Naturaleza de los círculos


Círculo de Piedras de Drombeg

En el círculo se confunden el principio y el fin.
Heráclito de Éfeso

Aquí se ha defendido con ahínco la conjetura que, en arquitectura, todo empieza (y quizá todo termine) en un círculo de piedras.
Hay que notar que esta virtuosa confusión del principio y el fin que supo ver Heráclito no sólo es una peculiaridad espacial: es también en el tiempo que en el círculo se confunden el principio y el fin. Porque esta es la virtud —que también puede denunciarse como vicio— de los círculos: consiguen contornear con el recurso del regreso, de la órbita, del lugar que se abre para mejor cerrarse sobre sí.
Y esta constitución circular o esférica es una característica inherente a toda arquitectura humanamente concebible.


El tono osmótopico del lugar


Santiago Rusiñol i Prats (1861 – 1931) Café des Incohérents (1890)

El tono osmotópico del lugar es la primera evidencia de nuestra intromisión en éste y su primera nota distintiva.
Es lo primero que apreciamos, así como también es lo primero que sumimos en el fondo de la memoria y el olvido. Mucho tiempo después, la ocurrencia de un aroma análogo desatará un vertiginoso proceso de asociaciones. Cuando volvemos a oler ciertas fragancias, nuestra conciencia desolvida. Por ello, los perfumes propios de los ambientes y los eventos son factores cruciales en la identificación, así como poderosos factores de desencadenamiento de emociones.
Si esto es así, el tono osmotópico de un lugar es un elemento que demanda una muy detenida atención del habitante y su adecuada configuración debería ser asunto ampliamente asumido, mucho más allá del mero y expeditivo consumo de fragancias comerciales.

Una arquitectura al servicio de la condición humana (II)


Frederick Carl Frieseke (1874 – 1939) En el borde del mar (1915)

Una arquitectura al servicio de la condición humana está íntimamente comprometida con el confort no banalizado, con un legítimo fruir de la vida.
En este apartado es preciso explicitar el sentido de la locución legítimo fruir de la vida. El concepto de confort no banalizado no comprende un aspecto peculiar de una circunstancia episódica, sino al disfrute de la vida en todo aquello que esta brinda. Por ello, el verdadero confort es el que se vincula con el fruir del conjunto complejo y estructurado de las peripecias vitales. Hay situaciones confortables vinculadas a todos los géneros de emociones y sentimientos, tanto a los relajados como a los intensos, a los alegres y despreocupados, así como a los tristes o melancólicos. Es la vida que se vive bien la que permite, con el confort omnipresente, un fruir que no se conforma con consumir las cosas de la vida, sino que consuma a ésta.
Porque de esto se trata, de una arquitectura que aliente ya no el puro consumo estéril, sino la propia gozosa fruición consumadora de la vida.

Una arquitectura al servicio de la condición humana (I)


Claude Monet (1840-1926) Mujer con sombrilla (1875)

Una arquitectura al servicio de la condición humana está íntimamente comprometida con el confort no banalizado, con un legítimo fruir de la vida.
Esto del confort no banalizado debe aclararse. No se trata del mero acomodo de las cosas del vivir al habitar muelle, relajado y conformista. Se trata de otra cosa mucho más interesante. Se trata de un ajuste sano, digno y decoroso de la arquitectura siempre y cuando esté efectiva e intensamente vivida.
El confort no banalizado no se desentiende ni de las variables físico ambientales particulares de cada circunstancia, ni de la peculiar contextura de actitudes y disposiciones del cuerpo que habita.
El confort no banalizado brinda las condiciones adecuadas de un lugar que no se resigna a albergar la vida humana, sino que promueve formas excelsas de ella.

Sic transit


Le Corbusier (1887- 1965) Villa Savoye antes de su restauración

Ojalá nuestras algunas de nuestras obras envejezcan dignamente, como las mujeres verdaderamente hermosas.
Este deseo proviene de las continuas señales de alarma que uno puede apreciar en relación con la cada vez más pronunciada caducidad material, funcional y simbólica de las obras arquitectónicas contemporáneas. He visto una lujosa mezquita moderna con las piezas cerámicas ya cascadas cuando sobreviven templos y palacios de la más pronunciada antigüedad que han permanecido si no prístinos, sí dignos. Podemos ver, asimismo, cómo los programas funcionales en donde teóricamente hay un lugar para cada cosa, deben readaptarse ante las mutaciones casi inevitables en el uso. Es de sospechar también que el ejercicio arquitectónico actual cede terreno ante fenómenos tales como la moda vestimentaria, que hace lucir avejentadas las obras que resplandecieron apenas ayer.
¿Qué quedará de nuestros efímeros procederes que conmueva a nuestros descendientes?

Estética de lo depurado


Felix Nussbaum (1904- 1944) Jarra en la ventana (1929)

Puede ocurrir una ventana, por lo demás común y corriente, que concentre sobre sí toda una estética de lo depurado.
No es quizá necesario que tenga un diseño especialmente sofisticado, pero sí que emerja en el entorno circundante como lo que es, un marco umbral para la reflexión honda y calma. No es quizá necesario que domine un paisaje exquisito, pero sí que permita apreciar la línea que separa las cosas de la tierra del cielo, con la debida proporción entre ambas regiones contrapuestas. No es quizá necesario que se la habite en forma especial, pero sí que albergue con contundencia las cosas de vivir el lugar propio de la ventana.
Si así suceden las cosas, entonces tendremos la posibilidad de apreciar la estética de lo depurado.

Plumas ajenas: Manuel Delgado


Todo conjunto espacial maqueta un cierto orden social, ya sea deseado por una minoría social con control sobre la producción de significados, ya sea proyectado por sectores sociales subalternos que también se reconocen en un determinado paisaje urbano. Esa plusvalía simbólica atribuida a un parte de la trama urbana resulta de reconocer en ella conglomerados congruentes de símbolos en condiciones de provocar en los individuos algún tipo de reacción emocional y, en consecuencia, determinados impulsos para la acción, a la manera de una especie de reflejo condicionado culturalmente pautado. Tenemos entonces, siguiendo a Victor Turner, que la función que cumplen los espacios rituales —y un centro histórico lo es o quisiera serlo— es a la vez posicional –relativa a cuál es el lugar estructural de cada cual en relación con los demás–, conductual –cuál es el comportamiento adecuado para cada eventualidad– y emocional, es decir relativo a los sentimientos que cabe albergar ante cada avatar de la vida social, saturados como están de unas cualidades afectivas que impregnan de sentimientos gran cantidad de conductas y situaciones.
Manuel Delgado, 2018

¿Qué pasaría...? (III)


Alexander Deineka (1899- 1969) Padre e hijo en el parque (s/f)

¿Qué pasaría si empezáramos a creer en serio que la buena vida es algo accesible, cotidiano y omnipresente?

Si empezáramos a creer en serio que la buena vida es algo omnipresente, se enriquecería la misma vida cotidiana.
El desasosiego contemporáneo proviene, en efecto, del distanciamiento ideológico de aquello que tenemos por buena vida con respecto a las alegrías esenciales que se prodigan a nuestro alrededor. Huimos así de la misma calma satisfactoria que tenemos falazmente por lejana. No quiere decir esto que nos conformemos con lo que hay, sino que sepamos apreciar con la intensidad debida las bondades y bellezas que están efectivamente a la mano.
La buena vida que merece ser vivida debe, en todo caso, ser omnipresente en sus aspectos y ampliamente difundida en el cuerpo social.

¿Qué pasaría...? (II)


Alexander Deineka (1899- 1969) En Crimea (s/f)

¿Qué pasaría si empezáramos a creer en serio que la buena vida es algo accesible, cotidiano y omnipresente?
Si creyéramos en serio que la buena vida es algo en verdad cotidiano, se ensancharía la base social del cambio.
Mientras que la publicidad y la ideología dominante nos hacen creer que la buena vida es infrecuente, incidental y asunto de ocasiones afortunadas, quienes abogan por el cambio social son pocos y dispersos en varios aspectos particulares. Como corolario obligado de esto, la fuerza del cambio social es aún débil y diseminada.
Sólo si supiéramos que la vida que merece ser vivida lo es en cada uno de sus aspectos corrientes, entonces entenderíamos que el cambio social es imperioso y debe comprender a las amplias mayorías sociales.

¿Qué pasaría...? (I)


Alexander Deineka (1899- 1969) Mikhailovskoye en el parque (1946)

¿Qué pasaría si empezáramos a creer en serio que la buena vida es algo accesible, cotidiano y omnipresente?
Creer en serio que la buena vida es algo accesible permitiría movilizarse a las fuerzas sociales.
La distancia espacio-temporal y mítica que nos indica la propaganda hegemónica hace que la buena vida sea concebida sólo como algo muy lejano que sólo a unos privilegiados incumbe. Gentes que gana más que nosotros y que dispone de mejores herramientas culturales para disfrutar de eso escaso que es el estado de las condiciones que permiten vivir bien. Gentes especiales que nutren la prensa del corazón y que acceden a consumos sofisticados y regímenes de existencia feliz y despreocupada por las constricciones económicas. Por ello, para la inmensa mayoría de la humanidad, la buena vida queda tan lejos que no vale mucho la pena hacer otra cosa que soñar con ella.
Pero si supiéramos que la vida buena la tenemos casi al alcance de la mano, ¿no nos moveríamos con ahínco hacia esa dirección?

La esclavitud del miedo


Felix Nussbaum (1904- 1944) Miedo (1941)

De lo que tengo miedo es de tu miedo
William Shakespeare

¿Nos sumiremos en la catástrofe de esclavizarnos con el miedo?
La ciudad se nos vuelve hostil, extraña, aleve. Tras el atardecer, las calles se despueblan de vecinos y proliferan en sombras equívocas.  El vecindario queda reducido a nuestros itinerarios más fatigados y pocas ganas nos restan para explorar nuevos territorios. Paradoja del vivir contemporáneo: mientras que en nuestras pantallas los confines del mundo se nos aproximan, la comarca efectivamente recorrida con nuestros pasos se estrecha cada día más. Las piezas del mosaico sociourbano se achican en torno a nuestra morada.
Las ominosas noticias que nos llegan de la ciudad cada vez más ajena nos recluyen. Al paso que vamos, terminaremos por confinarnos en algún rincón apartado con la cabeza envuelta con todo el miedo del mundo.

Formas superiores del decoro


Antonio Sicurezza (1905- 1979) Desnudo de espaldas (1970)

La burguesía ha edificado una concepción del decoro en torno a la dignidad del poseedor.
En un entrevisible futuro podrá alumbrarse una concepción del decoro propia y apropiada a la dignidad de consumador. Superadas las desilusiones y contrasentidos del mero consumo tardocapitalista, deberemos, por fuerza, encontrar los mecanismos profundos que le confieren sentido a lo que nos rodea, a las palabras tanto como a las cosas, a las arquitecturas y a los paisajes. Y esto sólo se logrará en tanto el propio ser significativo de las cosas consiga agotar su sentido en nuestro asimiento y consideración.
El decoro resultante podrá difundirse a lo largo, ancho y profundo del cuerpo social, sin más exclusiones que las propias de la clarividencia particular de los sujetos. Quizá no viva para verlo, pero será imperioso que dirijamos hacia allí los pasos.

Emociones


Florencia

¿Se podrá alguna vez revelar la gramática emocional profunda de un paseo ciudadano? Aprenderíamos algo que puede tener su interés
Al efecto pudiera ser atendible comparar las vivencias propias de un urbanita visitante con las de otro urbanita habituado. Gran parte de la magia y el placer del turista es deambular con todos los sentidos alerta dispuestos a explorar el lugar. Por su parte, la habituación consigue fijar ciertos mapas mentales que hacen acopio cognoscitivo de los territorios.
Pero no hay que olvidar que tales mapas son esbozados con los tintes de las emociones.

Plumas ajenas: Manuel Delgado


En todas las épocas, en todas las sociedades, los seres humanos han demostrado que no pueden pensar el tiempo como una masa sin forma. Siempre, en todos sitios, han ritmado el flujo de la experiencia con señales como las que entre nosotros se llaman segundos, minutos, horas o eras. Pero, sobre todo, para eso se han concebido las fiestas, esos accidentes hechos de ruido, de fuego y de éxtasis. Dos son sus funciones. Una, sustraer del océano de instantes que componen nuestra vida unos cuantos destinados a ser inmortales. La otra, recordarnos que nunca estamos solos, que formamos una colectividad, que la sociedad no es sólo un agregado de individuos, sino un ser vivo capaz de vivir sus propios sentimientos y sensaciones.  
Manuel Delgado, 2018

La virtuosa complejidad de lo urbano y su declinación contemporánea


Plaza Matriz en Montevideo

…las ciudades necesitan una muy densa y muy intrincada diversidad de usos que se apoyen mutua y constantemente, tanto económica como socialmente. Los componentes de esta diversidad pueden diferir enormemente, pero han de completarse necesariamente de maneras determinadas y concretas. 
Jane Jacobs, 1961

Si las ciudades fuesen jardines silvestres, seguramente constituirían ecosistemas complejos, ricos e interesantes. Pero las ciudades nos son jardines silvestres, sino territorios de caza de autoridades municipales, comerciantes inmobiliarios, urbanistas y otras especies de depredadores.
Es por ello que, aseguradas ciertas hegemonías en el ejercicio del poder político, económico o tecnocrático, la complejidad intrincada de las ciudades efectivamente habitadas por la gente cede a la simplificación depuradora de quienes ansían un lugar para cada cosa y que cada cosa rinda beneficios.
Lo lamentable es que con la simplicidad se nos muere la ciudad y se extiende la urbanización anómica y anémica contemporánea.

La estructura fundamental del lugar y las dimensiones humanas de éste (V)


Jean Benner (1836 – 1906) Un rincón de sombra en Capri (s/f)

Si la estructura fundamental del lugar es aquella estructura que liga al habitante con la tierra, el cielo y el horizonte, entonces tiene, como propiedad saliente, unas dimensiones propiamente humanas, de las que será preciso dar cuenta.
Y tales dimensiones son fruto de las disposiciones y movimientos del cuerpo, estructura estructurante que disemina su constitución multidimensional en la arquitectura que lo aloja. Así, las disposiciones del cuerpo afectan dando forma al lugar, según se vivan las magnitudes espacio-temporales del campo habitado. Hay interacciones significativas con los gradientes energéticos en correspondencia con los sentidos. En el lugar, el cuerpo trabaja, se inmiscuye, dicta normas, enamora, manipula y confiere forma. Es en este sentido que los aportes de Peter Sloterdijk (2004) son especialmente reveladores
Dar con el elenco de efectivas dimensiones humanas va de la mano con la revelación de la estructura del cuerpo del habitante y de allí al reconocimiento efectivo de la estructura fundamental del lugar que puebla.

La estructura fundamental del lugar y las dimensiones humanas de éste (IV)


Henri Lebasque (1865 – 1937) Bajo la lámpara (1904)

Al asediar, cognoscitiva y concretamente cada lugar, podremos observar, como emergente fenoménico, una palpable y peculiar arquitectura del lugar.
Pero lo que podremos inteligir, más allá de las apariencias y emergencias, será, en todo caso y por definición, una estructura fundamental de tal lugar, una estructura sustentante genérica de las peculiaridades de la arquitectura observable.
Esta estructura inteligible es, en definitiva, la cuarta acepción del significado de la locución estructura fundamental del lugar.

La estructura fundamental del lugar y las dimensiones humanas de éste (III)


William-Adolphe Bouguereau (1825 – 1905) La cosechadora (1868)

Todo lugar deja indicarse con un aquí, recortado de manera tan clara y a la vez tan difusa de un allí.
La intuición fundamental de un lugar está fundada en una radical diferencia pero que no deja precisar los confines de ese aquí. En efecto, es claro para todo hablante la identificación del lugar propio, esto es, el solapamiento de las voces (y sus sentidos) yo, aquí, ahora. Lo imposible es señalar el límite preciso en donde aquí cede lugar al allí.
Por ello, la mención propuesta de la estructura fundamental del lugar tiene la descabellada misión de dar cuenta, a partir del núcleo duro de la constitución efectiva del lugar, hasta qué extremos cederá, exhausto, al cobijo consumado del allí.

La estructura fundamental del lugar y las dimensiones humanas de éste (II)


Adolf Liebscher (1857–  1919) Dama con parasol (1884)

Avanzando un paso a la vez, la locución estructura fundamental del lugar designa aquella estructura que liga entre sí al habitante con la tierra, el cielo y su horizonte.
De esta forma los elementos constitutivos apenas si se mencionan a título de nodos de vínculos, con la conciencia de partida que ancla la noción de lugar en las personas a título de habitantes. Por su parte, tierra, cielo y horizonte son señalados como elementos referentes de relaciones significativas, en donde su sentido final es provisto por la presencia y poblamiento de las personas habitantes.

La estructura fundamental del lugar y las dimensiones humanas de éste (I)


Achille Formis (1832–1906) Paisaje rocoso (1906)

El sentido más general de la locución estructura fundamental del lugar es el de constituir un centro epistémico para comenzar a abordar esta cuestión.
Dicho en otros términos, aquello que apreciamos concretamente en toda su densidad como lugar será pasible de describirse según una intuida estructura capaz de describir esta realidad. Así como el mapa no puede dar sino con una cierta configuración del territorio, aquello que conoceremos del lugar es, en principio, una estructura revelada por el asedio cognoscitivo.
¿Por qué precisamente una estructura? Porque, se intuye, la realidad de un lugar no se describe por la mera concurrencia de elementos constitutivos, sino por la trama relacional que los liga, tanto en rasgos generales así como en sus más particulares pormenores.
¿Por qué una estructura fundamental? Porque, se conjetura, el conocimiento se dirige, en principio, a aquellos rasgos estructurales que permiten reconocer y recortar, del continuo de cosas concretas, qué es un lugar y cómo se distingue de todo aquello que no es un lugar.

Instancias en una ética del decoro (III)


Félix Vallotton (1865 –1925) El beso (1898)

A las instancias de autenticidad e identidad se le agrega una tercera, a título de principio de consumación.
Por consumación se entiende el pleno acabado en su ser auténtico y particular tanto de las personas que habitan, así como de las cosas que implementan en su habitar, e incluso de la propia e íntima relación que guardan entre sí las personas y las cosas. Es por el decoro que las personas y las cosas significan y se significan mutuamente. En este sentido, el decoro es una efusión del ser de las personas, vuelto objetivo bajo la especie de signo.
La Teoría del Habitar avanzada deberá proseguir este cauce de indagaciones acerca de una ética (y estética) propias del decoro.

Instancias en una ética del decoro (II)


Félix Vallotton (1865 –1925) Mujer con polvera (s/f)

Puede considerarse, luego de asumir el principio de autenticidad, un segundo principio ético que informa a una ética del decoro, el principio de la identidad.
Se trata de establecer preceptivamente la legitimidad fundamental que las personas poseen para proyectar su identidad en las cosas del vivir que tienen a justo título como propias. Este principio de identidad puede confundirse con el anterior pero es pertinente señalar una sustancial diferencia: la autenticidad se funda en una relación sujeto/objeto recíproca, mientras que la identidad proviene de una proyección del ser de las personas sobre los objetos. Dicho de otra manera, hay autenticidad en la relación entre la condición humana social y cultural de los habitantes y las arquitecturas que habitan, de forma condigna, mientras que hay identidad en tanto se verifica la proyección clara y contundente de la personalidad en las cosas que implementa habitándolas.
El decoro, según esta instancia, proviene de un imperativo de la personalidad que se vuelca a su manifestación en el entorno por proyección identificante.

Instancias en una ética del decoro (I)


Félix Vallotton (1865 –1925) La sala roja (1898)

La Teoría del Habitar tiene un importante capítulo en una específica ética del decoro.
Una instancia especialmente señalada haría fundar el decoro arquitectónico en un principio de autenticidad. Así, el decoro no es otra cosa que la manifestación de una realidad humana, social y cultural, propia y diferencial de las personas que habitan un lugar. El decoro, entonces, no es un adorno, revestimiento ornamental o máscara equívoca, sino expresión auténtica de la condición humana de sus pobladores. En virtud de tal asunción, el decoro, en sí mismo, no es facultativo y contingente, sino necesario tanto ética como estéticamente.
Tal necesidad obedece a la legítima pulsión de la humanidad por proyectar su condición por sobre todo aquello que le contornea.