Kristian Leven
La
buena vida se abisma hacia su interior.
Este
abismo es el que está efectivamente poblado por la persona, construido
morosamente y configurado plenamente a su sentido del gusto. Es de esperar que
tal abismo contenga cosas valiosas, por cierto, pero también es imperioso que
haya amplitudes interiores tales que permitan la reverberación de estas cosas,
poblando el interior de voces y, sobre todo, de ecos. Por esto es que una buena
vida debe tener una adecuada, digna y decorosa profundidad interior, poblada de
vivencias, pletórica de memorias, hirviente de imaginaciones y deseos. Y además
debe disponer de una holgura vacante para que cada constituyente vital se
conmueva a sus anchas allí.
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