Conjunto San
Pedrito en Flores, Buenos Aires (1980)
Uno
de los productos más característicos de las políticas tradicionales de vivienda
en nuestras sociedades lo constituyen los “conjuntos habitacionales”, a veces,
denominados “barrios”.
Hay
que reparar que un conjunto habitacional se parece a un barrio, —en los
sentidos estrictos de ambas expresiones—, tanto como una forestación comercial
de monocultivo se parece a un bosque.
Es
que un bosque es un ecosistema integral y una forestación comercial de
monocultivo es un agregado de ejemplares desprovisto de la biodiversidad propia
del bosque.
De
modo análogo, un conjunto habitacional supone un agregado de viviendas
homogéneas, con una dotación sumaria y por lo general deficitaria de servicios.
Estos agregados son esencialmente diferentes a un barrio tradicional, en donde
diversas funciones sociales se yuxtaponen, vinculan, asocian y compiten para
conformar una realidad social compleja y rica. De esta forma, mientras que los
barrios viven y mutan, los conjuntos habitacionales irrumpen en la ciudad a
modo de piezas de mosaico.
En
cierta forma, el empobrecimiento ecológico del cultivo forestal es equiparable
al empobrecimiento sociocultural de los conjuntos habitacionales, que no cesan
de proliferar, por otra parte.
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