McNair Evans
(1979)
La
coronación superior de las dimensiones de la buena vida, tal como hemos llegado
a explorar aquí, culmina con la luz.
En
efecto, sus magias rematan por todo lo alto la estructura fundamental de la
buena vida, porque es una alegría
esencial, tal como lo esclareciera en su momento Le Corbusier. Porque todo
el contento de una escena puede ser, ni más ni menos, una mancha de luz en las
profundidades de un interior habitado. Y es esencial, para dar forma visual a
la contextura del mundo que se deja dibujar de modo inmejorable gracias a las
alternancias de las luces, las penumbras y las sombras. Todo el escenario de la
buena vida puede entonces contemplarse con la más eminente percepción. Es
gracias a la luz que la buena vida relumbra en su evidencia, una vez que la
hemos comprendido en sus otras dimensiones
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