¿Por qué es tan difícil que la ley moral dirija
efectivamente nuestras vidas? ¿Por qué, entre las numerosas razones que
condicionan la conducta, las razones éticas cuentan tan poco? Hay una respuesta
sencilla y rápida a estas preguntas y es la siguiente: no basta conocer el
bien, hay que desearlo; no basta conocer el mal, hay que despreciarlo. Si la
respuesta no es equivocada, de ella se deduce que el deseo y el desprecio, el
gusto y el disgusto son tan esenciales para la formación de la personalidad
moral como lo es la destreza en el razonamiento.
Victoria
Camps, 2011
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