Adolph Menzel
(1815- 1905) Pared del estudio (1852)
Si levantas un muro, piensa en
lo que queda fuera.
Italo
Calvino
Al
abrigo de los muros puede experimentarse una serenidad que viene de larga data,
quizá de nuestra más remota infancia. Los muros abrazan.
Fuera
de ellos quedan algunos miedos y no pocas miserias. Con todo, la figura
sinecdótica por excelencia del refugio es el techo, la cubierta. Sin embargo,
no es del cielo de donde provienen las peores amenazas. Es el recinto de los
muros, es la clausura de los vanos la defensa pasiva contra las intimidaciones
que provienen del horizonte.
Pero
no todo es miedo, por fortuna. La novedad de un recinto es, ciertamente, el
cierre de sus muros, pero éstos son los que primero ceden a la invisibilidad
provista por la habituación. Vivimos más reparando en las superficies aparentes
de los cerramientos que en su contextura material. Porque cuando advertimos
ésta, es cuando comprobamos nuestro confinamiento.
Así,
un buen muro es mudo y sordo, servicial como un mayordomo, tenue en su forma.
Nótese el efecto de horror en la pintura que ilustra este artículo: si el muro
“habla” lo hace en términos ominosos.
Por
otra parte,
Jean-Bernard
Métais (1954- ) Le passe muraille
Por
más que el relato de Marcel Aymé1 resulte gracioso, la emoción
provista por la escultura es, no obstante, siniestra.
Quizá
en el futuro los muros pierdan casi toda
su pesante solidez, pero no es probable que abandonen su servicial mudez y
sordera.
1
La nouvelle Le passe muraille, de 1941
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