Me gusta pensar que cuando se inventó el arte como
la cosa que hoy aceptamos que es, no fue como un medio de producción sino como
una forma de expandir el conocimiento. Me imagino que sucedió por accidente,
que alguien formalizó una experiencia fenomenal que no encajaba en ninguna
categoría conocida, y que eligieron la palabra “arte” para darle un nombre.
(Luis
Camnitzer, 2012)
A mí
me gusta pensar que el arte proviene, en principio, de una cierta
discriminación de modalidades de producción: a algunas formas de producir le
llamamos, en principio, “arte”, mientras que a otras le denominamos “técnica” y
aún hay otras que nos resignamos a nombrarlas como “trabajo”. Pero lo que debe
tenerse en cuenta es que toda producción es compleja en sus resultados: se
producen, concurrentemente, artefactos, conceptos, ideas y conocimientos del
mundo mediante el desarrollo del lugar que Peter Sloterdijk denomina quirotopo, esto es, lo que está a la mano del hombre.
Lo
que parece suceder, en verdad, es que sólo a una reducida porción del
conocimiento que emerge de las producciones le llamamos, en la actualidad,
arte. Esto conduce a que nos resulte aparentemente más factible aprender sobre
el paisaje de un pintor de la Escuela del río Hudson, que indagar acerca de la
estructura examinando la obra de un carpintero.
Es
con la producción que tenemos una
forma de expandir el conocimiento.
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