En la escena contemporánea,
fruto de esa redistribución del sentido en órdenes más complejos, se advierte
la constitución de complejas estructuras con significados fuertemente
jerarquizados, yuxtapuestas a la presencia de los denominados no-lugares, esto
es, sitios en donde impera el anonimato y la rarificación de la significación.
Puede
pensarse que estamos, en la actualidad, en una suerte de cruz de los caminos.
O
bien reelaboramos una nueva síntesis del habitar y de los necesarios
acondicionamientos de los lugares con un sentido verdaderamente humanista, o
bien nos sumiremos en una anomia terminal. La arquitectura debe ser
resignificada en alianza con un conocimiento profundo y cabal del habitar
humano al que debe someterse.
No es
sólo un asunto cognoscitivo; es también ético y estético. Es preciso conocer a
fondo la condición humana y además es forzoso meditar en el mejor modo de
servirla y promoverla.
Porque
la vida humana ya no se sostiene, en un futuro cada vez más inminente, en su
mero suceder. Ahora, pero sobre todo, en un futuro cada vez más amenazante, es
preciso promover, alentar y desarrollar modos sensatos de honrar la vida.
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