Jan Hendrik
Weissenbruch (1824- 1903)
La casa Weissenbruch en La Haya (1888)
Luego
de un moroso adentrarse podemos adueñarnos de las honduras del interior.
Podemos
experimentar las emociones propias de las honduras de lo íntimo. Lo primordial
es el abismarse en una profundidad que no se vence con la marcha, sino con un
acomodamiento más sutil del cuerpo en la cavidad del lugar. Acceder a la profundidad
interior de un lugar es resultado de una habituación, en donde el cuerpo ha
conseguido excavar para tener lugar allí. Según Heidegger, la vivencia efectiva
del espacio nace del desbrozar el bosque, de aviar el espacio. En este caso no se trata de desbrozar, sino de
inmiscuirse, de vencer una muy tenue pero siempre presente resistencia a la
intromisión. El interior, amablemente vencido, nos recibe de buen grado en
tanto conforta con su amparo, contiene con su refugio, recibe con su envoltura.
En correspondencia
con ese recibimiento, el cuerpo tiene el consuelo de volverse pleno, contenido
y amparado.
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