Beatrice Helg
Aún en
lo más hondo del lugar de la habitación interior de cada sujeto, se abre la
profundidad de la memoria.
Por
cierto, se trata de una habitación con dos conductas aparentemente opuestas,
aunque en el fondo, complementarias. Una se aplica a conservar, a acopiar, a
acumular, mientras que la otra se dedica a dejar de lado, quizá a desechar o
quizá a encomendar sus cosas a un sitio aún más recóndito. El lugar de la
memoria es aquel que conservamos en nuestro interior y al que nos replegamos
tanto en el sueño como en ocasiones de desvelos. El lugar de la memoria es
aquel que nos sigue de muy cerca y el que nos puebla apenas nos distraemos un
tanto de la alucinada vigilia cotidiana.
Según
nos va alcanzando la vida con la edad avanzada, la habitación de la memoria más
se nos aproxima y, en no pocas ocasiones, superpone sus imágenes con las que
todavía tenemos, a duras penas, como presentes.
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