Consumaciones (XVIII)


Hélène Binet

Alternamos nuestra vida cotidiana entre la habitación de modo gregario, y otra habitación en un modo apartado. En esta última modalidad, poblamos la reserva de soledad a la que nos impulsa la condición contemporánea.
No pocos ámbitos arquitectónicos actuales tienen la paradójica constitución de lugares públicos en los que los sujetos se distancian entre sí y se recluyen en una soledad que adquiere ciertos rasgos ominosos. Los demás deben allí ser alejados todo lo posible, porque siempre son extraños, perturbadores cuando no francamente amenazantes. Parece haber una oscura relación entre las miserias de los espacios domésticos, que constriñen la vida privada en celdas oprimentes y la disposición de vastos espacios que no merecen la caracterización antropológica de lugares, allí en donde se escabullen los sujetos en busca de alguna madriguera más acogedora.
Por obra de los contabilizadores inclementes del aire, en vez de una trama articulada y continua de lugares, disponemos cada vez de una yuxtaposición de puros espacios abstraídos, en donde apenas si nos habitamos a nosotros mismos en la fragilidad de una soledad que no sabemos si es una adquisición propia o una condena extraña.


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