Salomon
Corrodi (1810-1892) Vista del Foro Romano
(1845)
Se ha escrito a menudo que todo lugar está cargado
de latentes presencias: marcas dejadas inevitablemente por construcciones
anteriores. Una obra de arquitectura sería la que recogiera estas presencias
invisibles, huellas de pasos anteriores. La arquitectura no se emplazaría sobre
un espacio virgen ni se comportaría o se situaría como si el espacio fuera
virgen, como si nadie hubiera estado allí antes.
Pero Platón, quien posiblemente creyera en que
toda forma construida debiera estar influida por el eco de formas pretéritas,
también asumía que el pasado era un tal lastre que no cabía sino olvidarlo, si
se quería construir "de nuevo". Esta construcción, sin embargo, no se
llevaba a cabo inocente, orgullosamente, sino con mala conciencia. Platón era
consciente que se edificaba sobre ruinas, y que éstas, trágicamente, debían
dejarse de lado, olvidarse -lo que era imposible- si se quería levantar una
nueva forma no marcada, lastrada o deformada por un pasado que, queriendo ser
olvidado, sigue presente.
La arquitectura se hallaría así entre dos
presencias: la que peleaba por aparecer y las que habían caído pero seguían,
como almas en pena, rondando el lugar. Construir era derribar. Se edificaba
sobre el derribo de la memoria, teniéndola bien presente pero tratando, a fin
de avanzar, de hacer oídos a sus lamentos, su exigencia de ser tenidas aun en
cuenta, de no querer o poder ver lo que hubo. Se construía, según Platón, con
"mala consciencia", sabiendo que para operar bien se debía desatender
a lo que exigía cuidados.
El olvido -que no la ignorancia- es quizá la
condición de la edificación
Pedro
Azara, 2016
Por
lo general, se tiene a la edificación
como la manifestación excluyente de la arquitectura. Así opera, por cierto, el
sentido común. Sin embargo, cabe sospechar una nueva articulación entre estas
dos ideas.
Repárese,
en primer lugar en lo afirmado por Pedro Azara en el primer párrafo. Una obra de arquitectura no es, nunca,
una ocurrencia ex nihilo, sino el cultivo respetuoso de las potencias de un
lugar. Me atrevo a generalizar su idea: todo lugar está cargado de latentes
presencias que no siempre son marcas
dejadas inevitablemente por construcciones anteriores. Las latentes
presencias de los lugares son aquello que los antiguos romanos denominaban
genius loci, presencias latentes que aceptaban o rechazaban a su futuro
morador, con las cuales era de varones prudentes conciliar mediante sacrificios
propiciatorios y una sabia prudencia. Eso es la arquitectura.
Por
otro lado y recíprocamente, opera la edificación; nihilizando, olvidando,
sustituyendo. El lugar a edificar debe abolirse en su condición, debe ser
reducido a un sitio, mediante una negación y derribo existencial antes aún que
material. Esto es edificar.
Pero
quieren las cosas que el operar del hombre tenga a la mano la doble y recíproca
capacidad de memoria y olvido. Por ello el arquitecto del lugar dispone, correlativamente,
de arquitectura y de edificación. Por ello, la edificación puede entenderse
como un complementario dialéctico de la arquitectura y no ya como su única
manifestación.
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