Telemaco
Signorini (1892-1894) Descanso en
Riomaggiore (1894)
En
este sitio se practica, a su modo, una rigurosa autocrítica profesional.
Así
se ha llegado a afirmar que de ninguna
manera es conveniente encargarle algo tan complejo y delicado como una ciudad a
un grupo de arquitectos urbanistas.
Brasilia,
Chandigarth, Tolouse-le-Mirail, son los paradigmas de lo que llegan a ser las
ciudades que han sido confiado a los arquitectos urbanistas. Hay que revisar,
al efecto, cómo se define una ciudad.
Si
seguimos al Diccionario de la Real Academia, tenemos por ‘ciudad’:
Del
lat. civĭtas, -ātis.
f.
Conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población
densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas.
Si
esto fuera así, la calidad de los edificios y calles se traduciría,
necesariamente, en calidad urbana. En los ejemplos mencionados, esto,
manifiestamente, no se verifica. Nadie puede discutir la calidad arquitectónica
de los edificios, pero sí se puede poner en entredicho la calidad urbana
resultante.
Sin embargo, podemos suscribir una
definición alternativa de ciudad, esta debida a Pedro V. Castro Martínez et al. en
http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-146(010).htm
Una
ciudad es una comunidad de asentamiento, es decir, un espacio social donde un
colectivo humano reside, se organiza y se reproduce socialmente. Como toda
comunidad humana contará con sus propias pautas de organización, con su propia
política, puesto que quienes participan de la vida de la ciudad forman parte de
un colectivo.
Ahora
las cosas cambian radicalmente de contenido: si una ciudad no trata de cosas
construidas, sino de personas,
entonces y forzosamente, el problema no es, en
principio, arquitectónico-urbanístico.
Si
una ciudad es asunto de las personas que la pueblan, una ciudad es asunto de
poetas.
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