Vincent van
Gogh (1853- 1890) La silla de van Gogh
(1888)
El
deseo de la casa podría ir perdiendo los pormenores de adorno superfluo y
anecdótico y mostrarse mondo, desnudo en su condición esencial.
Y se revelaría
en dos aspectos fundamentales. Por una parte, como una esfera que ampara la
intimidad protegida. Por otra, como el lugar del laberinto allí donde vuelven
todas las sendas.
Así,
el deseo de la casa quedaría reducido a una almendra tan esencial, tan pequeña,
tan asible como para considerarlo en su verdadero valor existencial. Tenemos una intimidad que proteger. Tenemos
que tener un lugar al que volver uno y otro día.
Si se
piensa bien, no se trata de cosas,
sino de relaciones entre uno mismo y
las cosas de vivir. La intimidad protegida es la que se vive efectivamente, la
vuelta es la que se lleva a cabo; no basta con la disponibilidad de tiempo y
espacio.
Todo lo que se
da por añadidura es pura anécdota
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