Emociones. II. Adhesión y aversión

Eugène Boudin (1824- 1898) Playa al atardecer (1865)

Podría decirse que en todo habitar hay, al menos un par de vectores alineados en su dirección emocional y de signos —direcciones— opuestas: la adhesión y la aversión.
Por lo general, cada uno intenta conformar sus lugares y disponer enseres y objetos en una forma que juzga adecuada, digna y decorosa. A situaciones así adherimos con grados variables de entusiasmo y complacencia.
Frente a esto, una situación inadecuada, indigna o indecorosa nos mueve a la transformación, una vez que la aversión nos mueve a rechazar este escenario y anhelar el cambio.
Pero debe observarse cómo estas emociones antagónicas promueven, cada una a su manera, a las acciones y prácticas del habitar. La aversión nos desafía a encontrar alternativas: sustitución de lugares y equipamientos, reordenamientos, supresiones y adquisiciones, ajustes. Todas acciones movidas por el ímpetu de abandonar una situación que disgusta. Por su parte, la adhesión promueve, en algunos casos, la concentración de la atención en los elementos o componentes de la escena que resulten cruciales o fundamentales para alcanzar esta condición de complacencia. En otros términos: mientras que la aversión nos mueve al cambio, la adhesión nos mueve a posteriori a encontrar de qué condiciones resulta.

El antagonismo adhesión/aversión tiene una cierta complejidad, por debajo de su aparente contundente sencillez.

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