René Groebli
(1927)
Vivir
es someter a la piel a un constante manar de calor.
Según
la tasa de emisión, el cuerpo se contrae o relaja con una cuota relativa de
confort. La física de este asunto puede ser sumaria, pero la vivencia es
entrañable. La buena vida se desarrolla en unas alternancias no muy distantes
unas de las otras. De todos modos, no es quizá deseable perdurar en un estado
constante, sino respetar ciertos ritmos, tanto diarios como estacionales. La
buena vida, en su dimensión térmica, no es mero asunto de aire acondicionado,
ni de reclusión en celdas de estados invariables.
Es
asunto de una frescura vivaz del ambiente, en donde los cuerpos tributen su
propia calidez en una magnitud conforme.
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