Todo conjunto espacial maqueta
un cierto orden social, ya sea deseado por una minoría social con control sobre
la producción de significados, ya sea proyectado por sectores sociales
subalternos que también se reconocen en un determinado paisaje urbano. Esa
plusvalía simbólica atribuida a un parte de la trama urbana resulta de
reconocer en ella conglomerados congruentes de símbolos en condiciones de
provocar en los individuos algún tipo de reacción emocional y, en consecuencia,
determinados impulsos para la acción, a la manera de una especie de reflejo
condicionado culturalmente pautado. Tenemos entonces, siguiendo a Victor
Turner, que la función que cumplen los espacios rituales —y un centro histórico
lo es o quisiera serlo— es a la vez posicional –relativa a cuál es el lugar
estructural de cada cual en relación con los demás–, conductual –cuál es el
comportamiento adecuado para cada eventualidad– y emocional, es decir relativo
a los sentimientos que cabe albergar ante cada avatar de la vida social,
saturados como están de unas cualidades afectivas que impregnan de sentimientos
gran cantidad de conductas y situaciones.
Manuel
Delgado, 2018
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