Lo primero que se ha de comprender es que la paz
pública de las ciudades —la paz en las calles y en las aceras— no tiene por qué
garantizarse de manera esencial por la policía, por muy necesaria que ésta sea.
Esa paz ha de garantizarla principalmente una densa y casi inconsciente red de
controles y reflejos voluntarios y reforzada por la propia gente.
[…]
Lo segundo que ha de comprenderse es que el
problema de la inseguridad no puede en absoluto resolverse dispersando o
desparramando las poblaciones aún más, es decir, trocando las características
de una capital por las de los arrabales de tipo residencial.
Jane
Jacobs, 1961
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