En la
retórica publicitaria, cuando nos ofrecen un bien o servicio bajo el título de
‘exclusivo’, en realidad nos están requiriendo un precio de exclusión.
En
efecto, la promesa de un restaurante exclusivo no radica tanto en la exquisitez
de su oferta, como en el establecimiento de una tabla de precios que cerrará la
puerta a todos quienes no quieran o puedan pagar esta exclusividad. Lo
exclusivo de un establecimiento no es tanto función de lo que ofrece, sino cómo
restringe su convocatoria.
Lo
mismo sucede con los lugares en que residimos: todos terminamos pagando un precio de exclusión que nos asegura un
vecindario cada vez más homogéneo y segregado espacialmente según la implacable
ley del precio del suelo urbano. Así les va a nuestras ciudades y así nos va a
nosotros mismos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario