Tener lugar, hacer lugar, haber lugar


Lewis Hine (1874-1940)

Hemos llegado al punto en que se vuelve oportuno aplicar verbos al sustantivo lugar, a los efectos de apreciar las acciones, las actividades, las ceremonias del habitar.
Ya hemos anticipado ciertos aspectos de la locución tener lugar. Cuando tenemos lugar experimentamos una proyección desde el sitio que ocupamos sobre el cuerpo. Experimentamos el lugar, como afirma el tópico, en carne propia. Padecemos sus inclemencias y nos arropamos en su cobijo. Tomamos de éste lo que nos conviene y nos recluimos allí. Tener lugar es diferente a poseerlo; en realidad, cuando tenemos lugar éste es el que nos posee a nosotros.
Diferente cariz lo tenemos en la expresión hacer(se) uno un lugar. En tal caso, es el cuerpo que proyecta su designio y acción sobre el lugar. El hacerse un lugar es la operación arquitectónica por excelencia, que proviene de todo mínimo y fundamental acondicionamiento que busca el acomodo siquiera precario del cuerpo en el lugar. Supone una disposición de las cosas según éstas resultan compuestas y a la mano para imperar el cuerpo en el lugar hecho, ahora sí, suyo.
Pero un sentido nuevo y singularmente interesante lo obtenemos del enunciado haber lugar. Cuando decimos que algo o alguien ha lugar significamos que hace presencia en la oportunidad que le corresponde a un orden de cosas —o del discurso que da cuenta de las circunstancias—. Haber lugar es detentar con plenitud, existencia y autenticidad, la titularidad del sitio efectivamente poblado en la trama social de circunstancias que confiere a la vida su cuota de sentido. Porque todos los existentes, desde el más encumbrado prohombre a la más humilde de las criaturas humanas tiene como dignidad intrínseca su propio e irrenunciable haber lugar.

La vocación de vida del lugar


Romualdas Pozerskis (1951)

Al poblar los lugares, las personas conferimos a la vocación de plenitud de todo lugar, la sustancia de esta integridad: la colmatamos con nuestra propia vida.
En efecto, todo lo que necesita la vida humana es tener lugar, esto es, desarrollarse en unas situaciones y circunstancias concretas. Mientras que en el ambiente se encuentran las condiciones que hacen posible la supervivencia biológica, en el lugar se hallan las condiciones para que esta se desenvuelva como existencia, esto es, vida humana. Así es que los lugares se pueblan con identidades, con referencias y con memorias. Así es que los lugares se desenvuelven ellos mismos como estas identidades, referencias y memorias. Así es que los lugares acogen tanto las palpitaciones, los rumores y lo goces de los juegos humanos, así como se conforman y configuran según las personas se hacen lugar.
Así es que los lugares cultivan su plenitud como también su vocación de vida.

Vivencias


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar y las marcas de éstos en el cuerpo se sintetizan superiormente en vivencias.
Llamamos aquí vivencias a experiencias vívidamente inscritas en los sujetos que resultan en estructuras complejas de memoria, sentido e imaginación, en lo que toca a instancias de la condición humana de situación y acontecimiento. Estas experiencias de vida enseñan al sujeto la constitución efectiva de situaciones y acontecimiento, lo aleccionan acerca de valores y producen aprendizajes instrumentables a lo largo del curso de una vida. Tales vivencias, más que agregar elementos, suponen estructuras coherentes y significativas que informan a la memoria, confieren sentido a lo vivido y sirven de soporte sustancial a la imaginación.
Es a partir del análisis concienzudo y profundo de las vivencias del lugar que será posible entender y atender a las solicitaciones de la demanda social en lo que toca, entre otros aspectos, a la arquitectura de los lugares.

Improntas


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar resultan en marcas sobre el cuerpo.
El cuerpo es el palimpsesto en donde se escriben las geografías e historias de lo vivido. El cuerpo, hollado por el lugar, delinea a su modo los mapas y crónicas cognitivas. Y, ya se sabe, se llega a un punto en que no se sabe distinguir con claridad el territorio de su mapa, la res gestae de la historia rerum gestarum. Los mapas y las crónicas se retrovierten sobre el lugar y ya no estamos seguros de las precedencias: ¿el territorio precede al mapa? ¿la crónica del uno mismo precede acaso a su historia factual?
El mundo es acaso lo que aprendemos de él mediante las marcas del lugar en el cuerpo. Mientras tanto, no dejamos de inscribir improntas en el lugar mediante nuestros cuerpos marcados.

Influjos


Johan van der Keuken (1938-2001)

Desde el lugar operan influjos sobre el cuerpo.
Diversas formas de materias, energías e informaciones operan sobre el cuerpo, afectando su sensibilidad tanto como su entendimiento. Se experimenta diferentes avenencias con el ambiente, de donde resultan asimilaciones, homeostasis y reacciones. Puede afirmarse que vivir es, de modo concreto, interactuar dinámica y sosteniblemente con el ambiente, aprendiendo de tales operaciones. ¿De dónde proviene la inveterada costumbre de disociarnos del lugar, recluyéndonos apenas en la envoltura de la piel, si esta es apenas una frontera lábil entre nuestro organismo y el ambiente que nos ampara? Las personas son unas con sus circunstancias y resultaría enojoso —si no imposible— pasar un bisturí analítico entre el ser y sus circunstancias. Ahora bien, si esta operación se muestra como descabellada, ¿por qué tratamos a la arquitectura divorciada como cosa apartada de quienes la habitan?


La vocación de plenitud del lugar


Linda Butler (1947)

Cuando una persona puebla un ámbito, lo colmata con su presencia vital, lo vuelve tan palpitante como pleno en su condición.
Mientras que los sitios manifiestan su condición en términos de vacuidad, de receptáculo, de potencias, los lugares se presentan llenos, ocupados, concretos y palpables. Cualquiera puede irrumpir en un sitio, pero para ingresar a un lugar hay que solicitar el permiso correspondiente. Un sitio se constituye en un aviamiento del espacio y el tiempo, mientras que un lugar siempre supone una suerte de esfera de relativa clausura. La apertura de un sitio supone un desbrozamiento, una negación inaugural, un espaciado o cesura. Pero la apertura de un lugar es asunto diferente: es preciso trasponer circunspecto unos umbrales, contar con la aquiescencia del locatario y disponer de sendas de adentramiento con precisas indicaciones de detención. Los lugares cultivan una vocación intrínseca de plenitud.

Precisiones sobre el término lugar


Jerome Liebling (1924-2011)

Puede parecer que el término lugar es más vago e impreciso que, por ejemplo, la mención específica del destino funcional del ámbito en que nos encontramos, tal como sala o alcoba o incluso camino.
Sin embargo, cuando expresamos algo como: Tengo lugar en la sala, o Me he hecho un lugar en la alcoba, o marcho ahora por el camino, entonces proferimos una aserción plena de sentido específico que indica con exactitud y plenitud una situación y una circunstancia.
Porque cuando mencionamos el carácter de lugar hacemos referencia a palpitantes realidades plenas de vida concreta, en vez de contentarnos con la pura indicación de sitios.

La relación finalista entre el habitante y la contextura efectiva del lugar


Sonia Handelman Meyer (1920)

¿Dónde identificarse uno si no es en su propio lugar? ¿Dónde constituir un orden de referencias en el mundo si no es respecto al lugar propio? ¿De qué guardar memoria si no es de la peculiar contextura finalista del lugar que poblamos?
El sentido de la presencia anida en la vocación finalista del lugar. Somos aquello que somos de un modo concreto teniendo lugar, esto es, ofreciendo un semblante resguardado en el paisaje que nos circunda. Hacemos presencia en el lugar que nos aloja.
Pero también el lugar concreto ocupado por el cuerpo constituye el soporte de nuestro orden referencias que no permite andar por el mundo. Allí a donde nos dirijamos, lo haremos munidos de un hondo mapa cognitivo que tiene su crítico avatar allí donde constituyamos nuestro lugar en las circunstancias. Por ello, todos los mapas callejeros indican, con notorio énfasis, el punto en donde Usted está aquí.
Por otra parte, la contextura efectiva de nuestro lugar es la matriz en donde todas las historias y geografías pueden tener efectivo desarrollo e incumbencia subjetiva. El lugar, en definitiva, se superpone, en la conciencia, a la memoria del lugar.

El cuerpo como ley interior del habitar


Tošo Dabac (1907-1970)

Las prácticas corporales son las que confieren sentido al lugar.
Sin éstas, el espacio y el tiempo se prodiga en meros sitios que apenas son lugares en potencia, vacías disponibilidades del ser.
Así, los sitios apenas si se desbrozan para que la marcha de las personas los transforme en esos lugares que llamamos sendas, caminos o avenidas. Así las oquedades se ofrecen para que la demora de las personas allí las consagre como estancias, habitaciones y ámbitos. Así los sitios se abren y clausuran para que sean las trasposiciones de las personas las que funden allí umbrales.
Los lugares son constituidos por el cuerpo como ley interior de su habitación.

El cuerpo como actor y como escenario


Stanisław Julian Ignacy Ostroróg (1863-1929)

El cuerpo es un actor protagonista de una fecunda complejidad de lo vivido por las personas en los lugares.
El cuerpo hace lugar con sus gestos, acciones, ceremonias y trabajos. Por ello, al reparar en cualquier persona hacemos centro, también necesariamente, en el lugar que puebla. Por ello, al apreciar cualquier lugar positivamente definido, debemos reconocer, comprender o aun sospechar la persona que le confiere existencia y sentido. Por ello, no podremos nunca observar consecuentemente una arquitectura si no consideramos, a la vez, a las personas que las ocupan.
Pero el cuerpo también y simultáneamente es un escenario de lo vivido. A título de influjos, de improntas y de vivencias, el lugar es introyectado hacia el cuerpo. Allí anida el lugar, en el receptáculo que le ha conferido imagen y semejanza. Y desde allí se vuelve a proyectar hacia el entorno, como si de un espejo se tratase.

Tener lugar


Henri Cartier-Bresson

Si uno se detiene a reflexionarlo, las personas experimentan cada una a su manera una pasión del lugar que pueblan.
El mundo nos pone en nuestro lugar mediante influjos, esto es, materias, energías e informaciones que dan cuenta de un cierto rigor, una cierta inclemencia, un cierto ensañamiento de las situaciones y los acontecimientos sobre nuestros cuerpos. Las situaciones y los acontecimientos fluyen raudos hacia nuestro interior más recóndito, conmoviéndonos el ánimo.
Tales influjos dejan marcas, señales, improntas sobre el cuerpo. La letra del mundo entra a golpes de aprendizaje. Por ello es que el tiempo nos siembra así el semblante y aún la contextura interior de memorias en forma de arrugas, de rictus, de frunces.
La composición coherente de influjos e improntas constituye lo que experimentamos como vivencias. Así, las situaciones y los acontecimientos se imprimen en la geografía e historia del cuerpo. La pasión del lugar que vamos ocupando día a día se superpone con la historia vivida. Eso es tener lugar.

El cuerpo como estructura estructurante


Stanisław Julian Ignacy Ostroróg (1863-1929)

El cuerpo se deja imaginar como una estructura estructurante o radiante que proyecta sus medidas y sus proporciones sobre el lugar. Tales medidas y proporciones no son exclusivamente métricas tales como la profundidad perspectiva, la altura y la amplitud, sino que comprenden todas las dimensiones en que opera el cuerpo. Al conjunto coherente de tales dimensiones hemos dado en llamar estructura fundamental del lugar.
Por otra parte, el cuerpo estructura el lugar según formas y figuras. Esto es, conforma con acciones, usos y ceremonias diversas vocaciones funcionales que califican los lugares, tanto como configura escenarios en donde tales vocaciones consiguen emerger fenoménicamente ante los sentidos.
En definitiva y mediante la facultad imaginativa, el cuerpo remata su labor haciendo de las figuras sensibles del lugar significantes portadores de significados comunicables. El cuerpo, así, habla y escribe el mundo

La necesaria antropología del cuerpo


Francis Meadow Sutcliffe (1853- 1941)

Es muy posible que para la antropología el cuerpo debe constituir una suerte de abismo temático.
En virtud de esta sospecha es preciso aquí señalar una demanda extradisciplinar propia de la arquitectura y de la Teoría del Habitar. Desde aquí requerimos una antropología del cuerpo según éste tiene efectivo lugar. Esto quiere decir atender a la realidad concreta del cuerpo viviente de su situación y acontecimiento, tanto en las cruciales instancias de la existencia, así como en su decurso cotidiano. Una antropología de los cuerpos acechados cuando hacen presencia y población en las sendas que transitan, en las estancias en donde se demoran, en los umbrales que trasponen.

El cuerpo y sus significados


Stanisław Julian Ignacy Ostroróg (1863-1929)

El cuerpo es donde se experimenta de forma concreta la pasión del mundo efectivamente vivido. El mundo se manifiesta mediante afecciones tan placenteras como dolorosas en la totalidad palpitante del cuerpo. El mundo nos arruga, nos percude, nos fatiga.
Recíprocamente, el cuerpo construye el mundo a su imagen y semejanza. El mundo muestra sus aspectos según lo interroga y comprende el cuerpo. La mirada constituye su paisaje, la escucha consagra su estrépito, la piel le confiere sus cualidades asibles y palpables. Las fuerzas del mundo son las efusiones de nuestros trabajos y nuestros días.
Y como el cuerpo es, en definitiva, el umbral en donde se cruzan ambas operaciones, así entonces el cuerpo se imagina a sí mismo. Según la cadencia de flujos, de trasposiciones, de sentidos. Así se nos figura el mundo, así se nos figura el cuerpo.

Operar con el espacio u operar con los lugares


Henri Cartier-Bresson

Muchos arquitectos operan —tanto cuando proyectan, así como cuando construyen— en un espacio euclidiano homogéneo, vacante y amorfo. Se aplican a conferirle forma a través de la coexistencia coherente de elementos constructivos tales como suelos, paredes y cubiertas. Sólo cuando el proceso de diseño se ha cumplimentado en la entidad proyectada, el espacio adquiere vocación de forma, la que sólo se materializa efectivamente mediante la construcción acabada. La vida, entonces, viene después.
Pero operar arquitectónicamente con lugares implica formas de concepción, proyecto y hasta construcción e implementación diferentes. En primer lugar, porque no se opera en un espacio abstracto, sino en entidades concretas con características de campo espaciotemporal, afectadas desde un principio por la presencia y población humana. Los lugares son heterogéneos, poblados y estructurados. El arquitecto que opere con lugares no modelará una entidad amorfa, sino que comenzará por reconocer la estructura peculiar del lugar, comprenderá las secuencias de trasformaciones deseables, oportunas o forzosas, los acondicionamientos efectivamente demandados y obedecerá a la vocación de forma del lugar habitado, según las solicitaciones propias del habitante y de sus circunstancias allí y entonces. La vida humana ha tenido lugar desde el principio.

La conceptualización del lugar como la primera herramienta de análisis tanto como de síntesis


Elio Ciol (1929)

La Teoría del Habitar se centra y rota en torno a la conceptualización rigurosa del concepto de lugar.
Es una idea primera y fundamental. El lugar puede definirse como un campo —esto es, una estructura espacial y temporal— significativo para la habitación humana. Esta estructura espaciotemporal constituye un concepto singular tanto en el desarrollo analítico de la Teoría del Habitar tanto como en su necesaria síntesis operativa.
Porque hay que pensar y discurrir en términos de lugar para luego dar forma y figura a las más diversas transformaciones ambientales que se sintetizarán finalmente como lugares.

La constitución tópica y crónica del ser situado


Elio Ciol (1929)

Las personas somos seres situados, lo que quiere decir que existimos en un marco de circunstancias que hacen que tengamos concreto lugar.
Cada sujeto es titular inescindible de su lugar y esto hace de su titular una precisa determinación tanto espacial como temporal. De modo concreto este lugar efectivamente poblado es tanto un espacio como un decurso temporal. Así vamos por el mundo: cada uno con su lugar a cuestas, cada uno portando a la vez la carga de la pasión del mundo tanto como la facultad trascendente de construirlo según una ley singular.
Así, el Mundo que poblamos es, a la vez, uno y diverso.

El ser humano y su circunstancia


Artur Pastor (1922-1999)

Hemos podido afirmar que a la teoría del habitar le incumbe todo aquello que toca al ser humano y su circunstancia.
Esta afirmación, podemos creerlo, no deja afuera ningún aspecto relevante, pero quizá peque de una amplitud excesiva. Parece oportuno señalar en algún modo una perspectiva más específica proyectada sobre este territorio tan vasto. A los arquitectos les interesa el habitar desde el punto de vista en que éste afecta a la conformación material, energética y figurativa de todo el conjunto integrado de transformaciones del ambiente que se realizan con este fin. En los términos más operativos, cómo es que las solicitaciones de la vida humana demandan a la contextura de edificios, ciudades y territorios.
Es desde este punto de vista —que es también un punto de partida— que se ha intentado construir del modo más riguroso posible una Teoría del Habitar.

Un fenómeno de humana presencia y población


Antoni Arissa (1900-1980)

El lugar corresponde a la constitución del fenómeno de humana presencia y población.
Mientras que el mero sitio es apenas una circunstancia vacante, un accidente de las cosas, el lugar señala la situación y acontecimiento de los seres humanos en cuanto son efectiva y concretamente existentes. En cada persona que tiene efectivo lugar se verifica una irradiación de sentido a la coexistencia de personas y cosas que pueblan el mundo. Si las cosas pueden adquirir unos significados y su concatenación mutua constituye un mundo es por obra de la humana presencia y población. Si las cosas pueden adquirir unos significados y su concatenación mutua es porque un sitio se ha transformado, por obra de la existencia humana, en un lugar.

De la lección de anatomía (III)


Plano transversal del cuerpo humano, según Wikipedia

Cuando se compone el eje laterolateral con el dorsoventral se define un muy importante plano anatómico, que se denomina plano transversal.
Por lo general, en arquitectura no solemos considerar tal plano, lo que es extraño, dado nuestro hábito persistente de proyectar en planta, esto es, según un plano horizontal en donde se dispone estratégicamente la forma arquitectónica. Es muy posible que, si fuésemos capaces de considerar el desempeño del cuerpo en tal plano, aprenderíamos cosas importantes sobre la configuración arquitectónica. Este plano compone la acción diferenciada y asociada de las cuatro extremidades del cuerpo. Por ello, todo parece indicar que comprenderíamos mejor cómo se suceden, en este plano, las diferentes esferas pericorporales tratadas por Edward Hall en su momento.

De la lección de anatomía (II)


Plano Coronal del cuerpo humano, según Wikipedia

De acuerdo con el esquema adjunto, si se componen los ejes craneocaudal, por una parte y por otra, el laterolateral se obtiene el plano coronal.
Tal plano parece ser el propio de la figura humana y de su ejemplar representación. En este plano se desarrolla la famosa figura vitruviana que inmortalizara Leonardo da Vinci en su entonces. De esta figura hemos intuido que existe el mensaje de una intuición antiquísima que sostiene el carácter de estructura del cuerpo. Una estructura cuya comprensión nos sería más que conveniente.
Puede que la habitación concreta de tal plano coronal suponga una expansión del cuerpo en torno suyo, en forma tal que allí se alojaría la vivencia de la amplitud y altura conforme, mutuamente relacionadas según una ley que aún no conocemos con la claridad de la evidencia. No obstante, parece haber una regla de proporción en tal plano, que mucho inspiraría a la arquitectura, siquiera de un modo aún intuitivo.
Pero de lo que se trata es de ahondar con rigor en esta cuestión.

De la lección de anatomía (I)


Plano Sagital del cuerpo humano, según Wikipedia

Quizá sea útil considerar el modo en que la anatomía considera la topografía corporal. Cierta topografía corporal.
La composición de los ejes craneocaudal (que atraviesa tanto la cabeza como el sacro) y el dorsoventral resulta en el denominado plano sagital que secciona el cuerpo en dos mitades aproximadamente simétricas, derecha e izquierda. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿cómo lo vive el cuerpo? ¿cómo habita el cuerpo su propio plano sagital?
Puede decirse que lo vive componiendo la profundidad perspectiva que se vivencia específicamente mediante la marcha, por una parte, y por otra, la vivencia de la altura emergente de la bipedestación. ¿Qué implica entonces habitar el cuerpo su plano sagital? Marchar del modo humano conquistado evolutivamente: erguido el cuerpo, separado el horizonte de la mirada del eje craneocaudal. Implica entonces distinguir y articular aquello que puede alcanzarse con los pies, en la tierra, de y con aquello que no puede más que entreverse, imaginarse o imprecarse, allá en el cielo.
Es todavía muy pronto para agotar la cuestión, ni siquiera para registrar un claro y decisivo avance, pero quizá estemos adoptando el camino reflexivo correcto.

Punto de inflexión


Mark Eshbaugh

Hasta hoy, de la intuida estructura fundamental del lugar, sólo nos es dado observar y operar con la exposición analítica de la plétora de dimensiones humanas del habitar.
En otras palabras, del conjunto tenemos la enumeración más o menos prolija (y habrá que ver si exhaustiva) de elementos, pero no nos damos cuenta aún de su ley de composición, de aquella regla que hace de la proliferación de componentes una estructura. Debemos afrontar, entonces, un punto de inflexión.
El problema es que, por lo que parece, el carácter de estructura es relativamente accesible a nuestra intuición o sospecha, pero es realmente difícil tratar, mano a mano, con la conformación efectiva de su íntima complejidad. Parece que sólo advertimos aspectos, sin duda interesantes, pero que no logramos, con los fragmentos observados, armar el rompecabezas.
Quizá la solución a este asunto sea apuntar a construir el producto interno de las relaciones mutuas entre las dimensiones del habitar. Tal nuestra empresa, luego de este punto de inflexión.

Más que real (VII)


Noell Oszvald (1991)

Es la presencia humana en el lugar la que hace del mundo una plétora de ocurrencias diversas.


Más que real (VI)


Noell Oszvald (1991)

El cuerpo humano viviente es el instrumento que ordena, mide y pone en valor al mundo.

Más que real (V)


Noell Oszvald (1991)

Sólo a los señores del horizonte le es dado situarse en el borde del mundo.

Más que real (IV)


Noell Oszvald (1991)

Sólo a las entidades liminares le es dado el hondo estremecimiento al cruzar los umbrales.

Más que real (III)


Noell Oszvald (1991)

¿Qué sería de la tierra, el agua, el cielo y el horizonte si no hubiese quien le otorgue existencia, sentido y diferencia?

Más que real (II)


Noell Oszvald (1991)

Las cosas del mundo son más que reales porque soportan la carga de sentido que sólo nosotros somos capaces de conferirles.

Más que real (I)


Noell Oszvald (1991)

Soñar es necesario para que las cosas del mundo puedan llegar — finalmente y en consecuencia— a ser más que reales.

La estructura profunda de la casa (XV)


Bert Teunissen (1959)

Toda senda recorrida tiene sus oteros, sus lugares en donde es posible detener los pasos y apreciar, en el horizonte, lo que está por venir. La casa es un altozano de estos. Desde la casa, es posible entrever en el horizonte circundante una cuota razonable de futuro, de advenimientos deseables, de emergencias de lo nuevo. Es desde la casa que reemprendemos el camino, una vez que hemos podido vislumbrar hacia dónde dirigir la marcha.
Estar en casa, entonces, es ocupar una eminencia en el lugar en donde vivimos y es la oportunidad para dominar a nuestro modo el horizonte que ante nosotros de expande. El futuro suele desocultarse frente a la contemplación reposada desde la casa.
Porque es en el umbral de la casa en donde el horizonte comienza a despejarse para mostrar lo que vendrá. Es en umbral de la casa el lugar estratégico y oportuno para que emerja eso que estaremos esperando, con el apacible espíritu del que cuenta con un lugar al efecto.

La estructura profunda de la casa (XIV)


Bert Teunissen (1959)

Marchamos echando atrás la vida ya vivida, la que nos sigue de cerca, acechante tras nuestra espalda, hasta que llega el día fatídico en que tal vida extenuada nos alcanza. Así parece suceder con la larga marcha que iniciamos en la temprana edad: se detienen, finalmente, los pasos y se nos abre la sima tan profunda como jamás la imaginaremos. Nos caemos dentro de lo ya vivido.
En la casa hay lugar para la vida ya experimentada. Una estancia plena de recuerdos de lo que ha sido nos rodea con un tan discreto y como ominoso abrazo. En las honduras de la casa, en el fondo de sus cajones, atrás de los anaqueles, aguardan las cosas que alguna vez tuvieron un significado palpitante y ahora son relictos, piezas conexas del pasado. Sólo nosotros podemos llegar a saber de su íntima reunión, de su peculiar sentido. Sólo que nosotros lo sabremos siempre tarde.
Tras el umbral de la casa hay una región no ya secreta, pero muy reservada para la dimensión tanatotópica del habitar. Porque la mansión de los vivos también es la casa de los fantasmas de lo que ha sucedido. Es de cobardes y distraídos olvidarlo.

La estructura profunda de la casa (XIII)


Bert Teunissen (1959)

Estar en casa implica habitar con plenitud una atmósfera dotada de un tono aromático que la identifica y distingue. La peculiar manera de entender y desempeñar tanto la limpieza como la producción de los alimentos le confieren a la casa su condición de región más transparente del aire. Y esto de la región más trasparente del aire, expresión acuñada por el escritor mexicano Carlos Fuentes, no debe entenderse aquí en su diafanidad visual, sino olfativa. Estar en casa es asentarse en el lugar en donde las cosas dejan de oler, para transformarse en un fondo perceptivo.
El umbral de la casa es la instancia en donde el caos osmotópico del mundo cede al orden querido y debido por sus moradores. Los lugares de la casa guardan las fragancias que identifican más exacta y sinceramente a sus habitantes. En el umbral de la casa se inspira la carta de presentación de la casa.
Mientras andamos por el mundo, nos orientamos en un proceloso mapa de fragancias y mefitismos y sólo cuando trasponemos el umbral de nuestra casa recobramos la página que tenemos como documento en blanco, a disposición para inscribir nuestra impronta propia y que los demás apreciarán de modo por demás circunspecto.

La estructura profunda de la casa (XII)




Bert Teunissen (1959)

Solemos marchar por el mundo tal como se ofrece con las distintas inclemencias del tiempo, hasta que, cansados, ansiamos abrigo y reparo. La casa es, en su condición más entrañable, ese abrigo y reparo. Y esta condición es afectiva antes que física, porque la casa abriga y repara cuando se la divisa en la lejanía del camino, antes incluso de acceder en presencia a ella.
Estar en casa es una confortación moral, entonces y sólo luego térmica. Estar en casa es estar junto a los cuerpos queridos, sumidos en un calor conforme. Sin embargo, se tiene a la calidez doméstica como una figura retórica soportada sólo por la adecuada administración física energética. Pero en la estructura profunda de la casa debemos saberlo: es al revés.
Porque el umbral de la casa es el signo portador de ese significado. Porque es la puerta que abriga y repara la confortación necesaria, el abrigo y reparo afectivo, más allá que se pueda verificar, en los hechos, que la casa es caso de un bien temperado entorno. Porque el que ya comienza a animar la moral es el fuego sagrado y simbólico del hogar, antes que la provisión electromecánica del aire acondicionado.

La estructura profunda de la casa (XI)


Bert Teunissen (1959)

El umbral de la casa ampara tanto la provisión libre de la luz del día, así como su cuidadosa domesticación en el interior. La casa es un reloj de luz. La casa deja pasar el tiempo en la alternancia de sus fulgores y uno está allí, no tanto para contemplarlo, sino para vivir sumergido en su acontecer.
Porque estar en casa es verificar que todo está en su sitio cuando cambia la luz del día y de las estaciones. Estar en casa es dejar de ver las cosas para guardar prolija memoria de un semblante que es comprendido sólo con la habituación. Estar en casa es dejar de ver el mero aspecto de sus cosas para reparar en su carácter de espejo de la propia vida.
Por esto, las marchas por ahí son exploratorias, acuciantes, inquisitivas, mientras que en la casa se vuelven absortas. verificadoras y calmas. Por esto, las certezas sobre el mundo sólo se alcanzan con los pies, mientras que el sosiego del lugar propio sólo se consigue sentado y asentado.


La estructura profunda de la casa (X)


Bert Teunissen (1959)

El umbral de la casa es una región en donde el estrépito público cede ante los sordos murmullos de la vida interior. Para esto necesitamos una puerta bien sólida y contundente: para que deje atrás el bullicio, para que los cortinados se queden con las reverberaciones del tumulto propio y ajeno y la casa resulte algo sorda, muelle, apenas rumorosa.
Estar en casa implica hacerse amo y señor de la música y la declamación dramática de la vida. Estar en casa es estar en una reverberación justa y propia de ecos que subrayan a su modo lo dicho y lo cantado. Estar en casa es oírse la voz propia en el lugar especialmente temperado para ello.
Los andares ceden ritmos: afuera podemos correr frenéticos, pero en la casa nos podemos permitir errar con tiempos quedos. Deambular por casa es andar caminando por alfombras de discreción.

La estructura profunda de la casa (IX)


Bert Teunissen (1959)

La casa opera encantando y seduciendo. Tan enamorados estamos de ella que volvemos una y otra vez. Puede que ya no sea un enamoramiento adolescente y apasionado, sino maduro y taciturno. Así nuestros pasos siempre encuentran el camino de vuelta. Así tanto pavor nos da salir puertas afuera. Así la añoramos en la lejanía relativa. Porque siempre la llevamos puesta en la memoria menuda.
Estando en la casa nos gana una confianza, una segura calma que no suele acompañarnos fuera. A la altura del gesto nos aguarda, siempre igual a sí misma, la entrañable compañera. Estando en casa estamos en compañía tanto de nuestros seres queridos de carne y hueso, así como con las afectuosas fantasmagorías del recuerdo hecho presente en el tono de luz que se inmiscuye en el interior.
Porque por el umbral de las ventanas de la casa se cuelan las improntas en donde resplandece la vida vivida en la casa. Porque la vida en la casa es una recurrencia mansa de luces, penumbras y sombras que aprendemos a querer como cosa nuestra. Porque sólo cosas así pueden ser, en definitiva, cosas nuestras.

La estructura profunda de la casa (VIII)


Bert Teunissen (1959)

La residencia en la casa es todo menos estática. Habitar insume trabajo, fatigas, desasosiegos. Quizá por esto la paz doméstica nos es tan valiosa. En el momento en que podemos sentarnos en paz a disfrutar de la luz de la ventana es, en verdad, un premio a todos estos desvelos.
Si bien en la agitada vida pública es patente nuestra lucha por el sustento, no debe quedar invisibilizada la labor constante de construir y reconstruir un orden de cosas doméstico que exige esfuerzo cotidiano. Marchamos por la vida trabajando puertas afuera y trabajando en otro modo puertas adentro.
El umbral de la casa es la región que atravesamos —a diario y sin reparar apenas en ello— entre el labour y el work, que tanto interesaran en su distinción a Ágnes Heller.

La estructura profunda de la casa (VII)


Bert Teunissen (1959)

Los andares se realizan sobre territorios normalizados por distintos tipos de reglas. El mismo andar se sujeta a la alternancia nomotópica. Es en la casa en donde se desarrolla con mayor intensidad una continua y persistente fijación de normas. El orden político social no es sino un caso de la imposición de una arquitectura de reglas sobre los comportamientos, quizá a imagen y semejanza de la doméstica.
Dicen los ingleses My house, my rules. Y quizá tengan una profunda razón, ya que, mediante la estancia y la habituación, la costumbre consigue un imperio singularmente prolijo que no consigue el mismísimo orden social, siempre impreciso, siempre inconsecuente, siempre cuestionable. Pero en la casa cada cosa y cada gesto consigue su lugar, mediante la imposición de reglas de hondo consenso al que se someten de buen grado las voluntades y los cuerpos.
El umbral de la casa es una línea de contundente límite de un campo de juego.

La estructura profunda de la casa (VI)


Bert Teunissen (1959)

Es en el umbral de la casa que se abisma una dimensión propia de los interiores: la profundidad histerotópica, esto es, la profundidad que los habitantes debemos prospectar en las cavidades habitadas. Puede confundirse con la profundidad perspectiva, pero es crítica una diferencia. Mientras que la profundidad perspectiva se desarrolla en un medio diáfano en torno a la marcha libre, la profundidad interior sólo se consigue vivir con un meticuloso proceso de adentramiento a través de un medio que se resiste opacamente a su prospección. Traspuesto el umbral, es preciso desbrozar el lugar, vencer su resistencia, conquistar el lugar propio, hacerse uno el lugar.
La habituación de la estancia, la recurrencia de las irrupciones hace que la casa sea el lugar interior por excelencia, lugar de adentramiento real, imaginario y simbólico tan pleno como nos es dado conocer en la vida. La casa es en donde morosamente nos construimos un lugar propio y en donde aprendemos en las arrugas de la vida cuánto nos cuesta todo ello.
Así, las marchas de la existencia tienen un esencial diferenciación y alternancia. Por una parte, la marcha propia del viandante, por otra, la circunspecta intromisión del habitante de las cavidades. La arquitectura de la casa es el punto de cruce maestro entre estos dos andares.

La estructura profunda de la casa (V)


Bert Teunissen (1959)

Según vamos marchando por el mundo, vamos apropiándonos de ciertas cosas a la mano, con el fin de operar en la vida. La casa es el punto del camino en que concentramos, acumulamos y disponemos más cosas sujetas a los rituales de la manipulación. Se trata de una estación estratégica en donde recuperamos energías e informaciones sobre lo que nos acontece en el camino, así como consideramos reflexivamente las cosas del vivir.
Estando en casa es que nos rodeamos de una colosal parafernalia de chismes significativos que se nos confabulan con la empresa de existir. Así, nos circunda el atrezo, la arquitectura de cosas, cada una de ellas un auxilio en la tarea compleja de construirnos la vida. Cada una de ellas al alcance del gesto habitual.
La puerta de la casa es una frontera por donde circulan, a veces con frenesí, las novedades, las chucherías, las queridas cosas nuestras. Algunas se quedan por años y décadas, mientras otras vuelven a cruzar, raudas y hacia afuera, avergonzadas con su rótulo de desperdicios. Los umbrales de la casa deberían quizá contar con torvos aduaneros que nos recordasen, una vez sí y otra también: ¿Necesitas eso, verdaderamente?