Allí donde volvemos una y otra vez

Vista de Lisboa

La muerte inventó la ciudad.
El teórico de las artes de principios del siglo XX Carl Einstein (1885-1940) emitió una fascinante -errónea, sin duda, dados los hallazgos arqueológicos posteriores, como el asentamiento cultual paleolítico de Gobekli Tepe, hoy en Turquía, pero fascinante al fin- teoría acerca de la transición del nomadismo al sedentarismo que culminaría en la invención de la ciudad.
Pedro Azara, 20161

Puede que el sedentarismo primigenio pueda provenir de la institución compleja, oscura pero insoslayable de contar con un lugar-al-que-volver.
Las razones pueden ser muchas, variadas, facultativas. Puede que haya algo a la vez atávico y estructural en la vida y la conciencia humanas. Puede que la concepción cíclica del tiempo, con la alternancia recurrente de las estaciones, de los ciclos solares y lunares haya sugerido la vuelta del camino, el volverse sobre los pasos, la repetición rítmica de ciertos estados. Puede que una singularidad cualquiera, —como la muerte, la caza o ciertas alianzas— señalara hitos en el camino. Y esos hitos anidaran en la memoria como canciones o glosas de la vuelta.
Esos lugares que ahora llamamos "casa", "Montevideo" o incluso “Lisboa” u otros son —principio tienen las cosas— lugares-a-los-que-volver.



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