En
qué medida podremos adentrarnos en un
lugar y qué esfuerzo nos insumirá la faena es cuestión que merece cierta
atención.
No se
trata del mero acceder a un interior: la prospección recién comienza con la
simple trasposición del umbral. Por otra parte, la marcha seguramente se
detendrá mucho antes que lleguemos a entrever el recóndito hueso de lo íntimo.
Cuando esto suceda, será cuestión de miradas y manos que apartan, que excavan,
que descorren velos, que hurgan hacia el fondo de los cajones.
Pero
puede sospecharse que los interiores tienen aún una región aún más entrañable y
que se sustrae a las más sofisticadas colpoprácticas: la hondura del alma de quien habita a justo título ese
interior.
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