Por
fin, la última cuestión de las planteadas por nuestra autora reza: “¿cuál sería
el ideal de felicidad, el ideal de una imaginación bombardeada por todo género
de propaganda?” (Cortina, 1986: 139).
Podría
reponerse que, más allá de los depósitos dejados en la imaginación por la
propaganda, siempre radicará, en lo hondo de la conciencia del sujeto un
recurso propio y legítimo al que podrá interrogar. Todo parece indicar que el
ideal de felicidad sólo es accesible a través de un análisis ético profundo y
comprometido, mediante una trabajosa prospección que desoculte la semilla
recóndita del deseo.
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