Albin
Egger-Lienz (1868- 1926) La puerta
(1890)
Debe
distinguirse entre una estética propia de la pobreza de una antiestética del
empobrecimiento.
Hay
un sentido de la pobreza en lo humilde y necesitado. Estar limitado en posibilidades
conduce a un estado cercano a la necesidad, al imperio de lo simple,
contundente… y desornamentado de todo aquello que resulta superfluo por
facultativo. De allí se obtiene, en el mejor de los casos, una estética de lo
depurado, austero y forzoso. Es necesario cultivar una sensibilidad y
perspicacia especial para apreciar el valor de belleza de productos de esta
condición. A esta sensibilidad llamamos aquí una estética pertinente de la
pobreza o de la austeridad.
Pero
debe denunciarse el empobrecimiento,
que es un asunto diferente en origen y en resultado. El sujeto empobrecido
resulta carente, dañado y deprivado. El empobrecimiento es una antiestética
para pobres, es una operación infligida sobre sujetos tenidos por desamparados,
es una bastardía aleve. Gran parte de las presuntas “soluciones de tecnologías
no tradicionales” provistas para la vivienda de interés social no son más que
abaratamientos indignos e indecorosos.
Los
arquitectos que pretendemos trabajar para el pueblo debemos cuidarnos
especialmente de los empobrecimientos infamantes en que incurrimos, una y otra
vez.
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