Théophile van
Rysselberghe (1862 –1926) Marguerite van
Mons (1886)
El
más importante signo arquitectónico de la presencia existencial del umbral lo
constituyen la o las hojas (valvæ).
Si el
umbral, en sí mismo, se deja vencer —no sin un muy tenue estremecimiento— con
apenas el paso que lo franquea, la posibilidad de practicar tanto su clausura
como apertura, le confiere a la arquitectura de la puerta un significado propio
y profundo. Las hojas, sus mecanismos de operación y movimiento y su relación
con los gestos del cuerpo conforman estructuras medidas en términos de trabajo,
esto es, magnitud ergotópica. En efecto, es el trabajo de cerrar, de dejar
entreabierta y de abrir de par en par una puerta la que significa
existencialmente la arquitectura de la puerta.
De allí
se desprenden reglas y leyes que solemos observar según los mecanismos de las
más cotidianas formas de semiótica arquitectónica. Todos sabemos cómo
comportarnos frente a puertas propias y extrañas. La convivencia pacífica y
corriente se funda en la observancia de la interpretación de signos y la
conducta esperable en consecuencia.
Y
tanto del trabajo práctico de las puertas así como del sistema usual de reglas
de empleo, se desprende el fervor inherente a las regiones eróticas de la
arquitectura.
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