En todas las épocas, en todas
las sociedades, los seres humanos han demostrado que no pueden pensar el tiempo
como una masa sin forma. Siempre, en todos sitios, han ritmado el flujo de la
experiencia con señales como las que entre nosotros se llaman segundos,
minutos, horas o eras. Pero, sobre todo, para eso se han concebido las fiestas,
esos accidentes hechos de ruido, de fuego y de éxtasis. Dos son sus funciones.
Una, sustraer del océano de instantes que componen nuestra vida unos cuantos
destinados a ser inmortales. La otra, recordarnos que nunca estamos solos, que
formamos una colectividad, que la sociedad no es sólo un agregado de
individuos, sino un ser vivo capaz de vivir sus propios sentimientos y
sensaciones.
Manuel
Delgado, 2018
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