Jason Lanier
La
índole de la marcha impone desbrozos, trazas, pendientes e improntas
superficiales sobre los senderos.
Mientras
que en la senda vagarosa del bosque, los pasos erran por la espesura
descubriendo los holzwege heideggarianos, el hábito y la persistencia
constituyen factores que hacen de las huellas un desbroce. Pero el dominio
estratégico del territorio, que implica el enlace de hitos, imprime en la faz
de la tierra una traza cada vez más clara, expeditiva y contundente, que se
marca como vereda, como calle, como avenida, más rectilíneas, más exclusivas en
su tránsito, más categóricas así sea de clara la voluntad de poder sobre el
lugar. El sendero se configura de modo cada vez más inequívoco, más impasible y
más enfático en su simplicidad cuanto la marcha se depura —y también se
empobrece— en circulación.
Mientras
tanto, el paisaje se repliega sobre los bordes, los hitos apenas si se anuncian
en el foco de la perspectiva y todo adquiere un carácter fatídico de orden.
Un
sendero claro se abre al paso majestuoso del hombre, poderoso sujeto que puede,
en su condición de tal, tener lugar allí, marchando recto con la mirada en el
horizonte que ya avizora y ya comienza por dominar.

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