Es
común confundir —y reducir—el habitar con la residencia en la casa.
Es
tan intenso y tan profundo el orden de vivencias y aprendizajes en el ámbito
doméstico, que es comprensible que se crea que la casa es un lugar originario
para todo el habitar. Sin embargo, debe considerarse que, allá en el fondo de ésta,
radica, viviente, un lugar verdaderamente originario. Es el útero materno, es
la cavidad en donde nos detenemos morosamente y de la que somos expulsados para
siempre en nuestro inaugural alumbramiento.
Exiliados,
nos buscamos la vida: nada será como entonces.
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