Claude Monet
(1840- 1926) El desayuno (1868)
A través de todos los recuerdos de rodas las casas que nos han albergado, y
allende todas las casas que soñamos habitar, ¿puede desprenderse una esencia
íntima y concreta que sea una justificación del valor singular de todas
nuestras imágenes de intimidad protegida? He aquí el problema central.
Para resolverlo no basta considerar la casa como un "objeto"
sobre el que podríamos hacer reaccionar juicios y ensoñaciones. Para un
fenomenólogo, para un psicoanalista, para un psicólogo (enumerando estos tres
puntos de vista por orden de precisión decreciente, no se trata de describir unas
casas, señalando los aspectos pintorescos y analizando lo que constituye su
comodidad. Al contrario, es preciso rebasar los problemas de la
descripción –sea ésta objetiva o subjetiva, es decir, que narre hechos o
impresiones— para llegar a las virtudes primeras, a aquellas donde se revela
una adhesión, en cierto modo innata, a la función primera de habitar.
(Bachelard: 1957)
Poco
se puede agregar a estas consideraciones. Gran parte de los desvelos que se
expresan aquí tratan de indagar en ese problema
central.
Es
significativo que nuestro autor propugne rebasar la alternativa antagónica que
indague ya en hechos, ya en impresiones. De
lo que se trata es de considerar las vivencias de constitución relacional de la
intimidad protegida.
Por
ello es que es necesario abordar aquellas funciones primeras de habitar como
vivencias, sintetizando saberes y emociones, prácticas y producciones.
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