en la oportunidad de una novedosa irrupción en un continuo de lugares ya constituidos.
Haber lugar, en este contexto, quiere decir pronunciarse sobre si una presencia humana cuenta con una hospitalidad provista por los lugares efectivamente poblados. Toda presencia humana implica tener lugar en un entramado ya ocupado, en donde cada uno se hace su lugar oportuno y pertinente. En tales condiciones, esta presencia ha lugar.

Sobre hacer lugar


René Groebli (1927)

El cuerpo opera en forma pertinaz prodigando ademanes, marcas y escrituras sobre los lugares.
Es así que los enclaves habitados se hacen eco lábil de los gestos y sus sombras. Por doquier resuenan las vibraciones del aire respirado por la vida, los relictos fragantes de la presencia de los cuerpos, las tibiezas de la ocupación.
El lugar habitado resulta en arrugas, en pliegues, en el metódico caos ordenado por los andares. Las superficies registran las heridas cotidianas de la manipulación. La esfera habitada se extenúa de vida trascurrida.
Los cuerpos vivientes se ensañan con la escritura sobre los lugares. Las superficies vejadas por el uso, el orden que compone a las cosas de vivir, la forma particular del imperio de la población, constituyen una escritura de actos, de objetos, de arquitecturas.
El cuerpo, escribiendo de esta manera, consigue hacerse un lugar

La significación habitable del lugar


René Groebli (1927)

Un lugar es un campo espaciotemporal afectado con la población conmovedora de un cuerpo habitante.
El cuerpo, viviente, cumple con su vocación habitante perturbando la red de dimensiones, energías y tensiones que obran como circunstancias, hincándose en la sustancia lábil, confiriendo forma, figura y significado, así como moldeando conjuntamente la materia de los sueños, la del deseo y esa resignada atadura que llamamos realidad.
Un lugar es aquello que resulta en un sitio producto de la más intensa e íntima caricia del cuerpo que lo puebla.

El lugar que hay en un banco de plaza


Peter Marlow (1952-2016)

Toda vez que una presencia corporal humana disemina su imperio sobre un lugar, éste se colmata de un modo particular.
Veamos qué sucede en un banco público. Una persona —o mejor aún, una pareja— puede dominar la totalidad del asiento, aun cuando, desde el punto de vista físico, haya sitio disponible. Cierto, puede haber sitio, pero esto no quiere decir que haya lugar. Para que haya lugar para un recién llegado, el ocupante debe replegarse, aquiescente y hospitalario, recoger en parte su proyección sobre el asiento, de manera de hacer lugar al nuevo ocupante. Los lugares como tales no están nunca vacantes, sino que siempre alguien que nos franquea el paso y nos invita a hacernos uno en el sitio que nos libera. Porque hacer un lugar también es administrar sus dimensiones en consideración de la vida social.

Hacerse un lugar


Berenice Abbott (1898-1991)

Hacer un lugar es la operación recíproca y complementaria a tener lugar.
La presencia humana hace lugar cuando irradia su condición sobre el entorno. Tal irradiación es un imperio, un suceso de población, una demarcación territorial. Hasta qué confines se extiende tal expansión es asunto de tasas de energía, disponibilidad de gestos y grados de soledad siempre relativas. El cuerpo humano es un fanal que inunda de voz propia las estancias, pero también los senderos y aún los umbrales. El lugar se colmata así del calor y la fragancia del habitante.
El cuerpo ya no solo tiene lugar, sino que, puede comprobarse, se ha hecho un lugar gracias a sus ademanes, a sus marcas, a su escritura sobre las cosas dispuestas a su alcance.

Tener lugar


René Groebli (1927)

Tener lugar implica, según hemos visto, experimentar en carne propia cómo nos inundan las circunstancias, cómo la operación conjunta y concertada de influjos, improntas y vivencias nos alcanzan, en forma particular a cada uno de nosotros de un modo original, único, irremediable. Tanto en la superficie, así como en las profundidades interiores del cuerpo, los influjos y las improntas escriben las vivencias del mundo: nuestras peripecias se vuelven nuestra historia de vida y nuestros mapas cognitivos se tornan nuestra cosmovisión. Así, nuestra propia fisonomía se vuelve el memorial en donde se inscriben nuestras circunstancias y la arquitectura de estas condiciones es aquella que nos instala y nos sujeta en nuestro lugar.

El sentido de hacer lugar


Berenice Abbott (1898-1991)

Para construir un edificio es necesario acopiar materiales, energías, trabajo y un plan informativo y directivo. Mientras tanto, para construir un lugar es preciso colmatar de vida un sitio con la acción del cuerpo habitante.
El cuerpo debe constituirse como presencia y población, que es diferente a la mera apertura de un sitio, como el que se realiza desbrozando un terreno para construir un edificio en éste. Hacer de la vacuidad de un sitio la plenitud de un lugar implica actuar el cuerpo, practicar el lugar, realizar una completa irrupción de lo humano allí y entonces. Todo el sentido de hacer lugar descansa en tres operaciones fundamentales del cuerpo: marchar, demorarse y trasponer.
Cuando un sujeto sin techo consigue detener su marcha y descansar en algún rincón más o menos propicio de la vía pública podemos apreciar que tal persona carece de muchas cosas, aunque no obstante reconoceremos que, al menos, tiene lugar. Un lugar precario, inseguro e infamante, por cierto. Y, no obstante, es un lugar. Y es como lugar que demanda nuestra especial atención, porque más de una brillante realización arquitectónica no deja de ser una magnífica vacuidad hasta el preciso momento en que una persona consigue tener lugar allí. Porque la arquitectura que nos incumbe es aquella que se realiza sólo cuando se colmata de vida.

Trasposiciones


Berenice Abbott (1898-1991)

Los seres humanos somos seres liminares.
Habitamos el delgado límite entre el pasado y el futuro, la diáfana frontera entre lo conocido y lo por conocer, el crítico paso entre lo exterior y lo íntimo. Por ello proyectamos sobre el lugar esa humana condición con la trasposición, una y otra vez, de umbrales, de puertas, de ventanas. Es allí en donde nuestro ser íntimo se conmueve en las irrupciones, en las esperas, en las custodias. Al cruzar un umbral, algo adviene mientras otro se abisma atrás; uno inaugura en el mismo momento que clausura; un andariego llega por fin, a la vez que abandona para siempre otro lugar.
Los umbrales tienen, en su trasposición, algo de irremediable, de irreversible, de misión cumplida.

Demoras


Berenice Abbott (1898-1991)

Mientras marchamos, la profundidad perspectiva aúna de modo difícilmente discernible el espacio y el tiempo. Pero nuestra marcha concreta tiene ritmos, cesuras, pausas. Precisamente allí en donde detenemos la marcha es ya factible fijar unas ciertas dimensiones espaciales mientras que en la espera sigue fluyendo, diferente, el tiempo.
Detener la marcha es bueno para recapitular, para reflexionar, para ejercer opciones o rumbos. Demorarse es habitar de un modo selectivo: aquí ya se refiere a una tasa de pasado y a otra de futuro, que comprenden un ahora al que se buscará, ilusoriamente, volver. Un aquí fijado relativamente en un fluir temporal que se enrolla sobre sí mismo en espiral, esto es, propiamente, una habitación, una estancia, una morada.
Así construimos eso que llamamos nuestra casa, con una confinación tan durable como permeable de un aquí, atravesada por un tiempo que se vivencia en ciclos. Con demoras que se suceden y sedimentan día tras día.

Tránsitos


Berenice Abbott (1898-1991)

Por allí donde el majestuoso paso de las personas consigue suceder, sobreviene un camino. Y sólo entonces un sitio despejado se vuelve un sendero.
La marcha, en su decisiva sencillez y en su lograda práctica, es la matriz de gestos corporales que preludia la constitución efectiva de sendas, calles y avenidas, de pasajes, corredores y galerías. Sobre las cadencias, esfuerzos y fatigas de la marcha se originan metáforas de la vida, la realización personal y el desarrollo de la vida social. Avanzamos. si bien no siempre podemos realizarlo con una rectilínea y expeditiva contundencia. Nos detenemos a reflexionar y retomar nuestro camino. Optamos por cambiar el rumbo. Volvemos, porque siempre estamos de vuelta a nuestro hogar que nos espera. Es marchando que damos forma arquitectónica vívida a nuestro camino y es de esperar que, en toda circunstancia, nos encuentre en la senda correcta y dirigidos al destino conveniente de ésta.

La construcción del lugar por las prácticas del cuerpo


Berenice Abbott (1898-1991)

Mientras que la construcción combina entre sí diversos materiales, la arquitectura del lugar aúna estructuralmente los más variados gestos de los cuerpos.
Es que puertas adentro de una arquitectura “dura” de ladrillo, madera, hormigón y acero, se desarrolla a su modo una arquitectura laxa de la vida que consigue tener lugar allí. Por lo general, la arquitectura “dura” constriñe y sofoca a la arquitectura laxa. Aunque la vida experimenta un relajado alivio cuando consigue, a pesar de todo, concluir por prevalecer.
Si a una mesa, como cosa en sí, le basta con un tablero y un juego de patas bien encoladas, al lugar vivido y exultante de una mesa lo animan sólo las conversaciones de las personas que en torno a ella se sientan, el cruce de sus recíprocas miradas y esa especial complicidad que guardan entre sí los que pueblan una mesa servida.

El cuerpo, arquitecto fundamental del lugar


Gloria Baker Feinstein (1954)

A partir de la hipótesis que sostiene que es por obra de la acción que a las personas les es dado, en el mismo acto, tanto padecer como protagonizar el mundo que pueblan, puede sostenerse que el cuerpo humano es el arquitecto fundamental del lugar.
Esto tiene importantes consecuencias. La primera es que, por obra y gracia de la sustancia humana en las arquitecturas del lugar, éste tiene estructura, forma y figuras propias. No se trata ya del mero espacio sin forma, homogéneo e isótropo al que estamos acostumbrados a considerar como materia prima arquitectónica. La segunda es que, puede constatarse, preexiste en la arquitectura del lugar la función humana (operación, uso o implementación) a la constitución de cualquier elemento constructivo. En otros términos, a una ventana le precede un complejo y rico conjunto de buenas razones para asomarse por allí. En tercer lugar, puede entenderse el ejercicio arquitectónico humanista como una operación de desvelamiento y amparo de una condición humana concreta, antes que el puro imperio de la geometría sobre la materia construida.


Influjos, improntas y vivencias: aprendizajes en el cuerpo


Gloria Baker Feinstein (1954)

Puede sospecharse con cierto fundamento que la acción del cuerpo es el dispositivo que articula la percepción subjetiva del lugar con la facultad de intervenir creadoramente en éste.
En otros términos, la acción corporal transforma a los influjos, las improntas y las vivencias del lugar en actividades, rituales y ceremonias que le otorgan tanto forma como sentido. Es la acción humana la que articula la pasión del tener lugar con la facultad de hacer lugar. Se puede decir, entonces, que sólo por obra de la acción a las personas les es dado, en el mismo acto, tanto padecer como protagonizar el mundo que pueblan.

Actividades, rituales y ceremonias


Gloria Baker Feinstein (1954)

Cabe considerar un examen preliminar de una tipología de la acción corporal habitable.
Pueden considerarse actividades aquellas acciones relativamente simples —aunque significativas— que se desarrollan a lo largo de una dimensión práctica del habitar. Es factible que tales actividades otorguen realidad efectiva a estas dimensiones, que, en su conjunto integrado conforman, a la vez, una estructura del cuerpo, así como se proyectan desde éste a la configuración de la estructurar fundamental del lugar. Son ejemplos de actividades la marcha o la bipedestación
Cuando se coordinan entre sí un conjunto de actividades conforman un ritual específicamente dirigido a dar cumplimiento corporal a una determinada tarea. Un ritual, en este contexto, es ya un comportamiento dotado de significado por obra de una práctica habitual que se vuelve recurrente en la vida de los sujetos. El conjunto estructurado de operaciones para freír un alimento o los gestos desplegados para tender una mesa son ejemplos de ritual.
Por fin, un conjunto estructurado de rituales da lugar a la conformación de una ceremonia, que es una conducta compleja, integrada y finalista que se reconoce como hábito regular y se desempeña en pos de la satisfacción de una demanda fundamental para habitar, tal como el cocinar o el dormir.

Sensaciones en acción


Else Simon (1900-1942)

¿Por qué no pensar que es la acción del cuerpo aquel mecanismo superior unificador de las sensaciones?
Es mediante el juego, la danza y el trabajo que aprendemos a habérnoslas con el mundo. Puede sospecharse que estos instrumentos operan no sólo en la función de aprendizajes puntuales o específicos, sino también como recursos para aprender a aprender. Después de todo, nuestra vivencia de la profundidad perspectiva se funda en la marcha, actividad que aprendemos a realizar en una etapa crítica de la vida. En el decurso posterior, no sólo habitamos esta profundidad en forma de senderos, sino que hemos aprendido a aprender de otras actividades corporales. De esta forma, el cuerpo sintetiza las sensaciones en acciones con sentido, esto es, actividades a las que asigna un significado que proyecta sobre los lugares que ocupa. Puede que cada gesto del cuerpo sea portador de un aprendizaje capital para la habitación de los lugares.

Sensaciones en movimiento


Else Simon (1900-1942)

Lo cierto es que todas las sensaciones y todas las percepciones resultan del movimiento del cuerpo.
Uno tiene lugar cuando lo practica, lo que quiere decir que lo excava, lo explora, lo revela con el movimiento. La evidencia estéticamente superior de este hecho lo muestra la danza. Las danzantes consiguen un acabado dominio del lugar que pueblan a costa de una práctica específica que ocupa las distintas regiones del tiempo y el espacio, realizando efectivamente el lugar. Las danzantes consiguen la excelencia allí donde el resto torpe de las personas hacemos en nuestra vida cotidiana: aplicarse a las coreografías de la vida. Es muy posible que el sentido superior que unifica todas nuestras sensaciones particulares sea nuestro ejercicio de semovientes, cuando este ejercicio cobra un especial sentido para nosotros y lo proyecta sobre el lugar que ocupamos en y con propiedad.


Integralidad sensible


Else Simon (1900-1942)

Las personas, en compromiso de habitar, integran coherentemente sus sensaciones. Esto les permite, literalmente, tener lugar.
Puede pensarse que tal integración se deba a la operación de una suerte de protosentido fundamental —que según algunos bien podría ser el tacto— que aunaría los influjos sensibles especializados, tales como la visión, la audición, el olfato, el gusto y el tacto. También pudiera pensarse en una suerte de virtud sistémica que tuviesen las sensaciones particulares, las que se integrarían por sí mismas según el producto interno de sus mutuas interacciones, más que por su pura agregación algebraica. Pero también puede pensarse en una función sensible superior, no asignable a algún sentido conocido en particular, que sea responsable que nuestro mundo nos sea inteligible por más caótico que se presentasen las sensaciones específicas.
No puedo hoy optar decidida y fundadamente por alguna de estas tres opciones, pero una muy vaga sospecha me conduce a considerar con cierta atención reflexiva la última.

¿El tacto como madre de los sentidos?


Connie Imboden (1953)

Tanto Juhani Pallasmaa (2005) como Ashley Montagu (1986) han desarrollado en extenso y ahincadamente la defensa del sentido del tacto.
Ante el imperio cultural del llamado oculocentrismo (el dominio operativo y simbólico del sentido de la vista), se reacciona oponiendo argumentos que rescatan al tacto como un sentido especial y a la propia piel como órgano sensible primordial. Forzoso es examinar con cuidado tales aportes con el fin de comprobar, de primera mano, la solidez de estas tesis. Con mucho, el señalamiento de una diferencia crucial entre la vista y el tacto puede inclinar la balanza de las consideraciones al respecto. Mientras que la vista guarda una relación distal con lo percibido, el tacto opera siempre proximalmente. Esta diferencia puede resultar decisiva en el caso de la percepción habitable, ya que aquello que efectivamente habitamos, necesariamente se constituye mediante una disponibilidad inmediata, próxima y envolvente.

Multisensorialidad de la pasión habitable


Frederick H. Evans (1853-1943)

El cuerpo recibe los influjos del lugar y los procesa con el conjunto estructurado de sus sentidos.
En contra de lo que es habitual considerar, la percepción visual no es la única responsable de nuestras vivencias entrañables de la arquitectura. Y quizá ni siquiera sea el sentido de la vista el medio más idóneo para cargar con el compromiso de la síntesis multisensorial.
La pasión habitable se experimenta con toda la sensibilidad, la que se estructura de un modo en que no comprendemos bien en la actualidad. De ello se infiere que los perceptos del lugar son de suyo complejos, aunque coherentes y significativos. Es tiempo de arriesgar la hipótesis que enuncia que hay una sensibilidad múltiple del cuerpo específicamente estructurada, al menos para dar cuenta de las vivencias de las personas en el lugar que pueblan.
De esta hipótesis se desprenden ciertas derivaciones importantes. La primera es que es preciso atender y considerar en todo su potencial y realización efectiva el aporte de todos los sentidos. Al respecto, es ejemplar el estudio minucioso realizado por Juhani Pallasmaa en su Los ojos de la piel (2005). No se abundará aquí en tal aspecto. El segundo corolario de la hipótesis es que la sensibilidad, a nuestro respecto, se presenta estructurada, esto es, compuesta de modo complejo, coherente y finalista. La tercera deriva es la que considera que el habitar supone una disposición sensible específica que es preciso estudiar y cultivar.

La vocación de autenticidad del lugar


Paul Strand (1890-1976)

Hay en todo lugar una tercera vocación, que es la que aboga por la autenticidad.
Tal autenticidad es producto superior de la síntesis de la plenitud viva propia del lugar. Es una virtud que debe ser aquilatada en su valor, cuidada éticamente y cultivada con esmero por parte de una arquitectura humanista. Porque la fuente de sentido genuino de los lugares habitados es la excelencia en resultar una cabal fisonomía de las personas que la pueblan, una expresión superior de su cultura y su proyección de futuro como civilización.
No hay logro científico, ético y artístico más valioso y perdurable que la autenticidad intrínseca de los lugares.

Tener lugar, hacer lugar, haber lugar


Lewis Hine (1874-1940)

Hemos llegado al punto en que se vuelve oportuno aplicar verbos al sustantivo lugar, a los efectos de apreciar las acciones, las actividades, las ceremonias del habitar.
Ya hemos anticipado ciertos aspectos de la locución tener lugar. Cuando tenemos lugar experimentamos una proyección desde el sitio que ocupamos sobre el cuerpo. Experimentamos el lugar, como afirma el tópico, en carne propia. Padecemos sus inclemencias y nos arropamos en su cobijo. Tomamos de éste lo que nos conviene y nos recluimos allí. Tener lugar es diferente a poseerlo; en realidad, cuando tenemos lugar éste es el que nos posee a nosotros.
Diferente cariz lo tenemos en la expresión hacer(se) uno un lugar. En tal caso, es el cuerpo que proyecta su designio y acción sobre el lugar. El hacerse un lugar es la operación arquitectónica por excelencia, que proviene de todo mínimo y fundamental acondicionamiento que busca el acomodo siquiera precario del cuerpo en el lugar. Supone una disposición de las cosas según éstas resultan compuestas y a la mano para imperar el cuerpo en el lugar hecho, ahora sí, suyo.
Pero un sentido nuevo y singularmente interesante lo obtenemos del enunciado haber lugar. Cuando decimos que algo o alguien ha lugar significamos que hace presencia en la oportunidad que le corresponde a un orden de cosas —o del discurso que da cuenta de las circunstancias—. Haber lugar es detentar con plenitud, existencia y autenticidad, la titularidad del sitio efectivamente poblado en la trama social de circunstancias que confiere a la vida su cuota de sentido. Porque todos los existentes, desde el más encumbrado prohombre a la más humilde de las criaturas humanas tiene como dignidad intrínseca su propio e irrenunciable haber lugar.

La vocación de vida del lugar


Romualdas Pozerskis (1951)

Al poblar los lugares, las personas conferimos a la vocación de plenitud de todo lugar, la sustancia de esta integridad: la colmatamos con nuestra propia vida.
En efecto, todo lo que necesita la vida humana es tener lugar, esto es, desarrollarse en unas situaciones y circunstancias concretas. Mientras que en el ambiente se encuentran las condiciones que hacen posible la supervivencia biológica, en el lugar se hallan las condiciones para que esta se desenvuelva como existencia, esto es, vida humana. Así es que los lugares se pueblan con identidades, con referencias y con memorias. Así es que los lugares se desenvuelven ellos mismos como estas identidades, referencias y memorias. Así es que los lugares acogen tanto las palpitaciones, los rumores y lo goces de los juegos humanos, así como se conforman y configuran según las personas se hacen lugar.
Así es que los lugares cultivan su plenitud como también su vocación de vida.

Vivencias


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar y las marcas de éstos en el cuerpo se sintetizan superiormente en vivencias.
Llamamos aquí vivencias a experiencias vívidamente inscritas en los sujetos que resultan en estructuras complejas de memoria, sentido e imaginación, en lo que toca a instancias de la condición humana de situación y acontecimiento. Estas experiencias de vida enseñan al sujeto la constitución efectiva de situaciones y acontecimiento, lo aleccionan acerca de valores y producen aprendizajes instrumentables a lo largo del curso de una vida. Tales vivencias, más que agregar elementos, suponen estructuras coherentes y significativas que informan a la memoria, confieren sentido a lo vivido y sirven de soporte sustancial a la imaginación.
Es a partir del análisis concienzudo y profundo de las vivencias del lugar que será posible entender y atender a las solicitaciones de la demanda social en lo que toca, entre otros aspectos, a la arquitectura de los lugares.

Improntas


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar resultan en marcas sobre el cuerpo.
El cuerpo es el palimpsesto en donde se escriben las geografías e historias de lo vivido. El cuerpo, hollado por el lugar, delinea a su modo los mapas y crónicas cognitivas. Y, ya se sabe, se llega a un punto en que no se sabe distinguir con claridad el territorio de su mapa, la res gestae de la historia rerum gestarum. Los mapas y las crónicas se retrovierten sobre el lugar y ya no estamos seguros de las precedencias: ¿el territorio precede al mapa? ¿la crónica del uno mismo precede acaso a su historia factual?
El mundo es acaso lo que aprendemos de él mediante las marcas del lugar en el cuerpo. Mientras tanto, no dejamos de inscribir improntas en el lugar mediante nuestros cuerpos marcados.

Influjos


Johan van der Keuken (1938-2001)

Desde el lugar operan influjos sobre el cuerpo.
Diversas formas de materias, energías e informaciones operan sobre el cuerpo, afectando su sensibilidad tanto como su entendimiento. Se experimenta diferentes avenencias con el ambiente, de donde resultan asimilaciones, homeostasis y reacciones. Puede afirmarse que vivir es, de modo concreto, interactuar dinámica y sosteniblemente con el ambiente, aprendiendo de tales operaciones. ¿De dónde proviene la inveterada costumbre de disociarnos del lugar, recluyéndonos apenas en la envoltura de la piel, si esta es apenas una frontera lábil entre nuestro organismo y el ambiente que nos ampara? Las personas son unas con sus circunstancias y resultaría enojoso —si no imposible— pasar un bisturí analítico entre el ser y sus circunstancias. Ahora bien, si esta operación se muestra como descabellada, ¿por qué tratamos a la arquitectura divorciada como cosa apartada de quienes la habitan?


La vocación de plenitud del lugar


Linda Butler (1947)

Cuando una persona puebla un ámbito, lo colmata con su presencia vital, lo vuelve tan palpitante como pleno en su condición.
Mientras que los sitios manifiestan su condición en términos de vacuidad, de receptáculo, de potencias, los lugares se presentan llenos, ocupados, concretos y palpables. Cualquiera puede irrumpir en un sitio, pero para ingresar a un lugar hay que solicitar el permiso correspondiente. Un sitio se constituye en un aviamiento del espacio y el tiempo, mientras que un lugar siempre supone una suerte de esfera de relativa clausura. La apertura de un sitio supone un desbrozamiento, una negación inaugural, un espaciado o cesura. Pero la apertura de un lugar es asunto diferente: es preciso trasponer circunspecto unos umbrales, contar con la aquiescencia del locatario y disponer de sendas de adentramiento con precisas indicaciones de detención. Los lugares cultivan una vocación intrínseca de plenitud.

Precisiones sobre el término lugar


Jerome Liebling (1924-2011)

Puede parecer que el término lugar es más vago e impreciso que, por ejemplo, la mención específica del destino funcional del ámbito en que nos encontramos, tal como sala o alcoba o incluso camino.
Sin embargo, cuando expresamos algo como: Tengo lugar en la sala, o Me he hecho un lugar en la alcoba, o marcho ahora por el camino, entonces proferimos una aserción plena de sentido específico que indica con exactitud y plenitud una situación y una circunstancia.
Porque cuando mencionamos el carácter de lugar hacemos referencia a palpitantes realidades plenas de vida concreta, en vez de contentarnos con la pura indicación de sitios.

La relación finalista entre el habitante y la contextura efectiva del lugar


Sonia Handelman Meyer (1920)

¿Dónde identificarse uno si no es en su propio lugar? ¿Dónde constituir un orden de referencias en el mundo si no es respecto al lugar propio? ¿De qué guardar memoria si no es de la peculiar contextura finalista del lugar que poblamos?
El sentido de la presencia anida en la vocación finalista del lugar. Somos aquello que somos de un modo concreto teniendo lugar, esto es, ofreciendo un semblante resguardado en el paisaje que nos circunda. Hacemos presencia en el lugar que nos aloja.
Pero también el lugar concreto ocupado por el cuerpo constituye el soporte de nuestro orden referencias que no permite andar por el mundo. Allí a donde nos dirijamos, lo haremos munidos de un hondo mapa cognitivo que tiene su crítico avatar allí donde constituyamos nuestro lugar en las circunstancias. Por ello, todos los mapas callejeros indican, con notorio énfasis, el punto en donde Usted está aquí.
Por otra parte, la contextura efectiva de nuestro lugar es la matriz en donde todas las historias y geografías pueden tener efectivo desarrollo e incumbencia subjetiva. El lugar, en definitiva, se superpone, en la conciencia, a la memoria del lugar.

El cuerpo como ley interior del habitar


Tošo Dabac (1907-1970)

Las prácticas corporales son las que confieren sentido al lugar.
Sin éstas, el espacio y el tiempo se prodiga en meros sitios que apenas son lugares en potencia, vacías disponibilidades del ser.
Así, los sitios apenas si se desbrozan para que la marcha de las personas los transforme en esos lugares que llamamos sendas, caminos o avenidas. Así las oquedades se ofrecen para que la demora de las personas allí las consagre como estancias, habitaciones y ámbitos. Así los sitios se abren y clausuran para que sean las trasposiciones de las personas las que funden allí umbrales.
Los lugares son constituidos por el cuerpo como ley interior de su habitación.