Ariadna
durmiente
Está
allí, muy cerca y muy inerme. Sin embargo, anda lejos, tan lejos que no
podríamos alcanzarla nunca.
Se ha
dormido sin dejarnos el ovillo con el que podríamos seguir su camino. Ha
confiado en nuestra integridad de caballeros, así que debemos guardar una
distancia justa para amparar esa indefensión. Y, no obstante, reposa con no
poca fortaleza. ¿Cómo sería posible traicionarla, entonces? ¿Cuándo ha sido más
dueña de sí? En su rotundidad se sumerge en sí misma, se ahonda, se abisma.
Una
mujer que duerme nos confunde todo lo que creemos saber sobre las distancias.
Entre otras cuestiones no menos arduas.
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