Emily Schiffer (1980)
Así que
las marcas de existencia se profieren, las marcas de población se asientan.
Las
cosas cobran un sentido en su presencia, orden y disposición. Se abren sendas,
estancias y umbrales que colectan, dirigen y acomodan las cosas de vivir como
tales. Estas cosas se asocian y se confabulan según un designio extraño a ellas
mismas, que las sustrae del caos de lo natural y las resignifica como cuños de
vida humana. El lugar prolifera en improntas y significados que sólo existen
por imperio de la habitación del poblador. Así se asocian la butaca con la
lámpara, las sillas con su mesa y con ésta, la sopera que reina en su centro.
Todo esto alumbrado por la ventana próxima que permite, por lo demás, no sólo
advertir el jardín, sino que lo incorpora a la escena.

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