A veces se antoja que los
espacios urbanos que los arquitectos y urbanistas proyectan no están concebidos
para que en ellos se desarrolle la sociabilidad humana, como si la simplicidad
del esquema producido sobre el papel o en maqueta no estuviera calculada nunca
para soportar el peso de las vidas en relación que van a desplegar ahí sus iniciativas.
En el espacio diseñado no suele haber presencias, lo que implica que por no
haber, tampoco uno encuentra ausencias. En cambio, el espacio urbano real –no
el concebido– conoce la heterogeneidad innumerable de las acciones y de los
actores. Es el proscenio sobre el que se negocia, se discute, se proclama, se
oculta, se innova, se sorprende o se fracasa. Escenario sobre la que uno se
pierde y da con el camino, en que espera, piensa, encuentra su refugio o su
perdición, lucha, muere y renace infinitas veces. Ahí no hay más remedio que
aceptar someterse a las miradas y a las iniciativas imprevistas de los otros.
Ahí se mantiene una interacción siempre superficial, pero que en cualquier
momento puede conocer desarrollos inéditos. Espacio también en que los individuos
y los grupos definen y estructuran sus relaciones con el poder, para someterse
a él, pero también para insubordinarse o para ignorarlo mediante todo tipo de
configuraciones autoorganizadas.
Manuel
Delgado, 2019
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