Lo que queda del día (I)


Peter Merts (1950)

Las fotografías de lugares abandonados tienen una misteriosa virtud.
Transmiten una tristeza constitucional: la que aqueja a la vida que ya ha sido y que deja una vacancia para algo que ya no puede tener lugar. Los lugares huérfanos están tan vaciados como alejados del afecto. Cuando los contemplamos constatamos que debiéramos darles la espalda para mejor cumplir con su vocación. No es que debamos olvidarlos o soslayarlos con desprecio u horror, sino que estos lugares desmantelados por la vida se sitúan atrás en el tiempo. Los lugares abandonados por la vida ya no son, sino que han sido. Y, sin embargo, persisten en su condición de lugares, porque no han vuelto al estatuto de puros sitios. Los habitan los fantasmas de lo que ha dejado de tener lugar allí.
Es por ello que no es preciso tanto el arreglo o la limpieza lo que necesitan, sino un renovado soplo de existencia que sea algo más que la mirada inclemente de un acuciante ladrón de imágenes.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario