Lewis Hine (1874-1940)
Hemos
llegado al punto en que se vuelve oportuno aplicar verbos al sustantivo lugar,
a los efectos de apreciar las acciones, las actividades, las ceremonias del
habitar.
Ya
hemos anticipado ciertos aspectos de la locución tener lugar. Cuando tenemos lugar experimentamos una proyección
desde el sitio que ocupamos sobre el cuerpo. Experimentamos el lugar, como
afirma el tópico, en carne propia.
Padecemos sus inclemencias y nos arropamos en su cobijo. Tomamos de éste lo que
nos conviene y nos recluimos allí. Tener lugar es diferente a poseerlo; en
realidad, cuando tenemos lugar éste es el que nos posee a nosotros.
Diferente
cariz lo tenemos en la expresión hacer(se)
uno un lugar. En tal caso, es el cuerpo que proyecta su designio y acción
sobre el lugar. El hacerse un lugar es la operación arquitectónica por
excelencia, que proviene de todo mínimo y fundamental acondicionamiento que
busca el acomodo siquiera precario del cuerpo en el lugar. Supone una
disposición de las cosas según éstas resultan compuestas y a la mano para
imperar el cuerpo en el lugar hecho, ahora sí, suyo.
Pero un
sentido nuevo y singularmente interesante lo obtenemos del enunciado haber lugar. Cuando decimos que algo o
alguien ha lugar significamos que hace presencia en la oportunidad que le
corresponde a un orden de cosas —o del discurso que da cuenta de las
circunstancias—. Haber lugar es detentar con plenitud, existencia y
autenticidad, la titularidad del sitio efectivamente poblado en la trama social
de circunstancias que confiere a la vida su cuota de sentido. Porque todos los
existentes, desde el más encumbrado prohombre a la más humilde de las criaturas
humanas tiene como dignidad intrínseca su propio e irrenunciable haber lugar.