El inmigrante, alguien que ya ha partido, pero todavía no le ha sido dado llegar


Jake Borden

El lenguaje ordinario le reconoce al inmigrante esa condición liminar o fronteriza, aplicada a un ser humano que no es que esté en una frontera, sino que él mismo es esa frontera que mantiene en todo momento separados y distinguibles el interior y el exterior del sistema social. Al inmigrante –como al amante– se le asigna no por casualidad una participo activo o de presente convertido en sustantivo. Él no es alguien que haya cambiado de sitio, que antes estaba allí y ahora está aquí, por mucho que lo parezca, sino que es alguien que ya ha partido, pero todavía no le ha sido dado llegar. Está como en una especie de limbo intermedio, moviéndose en su seno hacia nosotros, pero sin arribar del todo. Es percibido conceptualmente como en movimiento, en inestabilidad perpetua, aunque no esté desplazándose, aunque se haya vuelto sedentario.
Manuel Delgado, 2019

Todos los seres humanos tenemos la condición liminar como constitutiva, pero los inmigrantes se encuentran en una situación especialmente deprivada.
Sucede que, ciertamente, no les es dado llegar aún y, a la vez, se les ha hurtado, en su senda que dejan atrás, la posibilidad efectiva de volver. Sin llegar, entonces, carecen precisamente adónde tornar sus pasos. Eso es ser pobre, en el sentido en que Adela Cortina usa la expresión.
A las tristezas que aquejan al extranjero se le suman las aflicciones específicas del navegante errante y desesperado que es el emigrante. Tal es la condición de estos transeúntes instados por los dos extremos inaccesibles de la senda que es la vida.
Cuando uno piensa en una vida larga, fija su atención en el tiempo y, entonces, las cosas pueden parecer satisfactorias. Pero cuando lo piensa en términos espaciales, la cuestión es otra, porque es mucha la fatiga cuando ni se llega ni se vuelve.
Será porque llegar es, en cierto modo, una cierta manera de volver.

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